Luis Szarán planteó para este tercer concierto un repertorio donde se pudo apreciar mucho dramatismo y el compromiso emocional en la composición de grandes autores como Strauss, Beethoven y Mendelssohn. Las obras elegidas permitieron apreciar también cómo estos tres nombres supusieron en sus tiempos el desarrollo de nuevas miradas a las formas musicales.
Con la obertura de “Egmont”, de Beethoven, la OSCA marcó el curso que seguiría el concierto, ya que ofreció una ejecución determinante y con mucha rudeza, de esta pieza tan profunda y fina, que da muestra cómo el compositor pasaba de lo oscuro a lo luminoso y viceversa, sin que sea algo forzado.
Luego la joya de la noche fue tal, como se había anticipado: la obra “Cuatro últimas canciones”, de Strauss. Una pieza exigente tanto para la orquesta como para la soprano invitada, por lo cual la interpretación representaba un reto.
La orquesta fue creciendo conforme transcurrían los temas, logrando álgidos puntos, ofreciendo un sonido claro y nítido, haciendo que cada nota sea casi palpable.
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Cohen estuvo también exacta, cumpliendo airosa con las melodías y así también con la intención de cada canción. La cantante digirió cada nota con gran desenvolvimiento, haciendo sentir que las dificultades de cambios de tono o tiempo eran algo sencillo.
Tanto orquesta como cantante supieron impregnarse del peso de esta obra, que atraviesa fuertes estados por los temas de los que habla, como el fin de un ciclo, la muerte y la aceptación de ella. Músicos y cantante conmovieron profundamente, guiados por una batuta que movía la obra entre la tensión, la dulzura, la luz y el ocaso.
El concierto concluyó con la Sinfonía Nº 4, de Mendelssohn, llamada “la Italiana”. Esta obra de cuatro movimientos fue abordada con potencia por las cuerdas, que resaltaron por su rapidez y vivacidad.
La orquestación efervescente de esta composición, que también atraviesa una parte grave, hizo que el final de este concierto deje al público exultante, ya que estalló en aplausos.
