El martes 6 de junio de 1967 nació Jorge Gualberto Gill Quintana. Está casado con Juana y su hija es María Mercedes. El deportista, originario de Nueva Italia, es hijo de don Jorge y doña Guillermina. Sus hermanos son Óscar, Feliciano, Diosnel, Elva y Wilma.
Militaba en el 30 de Agosto de su ciudad, hasta que su compueblano Alicio Solalinde lo trajo a River Plate, en 1990. En el Kelito estuvo apenas un semestre, hasta que se “ancló” en el Sportivo Luqueño, al que sirvió por más de una década, iniciando su ciclo auriazul con la Copa República.
Plenamente identificado con el club de la “Ciudad de la música”, también militó en otras entidades, Presidente Hayes, Sportivo San Lorenzo y Atlético Colegiales, en la máxima categoría.
Después de dejar el fútbol de alta competencia, siguió actuando en elencos de tierra adentro, como Coronel Sánchez de Carapeguá, Primavera y 18 de Enero de Luque, 13 de Junio e Independiente de Areguá, “30” y Nueva Alianza de Nueva Italia.
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En autoestima era Franco Baresi y en juego, Jorge Gill. Un corpulento zaguero (algo rústico) que imponía fuerza. A veces le quemaba un poco la pelota, pero esas cosas pasan.
En su mente siempre está presente el maestro Carlos Arce, quien en medio de una charla motivacional le metió en la cabeza esta frase: “Natekotevêi ejugakuaa, hay que tener estado físico nomás y entrar fuerte”. Y tomó muy en serio el consejo, porque sin ser un dechado de virtudes, se mantuvo por mucho tiempo en la élite de nuestro balompié. “Mi puesto es ‘estóper’ (líbero), temperamental a la hora de marcar, pero sin mala intención; lo mío era ir con pelota y todo”.
Refiere que en su larga carrera solo sufrió una expulsión, que fue contra Olimpia y en Para Uno, reconociendo que en esa ocasión se le soltó la cadena. “En un cruce, le llevé contra el tejido a Mauro Caballero. El árbitro Bonifacio Núñez me echó bien”.
Luego de colgar los botines enseñó a los chicos de la comunidad en 3 de Mayo, Luque, hasta que encontró empleo. “Soy chofer de la parte administrativa del hospital de Limpio”, a punto de cumplir 10 años de servicio. Un sobrio al volante, que no consume bebidas alcohólicas.
Es recordado por un partido frente a Libertad en la “Huerta”. Como se suele decir, no se levantó con el pie derecho. El Sportivo había hecho un tremendo esfuerzo para señalar dos tantos, mientras que Jorge tuvo la desgracia de registrar dos goles en contra y, como si fuera poco, hizo un penal que lo paró “Mondragón” Gaona. El “Guma” salió airoso por 3-2.
La camada auriazul recuerda ese cotejo. Jorge le había dicho al preparador físico Maulio Amarilla “ere profepe tachenohê, porque ajapóta macanada”. Y más macanada que eso no podía hacer, era imposible. El entrenador era Julio Carlos Gómez y los tantos de Gill fueron tras desbordes del ya fallecido Francisco “Simba” Girardoni y con fallidos despejes del zaguero central, uno de ellos al ángulo.
“Lastimosamente el juego es así, son cosas del fútbol. Hasta Carlos Gamarra, uno de los mejores de la historia de la selección, hizo goles en contra. Un defensor puede hacer 89 minutos impecables y en una jugada comete un error y listo. Es una responsabilidad enorme para este puesto, porque el delantero puede fallar 10 ocasiones de gol y no pasa nada; nosotros nos equivocamos y sufrimos en nuestro arco”, dijo.
No le gustaba mucho la conferencia de prensa, pero cuando era elegido como la figura, daba unas breves pero precisas consideraciones. Ahora sí, fuera de micrófono hablaba como loro, “arriero pórtepe”, en nuestro dulce idioma guaraní.
Para su gusto, Raúl Vicente Amarilla “es el mejor delantero del fútbol paraguayo”, porque “jugaba con inteligencia, se movía bien con o sin pelota y frente al arco no te perdonaba, goleador nato”.
Una vez, don Carlos le dio la misión de controlarlo. “Olimpia tenía un equipazo y le anulé los 90 minutos, no hizo nada”. El resultado del sacrificio fue un valioso 0-0.
“En nuestra época había poca plata, pero no me quejo. Se jugaba con más motivación y se notaba la humildad de los muchachos, porque antes las canchas eran feas y había que jugar con lucha, garra, fuerza. Ahora cambió en todo sentido”.
Una variación importante que nota es en la “facha” de los jugadores, porque ellos eran más de perfil bajo. “Ahora se llenan de tatuaje, eso no me gusta. Antes, Carlos Arce, Luis Cubilla, Cayetano Re no te iban a permitir eso, ponían disciplina”. “Por el profesor Arce la gente decía que era argel, pero no, era un señor profesional. Había que escucharle, hacerle caso y no contestarle nada, porque si te decía las cosas era por algo, porque te apreciaba”.
Hasta ahora juega los partiditos a nivel sénior. “Competimos en un torneo en Capiatá, con Richart Báez, Julio Enciso y muchos otros más. Ahora nomás con esta pandemia paró todo”.
Tiene la satisfacción de haber cumplido un ciclo sin tener que acudir a la sanidad. “No tuve lesión grave, depende del cuidado de uno; en mi caso tuve una alimentación casera en la campaña”. Solo sufría algunos golpes normales de cada presentación, porque así como “raspaba”, también recibía de vez en cuando. Que lo diga Felipe Nery Franco, que una vez le “atendió” después de haber recibido sus “roces”.
En su terreno familiar plantaban caña dulce y también cooperaba en el campo trabajando, aunque tuvo que dejar para meterse de lleno al deporte.
Además de los tantos en propia puerta, también hizo varios goles a favor. “Como seis, siete de cabeza metí, además dos cuando Óscar Paulín me ponía de lateral derecho para aprovechar mi estado físico y me proyectaba mucho para hacer chutes cruzados”.
Su salario máximo fue de 3.500.000 guaraníes y vivía en la casa de su tía, en Luque. “Soy fanático de Luqueño, que tiene un pueblo aparte. Cuando le va bien, da gusto. El problema del club es dirigencial, lamentablemente. Hay que hacer asamblea, necesitamos buenos dirigentes, porque económicamente no está bien. Tenemos que tener gente para solucionar los problemas o si no, iremos al descenso”.
El cierre de esta nota merecía un toque de humor. “Vení un rato vamos a ir al centro, me dijo el profesor Arce, y me subí. De repente le grito ‘¡profe, nos vamos en contramano!, por eso nos bocinan todos”, en una desesperaba alerta del atleta al que le estaba por reventar el corazón del susto al ver tantos vehículos de frente y la inminencia de un accidente. En forma tranquila y mientras esquivaba obstáculos don Carlos le dijo: “ani ejepreocupa, ñandekuaa guinte ombopu ñandeve vocina hikuái (no te preocupes, porque nos conocen nomás hacen sonar sus bocinas), remató.
