Sin duda alguna, esta Semana Santa encuentra al mundo entero en un momento muy preocupante. Una pandemia viene a demostrarnos cuán frágiles somos como seres humanos, y hace tambalear aún a los Gobiernos más poderosos, que se muestran impotentes ante su avance, obligándoles a aplicar medidas impensables en tiempos “normales”. La Semana Santa suele ser ocasión propicia para reunirse en familia, pero la situación actual obliga a todo lo contrario: a recluirse en los hogares, sin posibilidad de compartir con parientes y amigos que viven en otros lugares, y sin acudir a los templos, que en días como estos suelen recibir a la mayor cantidad de sus feligreses. Las medidas restrictivas, que tenían que finalizar este domingo, fueron prolongadas por una semana más, hasta el domingo 19 de abril.
Sin embargo, las graves circunstancias actuales ofrecen a los líderes políticos y sociales, y a la población en general, la ocasión de pensar en el país como nunca antes lo hicieron. Es una oportunidad única. Bien lo dijo el obispo de Caacupé, monseñor Ricardo Valenzuela, en una homilía pronunciada el último fin de semana, que “el coronavirus ha hecho que caigan muchas caretas”. Nada más acertado, pues ha permitido, por ejemplo, que un ejército de políticos, sindicalistas y funcionarios intocables aceptaran –a regañadientes– que se les recortaran sus escandalosos beneficios, cuya existencia era conocida pero que nadie osaba tan siquiera cuestionar. El beneplácito ciudadano por esta medida se vio reflejado en las redes sociales, con chistes y memes que ridiculizaban a los prepotentes y chupópteros del Presupuesto. “Una enfermera para 20 pacientes, 35 asesores para un diputado. ¿Te das cuenta cuál es la pandemia?”, expresa uno de ellos, que en pocas palabras resume una lacerante realidad. Otro que expresa con claridad el pensamiento de la gente es el que dice: “Nada como una pandemia para darse cuenta que: la plata se gana trabajando; el Estado vive del que produce; los héroes son los que salvan vidas; la autoridad no es mala palabra; los políticos no sirven para nada; la educación no es solo regalar tablets; el populismo sin plata, muere”. Y hay otras centenares más de manifestaciones, que los aludidos deberían leer para darse cuenta del repudio generalizado de una población ante los abusos con que se la agrede todos los días y que en algún momento puede explotarles en la cara. Los que han sumido y siguen sumiendo al Paraguay en la miseria no deben seguir en el limbo, haciéndose los desentendidos ante la situación de sus conciudadanos.
Contrariamente, numerosas instituciones están demostrando su compromiso con el bien común. Preservar la vida propia y ajena es un deber moral que implica acatar el mandamiento cristiano de amar al prójimo como a uno mismo. Una muy buena manera de expresar con los hechos tal sentimiento, en estos tiempos tan dramáticos, es cumplir con las medidas dispuestas en defensa de la sanidad. En esta Semana Santa, vale la pena señalar, por ejemplo, en un país de alta mayoría católica, la actitud de la Conferencia Episcopal Paraguaya, que no solo está instando a la feligresía a comportarse con la responsabilidad que demanda la hora, a respetar el “distanciamiento social” sugerido por las autoridades sanitarias, sino que también está asistiendo efectivamente a la gente, como también lo están haciendo otras organizaciones y personas particulares.
En las situaciones críticas suelen salir a la luz lo bueno y lo malo, como la solidaridad y la indiferencia. Monseñor Ricardo Valenzuela se refirió también a esta última actitud, al criticar a quienes no respetan la cuarentena, porque les da igual infectar o no a los demás. Según el prelado, quienes se desentienden de la gravedad de la peste serían unos “verdugos”, al igual que los coimeros, los fraudulentos, los prepotentes, los mentirosos, los chantajistas y los que abusan del poder. Debe apuntarse que estos odiosos personajes están muy bien representados en la función pública, electiva o no.
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Aunque compelido por una grave circunstancia, es saludable que en el Congreso y en el Poder Ejecutivo se estén refiriendo al menos a cuestiones ajenas a la politiquería tradicional y hasta contrarias a sus propios intereses. Puede que hasta terminen por convencerse a sí mismos, como un efecto colateral del deseo de presentarse como estadistas frente a la crisis sanitaria.
Entre los indiferentes, el obispo caacupeño también mencionó a aquellos que se las dan de piadosos, pero no quieren “meterse” en asuntos de interés vecinal, barrial o nacional, mientras hay justos que sufren e inocentes perseguidos. Estos se parecen, en cierto sentido, a los “sepulcros blanqueados” que cada 8 de diciembre se muestran ante la Basílica. Entre los indiferentes o, mejor dicho, irresponsables, también pueden ser citados quienes, en vísperas de la Semana Santa, se apresuraron a viajar al interior del país por temor a que su desplazamiento sea impedido en el marco de la cuarentena. Son los “verdugos”, ya mencionados, dicho lo cual debe recalcarse que una estupenda manera de practicar la solidaridad en esta ocasión es simplemente quedarse en casa.
Como se ve, esta Semana Santa, que coincide con la cuarentena, ofrece un momento propicio para que quienes tienen en sus manos los destinos del país piensen en practicar la solidaridad efectiva todos los días en favor de quienes lo habitan, y para que toda la población se convenza de que debe organizarse y manifestarse públicamente, en forma sostenida, para denunciar los abusos y a quienes los cometen.