Una vez más, el principal partido opositor está sumido en una crisis política que debilita la democracia y favorece el continuismo colorado. El Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) parece al borde de una fractura incluso formal, mientras la Asociación Nacional Republicana (ANR), o Partido Colorado, “cicatriza” sus heridas, de cara a los próximos comicios municipales y generales. El país soporta los embates de una pandemia y la economía se resiente, pero así como la corrupción continúa, tampoco cesa el tremendo internismo liberal; al contrario, se agrava en la medida en que la población se ocupa de la pandemia y de sus menguados ingresos, cuestiones de mucha mayor importancia que las continuas querellas entre sus dos principales referentes, el presidente del Directorio, Efraín Alegre, y el senador Blas Llano. Ellas no distraen la atención del común de sus correligionarios ni, mucho menos, de la de quienes no lo son, pero los contrincantes y sus respectivos acólitos parecen creer que el futuro del país depende del resultado de ese grotesco pugilato. Por tanto, destinan sus mejores energías a unas disputas que no son ideológicas, no aluden a cuestiones de interés nacional, ni giran en torno a la estrategia a seguir para que en 2023 se produzca la alternancia. No son más que un intercambio de graves acusaciones personales, en las que hay referencias al autoritarismo, al entreguismo y a la corrupción. Para peor, como ambas partes podrían tener razón, cabe preguntarse, tal como están las cosas, si el PLRA es realmente una opción potable para el electorado, sobre todo en las ciudades medianas y grandes. La tendencia al crecimiento de la población urbana, menos proclive que la rural al partidismo sentimental, debería preocupar a sus estrategas, si es que los tiene.
Si el dictador Alfredo Stroessner afirmó que “el mejor amigo de un colorado es otro colorado”, se diría que el peor enemigo de un (dirigente) liberal es otro liberal. Desde luego, en la lucha cotidiana por los pequeños espacios de poder, el adversario a la vista se halla dentro de la propia formación política: hay que urdir intrigas y buscar aliados, adulando o haciendo favores, porque en esa despiadada competencia, no necesariamente de talentos, las buenas maneras están muy lejos de asegurar el triunfo.
Ahora bien, hay límites que no deberían ser rebasados. Antes que con la democracia interna, el cainismo tiene que ver con la intolerancia, impropia de un partido que se dice liberal, pero reflejada hace poco en la pena dispuesta por una convención partidaria virtual para quienes disientan de la línea política fijada por el Directorio. Los dirigentes del PLRA deberían jugar en la “cancha grande” y no en la chica del internismo, para evitar que se tenga la impresión de que renuncian a gobernar el país y se conforman con escaños, gobernaciones y municipalidades. Así como están las cosas, parece que tiraron la toalla y solo buscan conservar sus pequeños espacios de poder.
Es paradójico que el partido de Eduardo Vera tenga menos dificultades para formar alianzas electorales –si bien de escaso contenido ideológico y programático– con otras organizaciones políticas que para cerrar filas en torno a determinados principios. Puede que el problema radique, justamente, en que carece de ellos y en que allí solo hay apetitos insatisfechos. La tradición familiar, el color y la polca no bastan para orientar la actividad política ni, por supuesto, para gobernar un país; tampoco bastan, como está visto, para aunar voluntades. Se dirá que en la ANR ocurre lo mismo, y es cierto, pero sus conflictos internos le permiten estar, al mismo tiempo, en el Gobierno y en la oposición, de modo que los ingenuos pudieron creer que Mario Abdo Benítez era una buena alternativa frente a Santiago Peña, ya que había criticado con dureza la gestión de Horacio Cartes. El PLRA tiene el inconveniente de que sus rencillas lo condenan a permanecer en el llano, salvo que, como en 2008, se adhiera a una suerte de mesías foráneo, sea él de centro, de derecha o de izquierda.
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Para no gobernar tan mal como el coloradismo, habría que actuar con honestidad y tener unas ideas más o menos claras de lo que se debe hacer por el país. Y bien, si la ciudadanía juzgara las del PLRA según el desempeño de sus legisladores, llegaría a la penosa conclusión de que son bastante confusas, suponiendo que existan, y que el “efrainismo” y el “llanismo” echen de vez en cuando un vistazo al vetusto ideario-programa, que, increíblemente, aún contiene referencias a la Alianza para el Progreso (!), del fallecido presidente estadounidense John F. Kennedy.
Es hora, en fin, de que los protagonistas de las ridículas “peleas de comadres” sean pasados a cuarteles de invierno para impedir que el partido acelere su triste decadencia, a lo que también contribuyen los corruptos que ejercen una función pública. Ya se le está acabando el tiempo y es de temer que termine su andadura sin pena ni gloria. Solo resta desear que haya suficientes liberales capaces de realizar esa urgente labor de salvamento, porque el sistema democrático requiere partidos bien organizados, que no se ocupen solo de sí mismos y que ofrezcan a los paraguayos, cada uno por su lado, un modelo de sociedad basado en concepciones bien definidas. El deprimente espectáculo que viene ofreciendo el PLRA, para la complacencia de sus adversarios políticos, debe llegar a su fin.