Sombrío avance de las fuerzas totalitarias en el mundo

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La ominosa invasión no provocada de la poderosa Rusia a la prácticamente indefensa Ucrania, pone al mundo en una situación delicadísima. El conflicto tendrá impacto en nuestro país por las exportaciones de carne a esa región y la suba del precio del petróleo, lo cual desde luego no es nada en comparación con la pérdida de vidas humanas y el terror en esta república del centro de Europa, muchos de cuyos hijos se establecieron y formaron laboriosas y prósperas familias en nuestra tierra. La historia nos demuestra una vez más lo trágicamente peligroso que es tolerar a regímenes autocráticos con líderes delirantes munidos de poderes absolutos.

La ominosa invasión no provocada de la poderosa Rusia a la prácticamente indefensa Ucrania pone al mundo en una situación delicadísima. El conflicto tendrá impacto en nuestro país por las exportaciones de carne a esa región y la suba del precio del petróleo, lo cual desde luego no es nada en comparación con la pérdida de vidas humanas y el terror en esta república del centro de Europa, solo un poco más grande que Paraguay, muchos de cuyos hijos se establecieron y formaron laboriosas y prósperas familias en nuestra tierra. Como notablemente observó el Premio Nobel de Economía Amartya Sen, nunca ha habido una guerra entre dos naciones democráticas. La historia nos demuestra una vez más lo trágicamente peligroso que es tolerar a regímenes autocráticos con líderes delirantes munidos de poderes absolutos.

Imposible no hacer paralelismos con Adolf Hitler y la Segunda Guerra Mundial. Con la quizás bien intencionada, pero a la postre desastrosa “política de apaciguamiento”, se le permitió a Hitler rearmarse hasta los dientes, predicar un agresivo pangermanismo y la reconstrucción de la “Gran Alemania” a costa de otros estados, exacerbar el ultranacionalismo, inmiscuirse en la Guerra Civil Española, anexar los Sudetes checoslovacos supuestamente para proteger a ciudadanos de origen alemán, argumentos calcados a los de ahora. Se creyó que con ello se sosegarían las ambiciones del tiránico canciller germano y que no pasaría de allí. Cuando se quisieron dar cuenta de lo contrario ya era demasiado tarde. Invadió Polonia, se apoderó de la mitad de Europa y desencadenó una guerra pavorosa, con 60 millones de muertos.

De la misma manera, a Vladimir Putin se le ha consentido todo, con el tremendo agravante de que está al frente de una potencia nuclear. El exagente de la KGB es el hombre fuerte de Rusia desde hace 23 años, en el curso de los cuales intervino militarmente en Chechenia a principios de los 2000, alentó la secesión e invadió Georgia en 2008, en circunstancias bastante similares a las actuales, y anexó la península ucraniana de Crimea en 2014, tomando por sorpresa a la comunidad internacional y pagando un ínfimo precio por esa flagrante violación del derecho internacional.

Internamente, si bien alega gozar de amplia mayoría, con apelaciones demagógicas al nacionalismo ruso y un cuidado culto a la personalidad, ha recurrido sistemáticamente al fraude electoral, al aplastamiento de la oposición, a las violaciones de los derechos humanos y de las libertades religiosas, al control de la libertad de expresión, a las abiertas persecuciones, a las duras restricciones a protestas pacíficas, cuando no directamente al asesinato, como los de la periodista Ana Politkóvskaya en 2006 y el del exespía e investigador del crimen organizado Aleksandr Litvinenko, envenenado con polonio-210 en plena Londres ese mismo año, entre muchos otros casos. Actualmente su principal adversario político, Alkséi Navalni, está preso y Putin gobierna prácticamente sin opositores, con apenas un puñado de diputados que solo fungen de tales con pretendidos fines legitimadores.

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Sin embargo, las potencias occidentales y el mundo han sido siempre condescendientes con él y se han dejado intimidar tanto por su poderío militar y nuclear como por los inmensos recursos naturales de su país, sobre todo en el área energética, a través de los cuales mantiene relaciones comerciales estratégicas, especialmente, con la Unión Europea.

Evelyn Farkas, quien era subsecretaria adjunta de Estados Unidos para Rusia, Ucrania y Eurasia cuando se produjo la incursión en Crimea en 2014, reconoció en un artículo en el New York Times que “nunca hubiéramos esperado que Putin tomara una acción tan arriesgada y descaradamente ilegal”. En aquel momento se impusieron sanciones que no lograron inclinar la balanza y en la práctica no se hizo mucho más que eso. Así como con Hitler y los Sudetes en 1938, en una versión moderna de la “política de apaciguamiento”, se hizo la vista gorda y se le dejó hacer, creyendo que allí terminaría su osadía. Por ejemplo, para no provocarlo, no se atrevieron a adelantar el ingreso de Ucrania a la OTAN, lo que habría permitido desplegar tropas de la Alianza Occidental para disuadir o contrarrestar la invasión. Y ahora que ha lanzado una ofensiva sobre todo el país, no solo en las provincias orientales prorrusas que afirma respaldar, después de haber negado durante semanas que esa fuera su intención y acusado de absurda paranoia a los organismos de inteligencia que lo advertían, la gran pregunta es si ya no será demasiado tarde.

Ya con los hechos consumados, el presidente Joe Biden ha dicho que el objetivo de Vladimir Putin es restablecer la Unión Soviética, que en su momento integraron 15 repúblicas en el territorio de lo que había sido el imperio ruso, hoy todas independientes y en peligro de volver a ser sojuzgadas. Tanto Estados Unidos como las principales potencias, con la importante excepción de China, que se mantiene expectante a ver qué tajada podrá sacar de todo esto, han anunciado paquetes de sanciones que, supuestamente, “dañarán seriamente” la capacidad de Rusia de competir en la economía mundial y de financiar su expansión militar.

Da la impresión de que esto debió hacerse mucho antes. Está por verse si estas medidas ya son tardías, si son aplicables, si serán efectivas y cuáles otras se podrán adoptar, pero si esta vez Vladimir Putin se sale con la suya, eso indudablemente alentará a las fuerzas totalitarias y probablemente viviremos en un mundo muy distinto al que conocemos, uno mucho peor.