BOGOTÁ (EFE). Presentar la fe religiosa para retar al virus es una estrategia muy común para distraer las responsabilidades propias de Gobierno y encontrar así el consuelo espiritual frente a los contagios terrenales por la pandemia.
El presidencialismo y la poca fortaleza institucional en América Latina son las bazas que facilitan el uso de la religión como panacea para la lucha contra una enfermedad que no distingue de razas ni credos pero que se ceba con los que menos tienen.
Pastores en las puertas
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, había nombrado (aunque luego lo desestimó) como nuevo ministro de Justicia y Seguridad Pública al abogado y pastor presbiteriano André de Almeida Mendoça, en reemplazo del exjuez Sergio Moro, quien renunció pasado denunciando “interferencias políticas” del jefe del Estado.
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El nombramiento de un ferviente evangélico (moderado), según los analistas no es anecdótico. No hay que olvidar que el lema que llevó a Bolsonaro a la Presidencia fue “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos” y que en su elección se dio una unión inédita de iglesias evangélicas.
Por tanto, no es extraño que, mientras aumenta la cifra de muertos en el país, Bolsonaro convoque a petición de las iglesias evangélicas días de ayuno y oración para liberar a Brasil de la epidemia del coronavirus.
Tampoco sorprende que la primera víctima política de esta fórmula para erradicar el virus fuera el propio ministro de Sanidad, Luz Henrique Mandetta, médico, católico y que defendía la cuarentena en las grandes ciudades frente a los rezos, ayunos y actos multitudinarios de las iglesias evangélicas.
El obispo Edir Macedo, líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios; Silsa Malafaia, de la Asamblea de la Victoria de Dios en Cristo; y Valdemiro Santiago, de la Iglesia Mundial del Poder de Dios, aplaudieron la dimisión del titular de Sanidad y jalearon la actitud de Bolsonaro. Pese a todo, el denominado “Coronafe” no ha conseguido frenar el avance del covid-19.
Más de 5.000 fallecidos, 66.501 casos confirmados y una curva de contagio en “fuerte ascenso” refuerza la proyección de que el pico de la pandemia se alcanzará entre mayo y junio.
Vuelve la cruz
Con no más de 1.000 casos registrados, la expansión del covid-19 en Bolivia está lejos de las cifras de Brasil.
Sin embargo, la actitud de su Gobierno tiene algunas similitudes. La presidenta interina de Bolivia, Jeanine Áñez, convocó a una jornada de oración y ayuno, para rogar a Dios ante la pandemia del coronavirus.
Esta es la tercera vez desde mediados de marzo que Áñez llama a rezar en medio de la pandemia, pero es la primera en que expresamente fija una jornada específica para los rezos.
Estos llamados a rezar son bienvenidos por las iglesias Católica y Evangélica de Bolivia, a la vez que son cuestionados desde otros sectores puesto que Bolivia es un Estado laico.
Áñez, que es evangélica, defiende su religiosidad ante esas críticas, tras recuperar en actos oficiales símbolos como la Biblia y el crucifijo, además de constantes alusiones a Dios en sus discursos, algo que había sido suprimido durante la época de Evo Morales en el poder.
“Señal de Dios”
En las antípodas políticas de Bolivia está Nicaragua. Pero las apelaciones a lo sagrado también son el pan nuestro de cada día.
Tanto es así que después de estar 34 días desaparecido de la vida pública, el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, salió en cadena nacional a mediados de abril para justificar sus políticas contra el coronavirus y dijo que la pandemia era “una señal de Dios” para cambiar el mundo.
Las llamadas a un poder superior se repiten en todo el continente. La Cámara de los Diputados de República Dominicana interrumpió su sesión para una oración, dirigida por la diputada Isabel de la Cruz, quien rogó a Dios que sane el país.
