La sombra peronista

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La gran nación argentina, inspirada en el avanzado pensamiento de Juan Bautista Alberdi, alcanzó uno de los más altos niveles de desarrollo mundial. No obstante, su excelencia civilizatoria fue víctima –con buena parte de Latinoamérica– del funesto caudillismo, tanto el de “montonera” gobernado desde el caballo, como el “institucionalizado” encarnado en Porfirio Díaz, Perón, Getulio, Velasco, Rojas Pinilla, Fidel, Chávez y Kirchner. El recuerdo del bárbaro Rosas, incivilizado pero inteligente y convincente comunicador, fue rescatado por Perón y sus huestes para proporcionar carne y sangre al irreductible populismo, su hechura más típica.

¿Dónde aprendieron Rosas y su rival conservador José María Paz, a redactar con tanta sindéresis? Paz estudió en la Universidad, tenía formación humanística y se preparó militarmente peleando al servicio del general Manuel Belgrano en las batallas emblemáticas de Tucumán y Salta. Pero Rosas era un estratega natural: sabía someter gentes con habilidad bélica, elocuencia y alianzas sutiles.

Uno era “unionista”, el otro, “federal”.

El primer caudillo moderno –llamémoslo así– fue Perón, la mejor expresión del militarismo americano en el siglo XX, si exceptuamos a Fidel Castro. Fue aliado de los nazis, de Franco, Trujillo y Pérez Jiménez y no obstante el utilitarismo revolucionario lo revistió con las galas de líder de izquierda. Protegido en España por el generalísimo Franco, dijo con cómico desparpajo:

Si los rusos me hubieran respaldado yo habría sido el primer Fidel Castro de América.

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Le creyeron. ¿Quiénes? Los que se lanzaron a construir un mastodonte político a partir de su nombre, del populismo, de la corrupción sin límites y del estatismo. No obstante, ninguno con más éxito que Néstor Kirchner.

Tres veces gobernador de Santa Cruz y alcalde de la capital de ese Estado construyó junto con su esposa Cristina, una versión propia de peronismo que ha sobrevivido a los disparates populistas y a la corrupción que sistemáticamente le imputan. Si así fuere, le cabría el retador grito de guerra peronista:

- Ladrón o no ladrón, queremos a Perón.

Bueno, ahí asoman de nuevo Néstor, Cristina y la sombra ominosa de Juan Domingo tras la tunda que acaban de propinarle a Mauricio Macri. No pocos esperaron que desde posiciones democráticas y liberales Macri sepultara para siempre la pesadilla del pasado. Confundían realidad y deseos.

Olvidando elementales reglas de la Política, Macri dio un brusco viraje que indigestó a los argentinos, infectados de paternalismo populista y nacionalismo excluyente. Perón fumigó el civilismo alberdiano con exacerbaciones militaristas.

Tras ganar las presidenciales de 1946 dominó los medios, dividió la Confederación de Trabajadores de Argentina (CTA) ilegalizando la parte que no se plegó a su control y dictó reformas legales influidas por las Constituciones democráticas de Cuba (1940) y Venezuela (1947), solo que mostrando una inequívoca voluntad autocrático-fascista, por cierto, hábilmente administrada.

Pintoresca fue la manera como Eva Duarte de Perón ayudó a acrecentar la popularidad de su marido y también del populismo, condenando a la larga a un personaje a quien amó hasta el delirio sin que pueda asegurarse que fuera plenamente correspondida.

Eva se adueñó de la incondicional simpatía de sus seguidores. Los llamaba “sus descamisados”, “sus cabecitas negras”. Desde la denominada Fundación Eva Perón entregaba regalos y dádivas. La fila humana nunca menguaba. ¿Fue esa una causal de su prematura muerte?

¿Y usted qué necesita?

¿Yo? Un colchón

¿Solo eso?

Sí, solo eso

¿Y lo va a poner en el suelo? ¡Llévese la cama también!

No creo que Alberto Fernández, probable ganador de las presidenciales, se esclavizará a semejante modelo.

¡Ah, pero no llores por mí Argentina! [©FIRMAS PRESS]