Fiesta de la familia

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Para quienes hemos vivido una niñez de magia y encanto, las fiestas navideñas constituyen un acontecimiento único y especial, que a medida que pasan los años las recordamos con nostalgia y dulce alegría. Nos transportamos a esos días previos de la celebración en que ya íbamos a cortar el ka’avove’i en el bosque más cercano para construir el pesebre. También juntábamos pasto verde donde ubicaríamos la Sagrada Familia: María, el Niño y José. Desempolvábamos las otras figuras que pertenecían a los Reyes Magos, las ovejas y su Pastor, el gallito y las vacas del establo. El cerro estaba hecho de piedras que buscábamos en los arroyos y una fuente de agua por la esquinita, si por ahí los camellos llegaban con sed, después de cruzar largos desiertos y llegar hasta Belén.

Una estrella, más bien un cometa lo confeccionábamos días antes con papel brillante y pendía en lo alto para guiar a Gaspar, Melchor y Baltasar hacia el sitio sagrado donde nacería el Niño Dios.

En nuestro pesebre típico colgaban uvas verdes y lilas; huevos pintados de codorniz y globos dorados. En la puerta flores de coco aromaban el ambiente y caían en lluvias doradas y fragantes junto a sandías rojas, melones amarillos, piñas y bananas en racimos naturales y a punto de madurar.

Estas fiestas tenían un profundo significado religioso para todos. Era el cumpleaños de Jesús. Por lo tanto preparábamos las casas, limpiando, cortando el césped, podando y colocando luces. El menú era muy sencillo entonces y todo hecho en casa. Los chicos nos levantábamos temprano para moler la harina de maíz previamente cocinada y comprada del mercado central. O podía ser maíz cultivado en la chacra por la familia y que un mes antes, ya se cosechaba y se dejaba secar para estar a punto. Los choclos eran los tiernos y frescos ideales para un delicioso chipa guasu. Y no faltaban las gallinas caseras para introducir en el tatakua y tener un increíble ryguasu ka’ê. Asado de gallina con sopa o chipa guasu era el plato acostumbrado. Existían familias que sacrificaban chanchos criados durante un año en el fondo de la casa y que pobrecitos iban a parar al tatakua, al mediodía del 24 de diciembre. Otros mataban ovejas o cabritos, para saborear esa noche festejando el cumpleaños de Jesús.

Claro que sí, no faltaba el clericó que nos ofrecían en las visitas para observar los mejores pesebres. Nosotros ya conocíamos dónde estaban los más exquisitos y corríamos por llegar primero. El clericó es una bebida tradicional que se prepara con vino tinto, piñas, manzanas, melones, uvas y bananas. Se le agregaba mucho hielo porque la Nochebuena cae en pleno verano en estos lados del hemisferio.

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Y por supuesto que rezábamos y cantábamos villancicos maravillosos y el de Mercedes Jané “Navidad de flor de coco. Navidad del Paraguay...”.

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