Persistente descalabro

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Una de las situaciones más apremiantes para nuestro país es que no solo no disminuyen las sospechas de que se cometen robos discrecionalmente en diferentes instituciones públicas, tanto descentralizadas o dependientes del gobierno central, sino que ellas aumentan considerablemente al mismo ritmo que el transcurrir de los días.

A muchos ciudadanos aquello preocupa y hace temer que desencadene un caos que sea difícil de resolver, como sucedió en Venezuela, Nicaragua y varios territorios más. A otros pobladores, aunque estén informados sobre la pésima administración estatal existente a causa del latrocinio mencionado, sea este disimulado o no, ello les tiene sin cuidado tal vez porque ya lo consideran “normal” o porque ya no creen que la honestidad sea un valor que aún exista en la claque que se hace llamar “autoridad pública” y acapara todos los estamentos oficiales, de los cuales sacan provecho personal, familiar o grupal, desangrando el erario hasta más no poder de las formas más ruines posibles.

Meten la mano en los cofres públicos sin miramientos, por ejemplo, para entregar elevados sueldos a personas que en nada contribuyen desde sus cargos en la búsqueda de mejores perspectivas de vida para la población, a quienes incluso otorgan sobresueldos, premios, etcétera, y para colmo sus instituciones no funcionan, no cumplen casi con la misión que tienen.

Y el fondo de la cuestión sería que quienes encabezan la administración del país no tienen las suficientes cualidades o entereza como para exigir que acabe la sinvergüencía, la ruindad, el escamoteo del dinero que difícilmente recauda el Tesoro o que reciben los organismos descentralizados, como las municipalidades, pocas de las cuales son manejadas dignamente, la gran mayoría solo son usadas para los más viles planes de quienes se hacen pasar por políticos.

Dan vergüenza los casos de los jefes municipales que ni siquiera rinden cuentas de cómo gastaron lo recibido del Fonacide o royalties, algunos de los cuales gozan del encubrimiento de muchos jerarcas partidarios, a cambio de quién sabe qué, y a quienes es imposible denominar líderes o dirigentes porque no lo son, pues nada dirigen, nada lideran, ni siquiera intentan sancionar a sus correligionarios que fueron descubiertos en esos robos.

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Y el partido de gobierno, debido a que privilegia a lisonjeros o hurreros para darles cargos de relevancia en la función oficial, está creando una generación de ciudadanos que no hará el menor esfuerzo para sobresalir mediante el trabajo arduo y eficiente, lo cual será difícil corregir.

gustavo.ortiz@abc.com.py