Atolladero

En una sociedad que se rige por los más elementales principios de justicia y democracia el interés general prima por sobre el interés particular. Es una fórmula elemental que nos permite vivir en términos pacíficos en una sociedad que, como es sabido, se desenvuelve en permanente conflicto.

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Esta norma universal no necesariamente se aplica en nuestro país, donde alguien alguna vez lo calificó como el “cementerio de todas las teorías políticas”, pues, por algún extraño designio de los dioses, la única ley universal que se cumple aquí es la ley de la gravedad, hasta incluso con ciertos reparos.

Por lo usual, las leyes que se imponen son las del ñembotavy, el pokarê (y, si no, pregunten a nuestra “clase” política), la del mbarete (ídem), entre otras leyes por el estilo, las cuales no precisamente son útiles y hábiles para construir una sociedad justa, democrática y transparente.

La reflexión viene a cuento de lo que está ocurriendo actualmente en el acceso al puente internacional “San Roque González de Santa Cruz“, una de las principales entradas desde el exterior hacia nuestro país, donde la Comuna de Encarnación está haciendo un enorme esfuerzo para introducir un cierto ordenamiento.

Este sector de entrada a la capital de Itapúa ofrece un aspecto lamentable, poco digno de una ciudad que se precia de culta, moderna, “capital del turismo”, “capital del carnaval”, entre otros apelativos similares.

La primera impresión que uno se lleva poco después de trasponer la aduana paraguaya es la de ingresar a un mundo grotesco, donde se entremezclan desde el humo de los asaditos hechos con absoluto desapego a las normas de higiene hasta las motos en alocados desplazamientos a las que hay que esquivar, además de toparse con “gestores” que ofrecen a los automovilistas –atormentados en una interminable “cola” para cruzar el puente– la posibilidad de adelantarse a otros mediante el pago de una “cometa” a algún funcionario encargado precisamente de evitar este tipo de situaciones.

Ni hablar de la basura desparramada por doquier, de aguas servidas circulando por las cunetas y calles, y los insufribles vendedores que literalmente atosigan a los transeúntes, automovilistas y cualquier mortal que se les cruce en el camino con sus “ofertas” de perfumes falsos, ropa interior, almohadas, hasta muñecos del popular personaje animado “Shrek”. 

El ordenamiento del sector de acceso al puente internacional, y del circuito comercial en general, siempre fue un “pelota tata” al que los sucesivos intendentes le esquivaron el cuerpo, porque no es precisamente muy “popular” entrar en una “pelea” con un sector que esgrime como principal argumento su condición de “pobres que necesitan trabajar”, como si esto fuera suficiente argumento para tirar por tierra el orden, la limpieza y la convivencia en términos de seres civilizados.

A estos se suman los gritos de los dueños de comercios, quienes con el argumento de que “pagan impuestos” se creen dueños del sector y exigen que, literalmente, los clientes estacionen sus vehículos en la puerta de sus comercios.

Esta circunstancia hace que el municipio se vea en aquella situación de “palo porque bogas, palo porque no bogas”. Lo cierto y concreto es que se impone la necesidad de mejorar el aspecto de la ciudad de Encarnación, ordenar y prevenir situaciones que cada vez irán empeorando, a riesgo incluso de la seguridad de las personas que circulan por el lugar.

jaroa@aba.com.py

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