El precio de un Nobel

El fanfarrón barato que tuvimos ocho años por presidente nos ha salido carísimo. Cada uno dirá para su capote dónde estuvo lo más costoso de esta comedia. Para nosotros no cabe duda. Convertir a Colombia en el mar de coca del que hablara el procurador Carrillo fue la peor parte de esta grotesca función.

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Santos quería un Premio Nobel, con la pasión con que cualquier mocoso quiere el más apasionado de sus caprichos. Y las FARC tenían la llave de ese cuartucho, dispuesta a usarla, pero con alto costo. Y Santos no vaciló.

Peor que perdonar sin castigo sus infames delitos; peor que entregarles el manejo del país; peor que regalarles curules en el Congreso; peor que organizarles una Rama Judicial para absolverlos y condenar a sus enemigos; peor que convertir la Constitución en juguete de sus apetitos; peor que todo eso y mucho más fue entregarles sin apremios el manejo de la cocaína y convertir a Colombia en el más abyecto de los narcopaíses del mundo.

Santos pavimentó la carretera de la coca con cuanto sello asfáltico exigieron las FARC: 

Primero, fue poner la condición de que desaparecieran los bombardeos a sus campamentos. Santos aceptó.

Segundo, que se eliminaran las fumigaciones aéreas sobre los campos sembrados de coca. Santos ordenó suspender las fumigaciones.

Tercero, fue disponer que no hubiese extradición para cuanto bandido cocalero fuese solicitado por las Cortes de los Estados Unidos. Santos se comprometió a negar esas extradiciones.

Lo cuarto fue convertir en delitos conexos –con los llamados políticos, la rebelión, la sedición y la asonada– el delito de narcotráfico.

La quinta condición fue la de enredar la Ley de Extinción de Dominio, de modo que se les garantizara la propiedad sobre las inmensas fortunas que consiguieron, y seguirán acumulando, con la cocaína.

La sexta fue la de no molestarles sus rutas y embarques con la intervención del Ejército.

Santos se plegó a todo. Y se ganó el Premio Nobel metiéndole al mundo la mentira de que había logrado conquistar la paz y acabar la guerra en un país que la había padecido cincuenta años. Y convirtió a Colombia en un mar de coca.

La Paz se disfrazó como el fin de un eterno conflicto con una organización guerrillera marxista leninista, fundada para proteger el campo de la burguesía capitalista. Pues ni las FARC sabían qué diablos era el marxismo leninismo, ni terminaron el conflicto. Porque viva la causa de la tragedia colombiana –la cocaína– nada se conseguía con todo ese aparato, con todos esos sacrificios, con todas esas claudicaciones.

Colombia está convertida en un mar de coca. Santos juró, con uno de esos juramentos que llenaron de ira al Cielo, que las FARC serían las aliadas del Gobierno para combatir a los cocaleros. Por supuesto que era al revés. Santos ganaría el Nobel y las FARC la cocaína y el dinero que la cocaína vale, siendo ese uno de los mayores negocios del mundo.

Esa simonía tiene un precio. Que es el que hemos pagado por cuotas y ahora nos pasarán la cuenta por el remanente.

La cocaína se cuadruplicó, cuando menos, en estos ocho años. Y con la cocaína más que se cuadruplicó la inseguridad en los campos y las ciudades. El narcotráfico es toda una manera de vivir, una concepción mafiosa de la existencia. Por eso se rompieron los diques de la corrupción y se perdieron los límites del delito. Los delincuentes no tienen medida en su osadía, mientras los jueces no libran una batalla que saben perdida de antemano. ¿Para qué? 

El narcotráfico acabó los tesoros ecológicos de Colombia. Los parques naturales muestran al viajero las heridas de la cocaína. Los ríos son pantanos inmundos poblados de mercurio y no de agua, porque la minería ilegal es hermana del narcotráfico y propiedad de las FARC.

La agricultura no puede competir con el cultivo de la coca. No quedó en la ladera andina quién siembre ni recoja el café. Los jóvenes se fueron a sembrar y raspar y traficar coca 

El contrabando se multiplicó exponencialmente y liquidó la industria, empezando por la mediana y la pequeña que no puede competir con productos subfacturados, llegados contra el pago de dólares que no valen nada.

Como el eje del ingreso del Gobierno es la economía lícita, el traslado hacia la economía negra obligó al Gobierno a llenar de impuestos una sociedad agónica, que no tiene cómo pagarlos. El déficit fiscal es insoportable.

Los jóvenes no encuentran empleo y se van del país o se alistan en cualquier empresa criminal o suicida.

Y nos quedaría mucha tragedia por descubrir, si tiempo y espacio tuviéramos. Nos basta, llegados a este punto, volver atrás y decir, con desconsolada ira, que el Nobel de Santos resultó carito. Costó un país entero. [©FIRMAS PRESS] 

*Abogado, ministro en el gabinete del expresidente Álvaro Uribe.

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