Elogio de la mandioca

Para asombro y desconcierto de mucha gente ha trascurrido el Día Nacional de la Mandioca sin solemnidades oficiales ni bullicios populares. Este “tubérculo divino” –como seguramente le llamaría aquel recordado sindicalista de Stroessner, Sotero Ledesma– posee o da derivados con diversos nombres a lo largo de América, como guacamota, yuca, aipim, tapioca, casabe, farofa; aunque su denominación botánica, manihot esculenta, proviene etimológicamente del vocablo guaraní, mandi’o, lo que nos vincula mucho mejor con ella.

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Muchas variedades se dan a lo largo de la América tropical, componiendo uno de los principales alimentos de la frugal despensa de los indígenas americanos; entre ellos, naturalmente, los nuestros, a los que, según el padre Pedro Lozano, el apóstol Santo Tomás fue quien enseñó a cultivarla, en lo cual eso de “divino” podría hallar su sentido literal y no solo el soterístico y ledésmico.

A falta de cereales con qué hacer pan, los conquistadores ibéricos la adoptaron, aunque muy a desgano. Ulrich Schmidl la entendió mannderoch y así la escribió; él ya sabía que solo las del lado oriental se podían comer, pues las chaqueñas eran venenosas. El componente que les da esta característica es el ácido cianhídrico, que, en mayor o menor concentración, todas las variedades poseen, aunque la culinaria indígena sabe tornarlo inocuo mediante hervores prolongados.

Según referencias científicas, si abusamos de la mandioca, nuestros sistemas enzimáticos y el aprovechamiento fisiológico de las vitaminas pueden ser anulados por la toxicidad del cianuro, produciendo malas consecuencias como la desnutrición y, sobre todo, el cretinismo, acerca de los cuales los paraguayos podríamos dictar algunas cátedras magistrales en aulas de Medicina y de Ciencias Políticas.

Pocos saben que a la mandioca también le estaba reservado jugar un papel histórico protagonístico en este país, al llegar a formar parte de la épica conocida como “transición a la democracia”. Poco antes de derrocado el régimen de Stroessner, algunos colorados “mopoco”, que habían padecido prolongado y penoso exilio en el Río de la Plata, retornaron. Después del 3 de febrero de 1989 se reintegraron a la política activa.

En aquel momento, los colorados se reconocían en tres grupos: los “militantes stronistas” (algunos pocos de ellos presos y los demás aguardando, muy quedos, a que la pitonisa les predijera el futuro inmediato). Luego estaban los “tradicionalistas”, flamantes demócratas que cambiaban sus rudas y embarradas botas autoritarias por jogging shoes, entrenándose para iniciar su rauda carrera hacia la democracia. Y, finalmente, los “mopocos”, recién llegados del sur. Estos dos últimos grupos serían inicialmente los únicos competidores, hasta tanto los “militantes” descifraran el oráculo, curasen sus lesiones y retornaran a la lisa.

Tan pronto se iniciaron las campañas y comenzaron a menudear asados, polladas, chorizadas, pasteleadas, batiburrillos y demás actividades cívico-gastronómicas, comenzaron a emerger a la luz algunos signos externos que vendrían a develar ante el público diferencias sustantivas entre los dos contendientes. Se hizo manifiesto que los “mopoco” comían el asado con pan, mientras que los tradicionalistas lo comían con mandioca. Los primeros resultados electorales resultaron catastróficos para los consumidores de asado con pan. El análisis posterior develó un dato elocuente: los “mopoco”, que del Plata trajeron consigo la polca y los pañuelos, olvidaron sin embargo la mandioca. Privada de esa pata, su estructura ideológica y programática se derrumbó irremisiblemente.

En la actualidad aún subsisten políticos que en banquetes partidarios acompañan el asado con pan, aunque solapadamente, en rincones alejados y con suma prudencia. Hay aventureros que agravan el riesgo sustituyendo la cerveza por el vino, abriendo un segundo frente de colonización cultural salvaje. Habrá que ver cómo les va.

El papel de la manihot esculenta en la gastronomía electoral es aún asunto muy descuidado, pese a su evidente relevancia, en especial en esta época, cuando la administración de la cosa pública y la digestión de la mandioca se realizan con el mismo órgano; y cuando ya se adoptó como eslogan partidario y divisa filosófica cardinal aquel sabio aforismo italiano: “Mangia bene, caca forte, e non aver paura della morte”. Come bien, defeca fuerte, y no tendrás miedo a la muerte.

glaterza@abc.com.py

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