Las joyas más valiosas

Constituyen un verdadero tesoro, con significado afectivo para la familia, las joyas que pertenecieron a las abuelas.

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Guardamos esos preciados objetos en la caja fuerte o en sencillos alhajeros en el cajón del escritorio: anillos, aros, pulseras, cadenillas o collares de perlas. De vez en cuando, con mucho cuidado, como si se tratara de algún secreto, echamos un rápido vistazo, a ver si las alhajas siguen en su lugar. Hijas o nietas las lucen en ocasiones especiales. Casi siempre en bodas, para perpetuar el recuerdo de sus dueñas, otorgándoles un símbolo de buena suerte.

Hoy nos referimos a otras joyas, tan valiosas, más ricas o enriquecedoras que nos dejaron aquellas madres de nuestras madres, y que se pueden ver, no en el brazo, en el dedo, en el cuello o en las orejas, sino en nuestras actitudes, conductas, gestos, carácter o la forma de ver la vida y relacionarnos con el entorno. Sí, en estos tiempos de apuro, celulares, juegos electrónicos y comidas chatarras, recordemos cómo compartimos con aquellas personas divinas y encantadoras, etapas del crecimiento que quedaron registradas para siempre, en la memoria.

La infinita paciencia que tuvieron es uno de esos rasgos inolvidables. Todo el tiempo y el amor para preparar tortas, bocaditos y platos deliciosos. No solo para fiestas, colaciones o cumpleaños, sino cualquier día de la semana; sábados, domingos o feriados. Ni qué decir de la ilusión y la ansiedad que nos embargaba cuando esperábamos sus visitas o nos sorprendían con una llegada inesperada. Juguetes, ropas o golosinas salían de bolsos, paquetes o carteras, llenando de emoción y alegría los corazoncitos. Quizás eran las auténticas Santa Claus, y las reinas de cada 6 de enero, durante nuestra tierna infancia. Siempre, siempre, estuvieron con sorpresas y regalos.

Otro detalle, que ya no se practica en los tiempos actuales es la lectura de los cuentos.

Antes de dormir o a cualquier hora del día, nos deleitaban con relatos fantásticos, sacados de un libro o de su imaginación. Aparte de los cuentos clásicos, Blanca Nieves, Caperucita o Cenicienta, sabían de memoria, muchas otras historias. Si hoy nos ponemos a contar estas narraciones, los pequeños se sorprenderían mucho, pues podrían preguntarse, porqué simplemente Caperucita no llamó a la abuela, por celular, para avisar acerca del peligro de ser atacada por el lobo feroz. O qué sentido tendría el arduo trabajo de Cenicienta, pues ella ahorraría mucho usando una aspiradora. En fin, son interrogantes que se plantearían, porque esos cuentos son antiguos y están desfasados, por la modernidad.

Ojalá la literatura infantil se adapte a estas épocas, y no pierda la magia y la imaginación para despertar la curiosidad y desarrollar la creatividad. El hábito de la lectura va disminuyendo por los avances tecnológicos. Importa preservarlo, pues ayuda en el uso correcto del lenguaje oral y escrito.

Estas joyas espirituales que heredamos de las abuelas marcaron nuestras existencias. Adultas, o a punto de ser abuelas, pensamos y nos recreamos en aquellos tiempos felices. Juegos, regalos, paseos, cuentos, comidas, postres o helados; todos tienen el sello de las personas que nos dieron tanto amor y ternura. Mucho cambió, pero los afectos, por suerte, no pasan de moda. Todos los días hay que inventar algo nuevo, para expresar el amor. El amor, que viene del corazón.

blila.gayoso@hotmail.com

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