A partir de ese momento, la actividad se redujo a las guardias y patrullas; a la atención de la gente y a la preparación o mantenimiento de las armas para los que pudieran ponerse de pie o, eventualmente usarlas, cuando se produjera el ataque de los brasileños. Los víveres se habían agotado ya desde antes del arribo al lugar y se había vuelto dramáticamente urgente hacerse de algún alimento, o de algo que se le pareciera, para llevar a la boca.
De acuerdo al recuento realizado, la población del campamento no llegaría al millar de personas, entre combatientes –jefes, oficiales y tropa–, los heridos, enfermos y los que, sin estar afectados por alguna dolencia, se hallaban postrados por la extrema debilidad. Otros grupos más se hallaban constituidos de sacerdotes, sirvientes y población civil compuesta de mujeres, ancianos y niños.
La comitiva del Mariscal
Llegado a Cerro Corá, la comitiva del Mariscal se componía del vicepresidente Francisco Sánchez, quien a los 81 años de edad sería muerto durante el asalto; el mayor Gaspar Estigarribia y los capitanes Francisco Bareiro y Francisco Argüello, también serían muertos. Y completaban el elenco de López el doctor Federico Skinner y el teniente Sabas Riquelme, además de cuatro sirvientas, 16 sirvientes y dos rancheros.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
Skinner, inglés, cirujano de tropas desde 1861, falleció en Paraguay mucho después de finalizada la contienda. Era el último de los profesionales europeos contratados que aún formaba parte del contingente. Entre sus intervenciones médicas más destacadas se encontraba el haber amputado la pierna al general José Eduvigis Díaz, tras el ataque brasileño del 26 de enero de 1867.
Entre todos los Jefes que llegaron, el general Bernardino Caballero había conservado la mayor dotación: nueve oficiales y un alférez bajo su mando. Estos se salvarían del ataque brasileño augurado como inminente, debido a una orden del Mariscal que los alejó del campamento para “buscar ganado”.
La comitiva del general Francisco Isidoro Resquín se reducía a cuatro oficiales y dos alféreces. El general Francisco Roa quedó en “la boca del Chirigüelo” con dos oficiales y un alférez. Este jefe sería degollado por los brasileños el 4 de marzo, cuando la guerra había concluido pero ya comenzaba “la civilización” que la trajo como excusa.
El general José María Delgado estaba solo, no le quedaba siquiera un asistente. Mientras que de la comitiva del Ministro de Guerra, coronel Luis Caminos, solo quedaba el alférez 1º Victoriano Silva como único componente. Caminos también sería ultimado en la refriega del 1º de marzo.
En el registro del primogénito del Mariscal, se encontró igualmente la lista de otros jefes y oficiales de las tres armas, escoltas de la mayoría, agregados, ayudantes del Cuartel General, capellanes y cirujanos, los que totalizaban 24 jefes y 38 oficiales.
En cuanto al resto de la familia López todavía en marcha, la madre del Mariscal Doña Juana Pabla Carrillo de López y sus hijas Rafaela e Inocencia, permanecían recluidas en una carreta. Distante de ellas –a unos 900 metros– en un carruaje tirado por bueyes acampaba Elisa Lynch y sus hijos Enrique, Carlos Honorio, Federico Morgan y Leopoldo; con la compañía de Rosita Carreras e Isidora Díaz. Esta era hermana del general José E. Díaz y asistente personal de Elisa para el cuidado de sus hijos. Rosita, una de las hijas del Mariscal fuera de su relación con la irlandesa, tenía previsto contraer matrimonio con el coronel Juan
C. Centurión en aquella mañana del 1º de marzo. No pudo ser …. I.
Los precisos detalles consignados entre los papeles de Panchito López después de que fuera muerto en Cerro Corá revelan, más allá de dudas, no solo la paupérrima condición del ejército paraguayo al llegar a aquel último escalón de su martirio, sino también el número exacto de sus componentes, indumentaria y armas.
En cuanto a lo primero, algunos de los jefes se encontraban ya “...sin tropas que comandar.
Sus divisiones, regimientos y batallones se habían extinguido en cinco años de duro batallar, y (…) por efectos de las penurias de todo orden en las marchas a través del desierto”, de acuerdo al relato del alférez Manuel Zarza y que el historiador Efraím Cardozo consigna en su “Hace 100 años” (Vol. XIII, pág. 384)
jorgerubiani@gmail.com
