Como el pan dulce para el paladar o el pesebre para la vista, el aroma de flor de coco anuncia en el olfato de los paraguayos la llegada de las fiestas de fin de año. Es el olor de nuestra Navidad, aunque hay que preguntarse cuánto tiempo más podremos hinchar a tope el pecho y disfrutarlo. Pese a que el cocotero o mbokaja (Acrocomia aculeata) –la planta de la que se obtiene la flor– es una especie clasificada bajo la categoría de Preocupación Menor por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), los expertos advierten que no hay que descuidar esta especie.
No se sabe a ciencia cierta cuántos cocoteros quedan. Un estudio de 1987 daba una estimación de 5 a 6 millones de mbokaja en el país, más específicamente en la región Oriental, que es su área de distribución. Carlos Loup, doctor en química industrial y estudioso del coco, en cambio, habla de 10 millones. Todos coinciden, sin embargo, en que la pérdida del hábitat, a causa de la deforestación, y el escaso interés en cultivarlo atentan contra su desarrollo. Al no reponerse la planta, solo se hace uso de las que quedan, cuya productividad también se va degradando con los años.
El mbokaja es una de las plantas más útiles en Paraguay. Cuentan Irene Gauto y Fred W. Stauffer en el libro Palmeras del Paraguay, que además de la flor que compramos para adornar el pesebre y perfumar la casa, todas las partes de esta especie son utilizadas. “Las fibras de las hojas se emplean en la fabricación de cuerdas, hamacas y vestimentas. Las hojas son aprovechadas como forraje animal. Los frutos son comestibles y la materia grasa contenida en las semillas es empleada por las industrias aceiteras. El aceite es utilizado en la fabricación de jabón y cosméticos, y en la industria médica”. Y hay más: la madera del cocotero sirve en las construcciones rurales, mientras que las raíces, las hojas y las plantas jóvenes (plántulas) tienen uso en la medicina tradicional, como diuréticos y contra las infecciones urinarias.
No es un árbol
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La Acrocomia aculeata no es un árbol, sino una de las 2600 especies de palmeras que se conocen en el mundo. A diferencia de los árboles, las palmeras carecen de un tronco leñoso con los anillos típicos que marcan el crecimiento anual. El tronco de la palmera se llama estípite y nace de los restos de las hojas de generaciones anteriores. Esta especie pertenece a la familia palmae y puede llegar a medir hasta 25 metros de altura.
La flor del coco no solo es la parte más colorida y fragante de esta especie. Rosa Degen, jefa del Departamento de Botánica de la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Nacional de Asunción (UNA), destaca que de cada inflorescencia (ramillete de flores) se desarrollan los frutos al año siguiente, “por eso extraer las flores puede ser un riesgo para el desarrollo de esta palmera”.
Las flores blancoamarillentas se desarrollan dentro de una espata pelosa y espinosa que se abre naturalmente desde finales de octubre hasta diciembre. Un mbokaja puede tener de 6 a 8 inflorescencias, pero los frutos recién maduran en 13 a 14 meses. Por eso, “puede verse en una misma palmera las inflorescencias y las infrutescencias (los frutos), siendo estas últimas las generadas por la floración del año anterior”, dice Degen.
Cultivar es la solución
¿Qué hacer para proteger la especie? Los especialistas se concentran en dos respuestas: incentivar el cultivo y la explotación sustentable. “Los plantines que se cultivan proceden de las plantas nativas, ya que no se cultiva desde las semillas. También se deben estudiar los métodos de cosecha, así como crear una cámara del mbokaja para dar a conocer los conocimientos que se tienen y poder mejorar la producción”, considera Degen.
Loup recuerda que desde el año 2011 existe la Ley 4309, que declara de interés nacional la forestación o reforestación del mbokaja. Sin embargo, “nada se ha hecho al respecto. Las industrias aceiteras que viven del coco no han reforestado, ni tampoco se incentiva esa práctica en el pequeño productor”. Como resultado, “de las 17 fábricas que existían en los 80, hoy solo funcionan 5. La industria aceitera muere en 5 años si no se hace una reforestación”.
El experto considera que la explotación del coco puede ser sumamente rentable. “Cada hectárea cultivada puede dar un ingreso al productor de hasta G. 10.500.000 al precio de hoy”, que para el campesino puede representar un dinero importante. Además, la Acrocomia aculeata convive armónicamente con otras plantaciones (mandioca, poroto, sésamo, etcétera), lo que puede hacer aún más rentable la producción. “Si a eso le agregamos la apicultura, la producción del coco aumentará en un 30% por acción de las abejas como agentes polinizadores”. Estas tres combinaciones: cocotero, cultivo y apicultura dan como resultado lo que Loup llama un “kokue (chacra) de tres pisos”, una inteligente manera de aprovechar recursos naturales. Mientras llega la Navidad, disfrutemos del aroma de la flor de coco, pero sin perder de vista la sobrevivencia de la planta.
Palmera poco apreciada
El desarrollo inmobiliario también se lleva muchos cocoteros. Cuando se construye una casa, por lo general se derriban estas plantas, porque –a diferencia de otras palmeras– la Acrocomia aculeata no es considerada estética (es un mero palo largo) ni segura (por sus espinas).
• Foto ABC Color/Archivo.
