Con las manos vacías y luciendo un kasõ mbyky (pantalón corto), partió don Pedro Juan Giménez desde su natal Caazapá al Chaco, a finales de 1934. Fue con un pariente lejano que había vuelto desde el campo de batalla y lo invitó a unirse a la lucha, ya que nuestro país había perdido demasiados soldados. A pesar de su corta edad y con el apoyo de su familia, decidió partir.
Don Pedro comenta que hizo muchos amigos de camino al Chaco y en los campamentos, donde a veces se reunían por las noches a contar anécdotas de las jornadas vividas. A él, que con orgullo vistió el uniforme verde olivo que le entregaron, no le tocó pelear directamente, tal vez por la corta edad que tenía -comenta-, así que su misión primero fue cuidar la retaguardia en una casilla alta ubicada en Presidente Hayes, en la que los días se hacían interminables. Pero en las reuniones nocturnas, podía ver en los ojos de sus camaradas el brillo y la adrenalina del combate. En esos debates entendió que su destino, al igual que el de los miles de compatriotas que fueron al Chaco, era incierto.
Muy pronto, su tarea específica pasó a ser el cuidado de un teniente que había sido herido en una batalla, don Pedro comenta que el apellido era Estigarribia, pero ya no recuerda su nombre. Por la gravedad de sus heridas, el superior requería de constante cuidado. Entonces, el pequeño soldado se encargó de velar por su salud día y noche.
Cuando llegó el momento de separarse, a pesar del alivio por la pronta recuperación del mburuvicha, una gran tristeza invadió a Pedro, ya que se había creado un fuerte lazo entre ambos y fuera del regimiento, el peligro era constante.
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Los días eran difíciles: aunque la comida y el agua no escaseaban como en otras regiones, durante toda la jornada e incluso en las noches, se podían oír las explosiones a lo lejos. “Pasaba los días en mi puesto, viendo el árido paisaje chaqueño que a veces hacía que se nuble un poco la vista, especialmente por las tardes cuando el sol me daba directo en el rostro, pero debía seguir atento a todos los movimientos. El miedo era constante”, afirmó.
El joven volvió a su puesto en la retaguardia y allí, varias veces estuvo muy cerca de ser capturado por los bolivianos, quienes venían con sus potentes armas a destruir todo lo que encontraban. Una vez, comenta, entregó su guardia media hora antes que de costumbre, ya que su relevo llegó muy temprano y cuando salía, a pasos del puesto, oyó el potente disparo que ultimó a su camarada. “En ese momento, yo me di cuenta de que volvería vivo y sano a mi hogar”, expresó.
Pedro pasó 8 meses con el uniforme verde olivo en tierras chaqueñas, luego del anuncio del fin de la contienda, no cabía en sí de la emoción. Volvió a Asunción, pero no pudo ir a su casa, ya que le quedaba más de un año de servicio militar obligatorio por cumplir, recién después de esto fue a afincarse de nuevo a su pueblo natal, donde más tarde formó su familia.
Hoy, todavía le parece escuchar bombardeos, desde su casa en San Juan Nepomuceno y aunque gran parte de sus recuerdos sobre la guerra se han ido, tiene marcadas imágenes que no borrará de su mente. “Algunas son tristes, pero la mayoría es la de mis camaradas que con gallardía defendieron a su tierra en la difícil selva chaqueña”, finalizó.
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