Naturaleza creativa

El buen ojo de María Cristina Romero plasma los colores de los paisajes del Paraguay, como “lapachos únicos, esteros transparentes, ranchos estremecedores, casonas olvidadas y un cielo azul inigualable”. Su colección Aquí nací-Paraguay es un grito a la conservación del hábitat y llega a Nueva York para una primera exposición.

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María Cristina Romero nació “en un pueblito de campo”, Santiago (Misiones). Allí transcurrió su infancia y parte de su juventud. El arte afloró en esa niñez y adolescencia, viendo cómo de las manos de su madre, con tres frasquitos de óleo, un pincel y pequeños pedazos de papel blanco perlado, brotaban las más espléndidas violetas. “Así fabricaba las tarjetas de felicitaciones más hermosas que vi en mi vida... Ella tenía manos de hadas y mi deseo de colaborar con la fabricación era tal que me permitía hacerles los agujeritos al borde con una pequeña aguja. Una vez terminada, quedaban como delicados encajes. Mi colaboración era remunerada con una tarjeta para mi padre, en la que escribía los versos más hermosos que me salían del alma, y otra para el abuelo Santiago, quien venía cada tanto a visitarnos”, rememora la artista.

Esa vocación artística, lejos de esfumarse, cobró fuerza con los años. Tanto era su deseo de pintar que, al venir a Asunción para seguir sus estudios universitarios, no perdió la oportunidad de visitar galerías o exposiciones de artistas nacionales, “que retrataban cual poesía los paisajes más bellos del Paraguay y juraba que algún día tendría la ocasión de ser artífice de algunos de ellos”.

María Cristina se reconoce como impetuosa, constante por conseguir sus metas. “Quizá, movida por esa chispa interior que lleva el artista y solo muere con su vida, hoy puedo decir ‘lo logré’. Una vez más puedo confirmar que la mano de Dios para cumplir sus propósitos, con cada uno de nosotros, está ahí y solo hay que tomarla. Te digo esto porque viviendo en Ciudad del Este, hace ocho años, se ubicó a media cuadra de mi casa un pintor de los grandes: Marcos Villalba, quien habilitó una pequeña galería de arte en la que exponía sus obras y se lo podía ver llevar a cabo sus grandes inspiraciones. Un día, me acerco a él, le pregunto si enseña y me contesta que no. Volví a proponerle tres veces más y a la cuarta aceptó darme unas clases de solo una hora por semana, a las que asistí a cuatro. Le solicité el listado de materiales y a los 15 min estuve de vuelta para pedirle indicaciones para sacar los colores y qué pinceles usar. Sentía ese deseo interior de sentarme ante un lienzo y evocar mis raíces; era algo más fuerte que yo. Recuerdo que le dije: ‘Quiero pintar un paisaje que llevo en mi corazón’. Una avenida de árboles que no se cómo se llaman, pero los vi con hojas doradas aquella siesta de invierno que acompañé a mi padre por última vez hasta su pequeña granjita. Hasta ahora la considero la obra más sublime, a la cual la llamé Camino al cielo, en su homenaje, porque ahí van los padres amorosos. Esa obra, felizmente, está en manos de una amiga entrañable”.

Su tenacidad y firmeza son prueba de que se nace artista. “Existe una voz interior silenciosa que exige y delata”, afirma riendo y añade: “Depende de cada uno que la vida lo cumpla en voz alta, con humildad y perseverancia”.

Definitivamente, María Cristina es una enamorada de los paisajes naturales. “Esos lapachos únicos, esteros transparentes, ranchos estremecedores, casonas olvidadas y un cielo azul inigualable. No imagino pintando otra cosa; es lo que me nace del alma, me inspira y lo hago con pasión. Mis obras son un pequeño aporte para no olvidar nuestras raíces, cuidar nuestros bosques, amar con ímpetu la naturaleza, cuidar con alma y vida lo que Dios nos regaló como morada. Deseo, sinceramente, que estos cuadros evoquen lo referido y sean un canto al Paraguay”, afirma emocionada.

De hecho, su nueva colección se llama Aquí nací-Paraguay y estará en exposición desde el 2 al 31 de mayo, en el Consulado de Paraguay en Nueva York. “¡Es mi primera muestra!”, exclama orgullosa y feliz.

Envía un mensaje de valoración hacia el país. “Nuestra nación nos necesita desde el lugar en el que estamos. Debemos ser hijos comprometidos con nuestra historia y presente. Las pinturas son un grito a la conservación del hábitat, a no dejar morir los bosques ni contaminar los ríos y esteros transparentes. ¡Son vida, dan y darán vida a nuestros descendientes!”.

Utiliza óleo, un lienzo especial, algunos pinceles y la incondicional espátula. “El 99 % de mis obras las hago con esta última; me hace sentir libre y auténtica. Afloran los tonos más bellos, a tal punto que reflejan la más maravillosa sinfonía de libertad hecha colores”.

Ella siempre lleva presente una cita de Eleanor Roosevelt: “El futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños”. “Persiguiendo la belleza de estos sueños, quisiera dejar a los míos un recuerdo hermoso de por vida. Solo deseo que mis hijos lleguen a decirle a los suyos: ‘Esa obra es de tu abuela y refleja su alma’”.

Está casada desde hace 33 años, es madre de un varón y una nena. “Tengo una maravillosa nuera y un nieto, Benjamín, la luz de mis ojos. Sinceramente, jamás pensé sentir un amor así. Mi familia es parte importante de mis humildes logros. Soy el tipo de persona que busca ser feliz, los fracasos los asumo como experiencias y las victorias las disfruto. Mi día comienza siempre con un propósito: que sea el mejor de mi vida”.

El arte, para ella, en cualquiera de sus expresiones, desnuda el alma y la esencia del artista. “En cada obra afloran las fibras más íntimas de la persona que la compuso o expresa. Ambiciono a que mis obras tengan identidad, que –al mirarlas– el espectador pueda reconocer que son mías, me vea en ellas; libre, alegre, quizá triste, pero que sean reflejo del sentimiento en su forma más bella”.

María Cristina persigue la libertad creativa. Busca el balance entre el sentido común y aquello que sorprende. Pero, por sobre todo, ve los colores únicos de nuestra tierra, mientras otros ven grises.

ndure@abc.com.py • Fotos Gentileza.

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