Puerto Antequera

En Puerto Antequera, pequeño poblado ribereño de 2.650 habitantes, los días son todos iguales. Silencio. Y más silencio. La paz reina y domina el pintoresco lugar de pescadores y gente cordial. Viaje a un escenario que mantiene su esencia y no renuncia a la posibilidad de días mejores.

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Un montón de casas dispuestas sobre el barranco del río Paraguay conforma el paisaje urbano que no figura en los mapas ni en las recomendaciones turísticas. Pero Puerto Antequera tiene su encanto. Sus árboles están llenos de loros y aves silvestres. Cantan los pájaros y vuelan mariposas multicolores. Hay vida, aunque también adversidades. Hoy el puerto está vacío. Ya no atracan los grandes barcos que antes llenaban de riqueza la costa. Y los peces cada vez son más escasos. Aun así, sobra optimismo.

El más entusiasta es el nuevo intendente municipal, Darío Ramírez Cáceres, un liberal de 44 años que sucede en el cargo a su hermano Basilio. Tomó posesión hace dos meses y, sin pérdida de tiempo, empezó a trabajar por el desarrollo de su comunidad. “Estoy seguro de que en cuatro años vamos a tener una ciudad totalmente diferente, porque vamos a cambiar”, anticipa con convicción. Se levanta a la madrugada, a las cinco, para recorrer el pueblo y controlar que las calles estén libres de animales. Le molesta ver vacas y caballos sueltos, por lo que pidió a la Junta Municipal la aprobación de una medida drástica.

“Vamos a agarrar y subastar los animales. Voy a ser drástico, porque hablando parece que no entiende la gente. Paga una multa y les suelta otra vez. Voy a subastar entre los carniceros; el que mejor oferte se lleva el animal infractor. Si hay un pago de 1.800.000 guaraníes, por ejemplo, doy el animal y envío el dinero al dueño. La Municipalidad no va a ganar nada, pero el pueblo va a ganar, porque va a desaparecer ese animal de la calle”.

Con el propósito de ordenar la casa, Ramírez Cáceres dispuso el arreglo de la plaza Gral. Samaniego, donde hay bancos bajo sombra y juegos infantiles para recreación de los niños. El espacio público en la ribera honra con un busto de bronce al ex ministro de Defensa de Stroessner, general Marcial Samaniego, oriundo de Puerto Antequera. En su época, el hombre fuerte mandó construir obras de infraestructura: la seccional colorada, el correo, la Municipalidad y el colegio que lleva su nombre y es uno de los más grandes del segundo departamento de San Pedro, con tres pisos. Quedó a poco de terminar, faltan detalles, pero es de vital importancia para la educación de los lugareños.

Otro de los recordados personajes que contribuyeron al crecimiento de la localidad es Alejandrino Ozuna, quien en tiempos difíciles se animó a instalar una desmotadora de algodón que dio trabajo a muchas familias y alcanzó cierta pujanza.

Ahora las esperanzas se renuevan. Y se cifran en la instalación de grandes silos. En funcionamiento está el silo de Severo Villalba que almacena maíz, soja y otros granos. Pero más empresarios y una multinacional tienen proyectado habilitar sus depósitos graneros, lo que, según el jefe comunal, facilitará la reactivación del tráfico fluvial. “Obviamente el flete por agua es más barato en un 50%, entonces las cargas, seguro, van a ser transportadas en barcos”. Significa que el puerto recobrará ritmo y habrá ocupación para los obreros portuarios. Existen tres sindicatos de estibadores que sobreviven de las ganancias que les dejan las pequeñas motonaves que todavía sirven a Puerto Antequera y las cargas de bolsas que salen del silo.

La escasez laboral favorece la migración de los jóvenes. Son muchos los estudiantes que se ven obligados a abandonar su patria chica apenas terminan el colegio. Van a Buenos Aires, Asunción o Ciudad del Este. Suman entre 300 y 400 los que cruzan el río para prestar servicios en estancias del lado chaqueño. “Enfrente tenemos varios establecimientos agrícolas ganaderos que son grandes; por ejemplo, está el de Caballero Vargas, de la familia Brusquetti o del ingeniero Sánchez. Ahí van nuestros compueblanos a trabajar”, indica Ramírez Cáceres.

Semanas atrás vino de San Estanislao un maderero de apellido Servín
con intenciones de alquilar un aserradero y ponerlo a funcionar. Solicitó a la Intendencia la habilitación para laminar maderas permitidas por ley. El buen pronóstico laboral anima, pero no conmueve. Acostumbrados a los rigores de la lejanía y las carencias, los lugareños aguardan con cautela los cambios prometidos por el Intendente.“He solicitado al Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones una ampliación presupuestaria para empedrar treinta mil metros cuadrados de calles”, hace saber el titular de la comuna. En estos momentos se trabaja en el empedrado de la doble avenida que pasa por detrás del Colegio Nacional Gral. Marcial Samaniego.

Tendrá una capa de asfalto y aceleradamente se está convirtiendo en el nuevo sector comercial.Por Curuzú Chicá, la calle principal que bordea el río, son contados los vehículos que transitan. Más circulan motos y bicicletas por el asfato recién terminado. Todavía no se inauguró, pero ya los antequereños pueden ir hasta San Pedro del Ycuamandyyú sobre ruta negra. Los 14 kilómetros que en tiempos de lluvia cortaban el paso ahora se recorre en menos de diez minutos. Y trajo alivio a los estudiantes que salen todas las tardes en dos minibuses rumbo a las universidades que enseñan en la capital departamental..

Una época Puerto Antequera era la puerta de entrada al departamento de San Pedro. Por sus barrancosos muelles circulaban grandes volúmenes de cargas y pasajeros. Pero con la apertura de rutas, los lentos barcos perdieron importancia.

De aquellos días prósperos quedan testimonios. Adolfo Von Tumpling, hijo de un inmigrante alemán que se afincó frente al puerto y alcanzó cierto progreso económico, es la memoria viva del pasado. Ha escrito libros que relatan con crudeza la deforestación de bosques y los daños ecológicos causados al río Paraguay, desde los años 60. Ahora en preparación tiene otro que se titula “Kuarahy reike” (Ahí donde muere el sol) y habla de los europeos que llegaron en las primeras décadas de 1900 y sus aportes en beneficio del pequeño poblado. Un capítulo especial se ocupa de Wolf Von Tumpling, su padre. El alemán arribó al país en 1926 en huida de la inseguridad reinante en el Viejo Mundo, después de la Primera Guerra Mundial. Se afincó en Puerto Antequera y allí se encontró con una mujer argentina de origen húngaro.

Y surgió el amor. Se casó con Ana Eisenhut y trajo al mundo tres hijos: Cibila, Adolfo y Marta. Wolf abrió un negocio de compra y venta de frutos del país. Frente a su comercio ubicado en la esquina del tapé tuyá, hoy calle 29 de setiembre, formaban filas las carretas de campesinos que llegaban antes de amanecer, con bolsas de mandioca, tabaco, algodón, carne y diversos productos agrícolas. “El sistema de papá era que les daba un poco de plata y les surtía con fideos, azúcar, arroz, sal, jabón, aceite, galleta y otras necesidades básicas para la subsistencia de la familia. Luego venían los barcos y hacia lo mismo; recibía productos elaborados y enviaba a Asunción mandioca, poroto, maíz, algodón, de todo. Era el mayor comerciante de Puerto Antequera”, resalta Adolfo.

Un año después de la revolución del 47, un ribereño asesinó al famoso “gringo” que a los 42 años perdió la vida de varias puñaladas “por envidia”, según había declarado ante las autoridades judiciales el autor del crimen. Adolfo tenía 10 cuando quedó huérfano de padre. Estaba entonces en el internado de la Iglesia Alemana Protestante Luterana de Asunción. Luego pasó al Colegio de Goethe, donde terminó la secundaria. Aprendió a nadar y hasta fue profesor de natación del Deportivo Sajonia, con más de 100 alumnos y destacadas participaciones en competencias. Pero llegó el momento de volver a sus pagos. Y así lo hizo. Recuerda que por ese tiempo apenas había cuatro o cinco casas de material y el resto eran ranchos. “Cuando yo volví, hace más de 40 años, este lugar era inhóspito, salvaje, las calles de tierra lodosa tipo chaqueña eran intransitables con la lluvia. Hay mucho cambio desde entonces”, dice y le brillan los ojos tan azules que delatan la sangre que corre por sus venas.

Ya el negocio de compra y venta de frutos del país es historia en la vida de Von Tumpling. Se dedica ahora a atender el hospedaje que montó hace cinco años y se llama Santa Clara, en alusión a su esposa. El complejo dispone de cinco cuartos con tres camas, aire acondicionado, ventiladores de techo y baño privado. Cobra por la estadía 80.000 guaraníes diarios. Y los huéspedes son generalmente brasileños, norteamericanos y turistas que practican la caza y pesca. En un enorme depósito donde antes se almacenaban bolsas de granos y comestibles habilitó una guardería náutica. Varios propietarios alquilan espacio para guardar sus lanchas y embarcaciones pequeñas que sacan cuando van de pesca.

La zona era muy rica en peces: surubí, mandi’í, pacú y dorado. Dicen los pescadores (tienen 3 sindicatos en Puerto Antequera) que todavía se saca surubí, porque el pacú y dorado ya escasean. En la pescadería Chichí, el surubí se oferta a 15.000 el kilo. “Vienen muchos brasileños, menonitas y asuncenos a comprarnos los pescados”, avisa Alfredo Benítez (30), el que se encarga de pesar y cobrar la venta.

Desteñidas por la lluvia y el sol, las casas céntricas son mudos testigos del paso de los años y los vaivenes de la economía. Ahí, de cara al río están las residencias de acaudaladas familias que ya dejaron Puerto Antequera. El hogar de los Cruz Roa, casi en ruinas la casa Von Zastrow y con mejor suerte la última edificación que se cree de tiempos de don Carlos Antonio López, de cuando ahí operaba la fábrica de caña de la república. En fin, ladrillo sobre ladrillo que se mantienen a pesar de los pesares.

Identikit

En la actualidad Puerto Antequera cuenta con 2.650 habitantes, según el censo nacional 2002. Tiene cuatro barios (Curuzú Chicã, Fátima, San Roque y Santo Domingo) y dos compañías: Poroto y Picada Antequera. Viven en todo el distrito un total de 3.540 personas. Por agua, Puerto Antequera queda a 198 kilómetros de Asunción. Por ruta hay que viajar 420 kilómetros si se toma el trayecto por Coronel Oviedo y 335 por la ruta N0 3 Gral. Elizardo Aquino, con acceso por 25 de Diciembre.

A un kilómetro y medio del sector céntrico, la Laguna Vera, un hermoso espejo de agua, es el atractivo natural más renombrado de Puerto Antequera. Acapara la atención de los que llegan de visita. Y enorgullece a los lugareños..

La fiesta patronal en honor a Curuzú Chicã se celebra el día 3 de mayo. El presupuesto municipal para el año 2007 suma 769.000.000 de guaraníes, que según el intendente Ramírez Cáceres serán empleados en gastos corrientes, arreglos de calles y ayuda a comisiones vecinales.

Luz propia

Décadas antes de contar con energía eléctrica de Itaipú, Puerto Antequera ya tenía luz. Funcionaba a gasoíl una usina que generaba electricidad inclusive para la vecina ciudad de San Pedro del Ycuamandyyú. Ahora las viejas instalaciones se encuentran en total decadencia. Hay gente preocupada por la situación de abandono. Consideran que las autoridades deberían recuperar el local y convertirlo en un atractivo museo.Documentos históricos consignan que Puerto Antequera fue fundado el 3 de mayo de 1892 por Juan Alberto López. Antes, el lugar era un obraje de donde se extraían maderas que se embarcaban por el río Paraguay.

Motonave Mandyyupecuá

Hecho de madera y algo de hierro, el barquito Mandyyupecuá lleva algo más de 30 años uniendo Asunción con Puerto Antequera. Sale de Playa Montevideo los miércoles después del mediodía y llega a destino a la tarde del jueves, luego de 27 horas de navegación aguas arriba. De regreso, parte los domingos a la cinco de la madrugada y antes de oscurecer, alrededor de las siete y media, ya está en Asunción. Es prácticamente la única línea regular que mantiene el servicio, porque escasean pasajeros. Y los que abordan el barco son, en su mayoría, obreros de estancias y habitantes de lugares inaccesibles, cercanos a las abruptas costas. El Mandyyupecuá utiliza 670 litros de gasoíl en viaje de ida y vuelta.
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