Maybell Lebrón y su poemario "Ayer, tal vez mañana"

Mucho tiempo atrás, algunos poetas eran profetas, vale decir, eran los elegidos, que interpretaban la esencia y los símbolos del universo. Algo parecido se puede decir de los vates; los mismos “vaticinaban”, o sea, identificaban los acontecimientos que iban a sobrevenir en un momento determinado.

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La revelación poética, hoy puede llamarse inspiración. Desde la inspiración, el poeta llega a un grado espiritual y mental extremo, donde la conciencia busca identificarse con lo bello, lo estético y lo sentimentalmente agradable, a través de las palabras. Esas inspiraciones se dan en mayor o menor grado, y son sometidas al intelecto y a la sensibilidad del poeta, quien, enfrentado a la creación, con las “herramientas” que están a su alcance, busca dar calidad a la obra literaria. El resultado es diverso: bueno, mediocre y malo. De ahí que se opina, se refuta, se polemiza. “Esta obra parece ser buena”, concluye algún lector, al terminar de leer un libro. Otro, en cambio, se expresa de la siguiente manera: “Esa poesía me parece aburrida y mala”.

Walt Whitman, el célebre autor de “Hojas de hierba”, a quien cita a menudo la escritora Maybell Lebrón, es un claro ejemplo del poeta que escribe bajo la gracia de la inspiración suprema: “Me sacio con los vientos del espacio./ El este y el oeste me pertenecen, el norte y el sur me pertenecen./ Soy más grande, mejor de cuanto creía,/ Sin saber todo lo bueno que en mí cabía”.

No dudo que Whitman, al escribir estas líneas, se sintiera por un instante dios. De hecho, él se ve como la criatura más bella y poderosa sobre la faz de la tierra cuando escribe su célebre: “Canto a mí mismo”.


Conquistar las alturas

¿Por qué, al iniciar este pequeño comentario sobre el libro “Ayer, tal vez mañana” de Maybell Lebrón, hago un bosquejo sobre la inspiración, y cito al gran maestro de la poesía norteamericana?.

Porque Maybell pasa, en algunos momentos, por fuertes inspiraciones, y elige, al “dios Walt Whitman”, por decirlo más cómodamente, como su compañero de páginas, en su libro de reciente publicación. Se comprende que lo hondo de su palabra tiene el propósito de conquistar alturas dentro de la poesía.


He aquí un poema:

Aproximación

Un temblor de sombra y
viento
me trae estrellas de regalo
y tu presencia ondula el lacio
mechón de mi cabello.


Para ver mejor cierro los ojos
y se me van las manos.

Si pudiera,
padre,
darte un abrazo.

Me gusta el verso: “Para ver mejor cierro los ojos”. Maybell sabe que todo pasa por dentro: el dolor, los recuerdos, la nostalgia y, porqué no, el reflejo de una alegría.


Maybell Lebrón reconoce que la claridad del día no es el espejo que ella busca para verse a sí misma, y ver -también- a los demás. Los rostros salen -realmente- a la luz cuando la poetisa cierra los ojos. Recuerda a su padre muerto diciendo: tu presencia ondula el lacio/ mechón de mi cabello.


La poetisa rubrica su poesía con versos cargados de inspiración. Son esos versos, de una esencia lírica entrañable.

Pero su poesía no está abierta solamente al amor paternal, sino al recuerdo, aún herido de pasión, de su esposo. El hombre que amó ha fallecido (no hace mucho tiempo aún) tras padecer una larga agonía.


He aquí un poema donde lo trae a su memoria:

Encuentro

Un día tropezamos sin querer.

El torrencial fulgor de tu mirada
me hizo brasa por dentro.

Desde entonces,
por siempre,
tú primero.


Solamente seis versos, pero, a pesar de ello, su poesía es tocada por la inspiración, y se “convierte” en una suerte de amor imperecedero, que pretende, aún después de la muerte, seguir la misma ruta de su amado. Quienes conocemos a Maybell Lebrón sabemos de su amor maternal, que ha sufrido, pues el cuchillo rasgó la seda de su cariño, la pérdida de un hijo. Ella lleva el luto, disimulado, pero nunca escondido, de la madre amorosa que está siempre viva para él. Se convierte, entonces, en la mitigadora del dolor; el único amparo y refugio contra las tempestades.


Hijo

Tal vez existo
para que tú existieras.

Al dejar mis orillas
soltaste amarras.

Pero siempre habrá un puerto
de mareas fugaces
rezumando en la arena.

Quizá farallón de rocas
si tú no fueras.


Solamente nueve versos, pero los necesarios, los imprescindibles, para que el lector comprenda que ella es el puerto, el lugar aquel a donde irá a refugiarse cualquier existencia.

El elemento familiar es el hilo conductor de los poemas, casi todos breves, de Maybell Lebrón. Su poesía es elemental, en el sentido de que se apoya en los términos precisos para dar forma a una poesía, y prescinde de lo que es vago e intrascendente. Sus versos son densos, pero no por eso oscuros y difíciles de interpretar.


Fondo oceánico

La autora de “Ayer, tal vez mañana”, escribe en torno de los distintos tiempos que como hija, madre y esposa le han tocado vivir. Acaso por eso el nombre de su libro: “Ayer, tal vez mañana”.

Es abundante la inspiración en Maybell Lebrón. Le vienen las palabras como de un fondo oceánico. Decir que una obra es densa, no es decir que sea buena, sin embargo. No obstante, quiero recordar al lector que dicha densidad es el resultado de la elevada inspiración con que la poetisa va definiendo sus obras.

“Ayer, tal vez mañana”, pertenece ahora al lector, que es quien, en definitiva, dará su veredicto.

Maybell Lebrón completa su obra con un total de veinte Haiku y once Tanaka.


Breve reseña de la autora

Narradora y poetisa. Publicó: “Memoria sin tiempo” (Cuentos - 1992). “Puente a la luz” (Poemas - 1994) y “Pancha” (Novela - 2000). Esta novela ganó el Premio Roque Gaona 2000, otorgado por la Sociedad de Escritores del Paraguay. Va hoy por su cuarta edición y se ha publicado también en otra versión con una propuesta didáctica para estudiantes, que ya lleva dos ediciones.

Tiene cuentos publicados en varios libros editados por el Taller “Cuento Breve” y en el volumen “Tiempo de Contar”, un colectivo de destacadas escritoras.

Otros premios: Primer premio del concurso “Veuve Cliquot Ponsardin” con el cuento “Orden superior”; Segundo Premio del concurso “Néstor Romero Valdovinos”, con el cuento “Gato de ojos de azufre”; Segundo Premio en el concurso “Voces Nuevas” con el poemario “Puente a la luz”.
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