Habla y su entusiasmo es contagioso; pero más impactante son sus razones, a la mente lúcida y a la lógica del gran estadista.
Pasan los días. Eligio Ayala se reúne una y otra vez con sus ministros y asesores. El proyecto es caro y ambicioso. Preocupan al presidente el costo y el tiempo de construcción de los buques: dos años. ¿Dará Bolivia oportunidad de terminarlos?
Hay informes confidenciales de que el Brasil cederá a esta su flotilla de guerra de Corumbá, lo que le daría el dominio del río. Nuestra Marina solo tiene buques débilmente artillados; no tenemos artillería antiaérea y menos submarina.
Vuelve a reunirse el presidente con sus asesores, pero esta vez invita a Bozzano. Este responde con optimismo a las apreciaciones de los demás: “En dos años de trabajos forzados, Arsenales puede, estoy seguro, proporcionar los elementos de defensa; entre tanto, los cañoneros estarían terminados”.
El Ejército no tenía nada, absolutamente nada, organizado. Correspondería a la Marina suplir sus deficiencias. Llueven las preguntas: “¿Por qué los cañoneros son tan largos? ¿Por qué tanta artillería? ¿Por qué cuatro mil caballos de fuerza para sus máquinas? ¿Por que demorarán tanto en construirlos? ¿No se los podría comprar ya fabricados?”, se preocupa el general Rojas.
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“Tampoco llegarán antes de dos años las armas de Schenoni”, acota el general Escobar.
Eligio Ayala escucha y calla. Ya ha tomado la decisión y las objeciones de sus colaboradores no le harán retroceder. Sabe que con los cañoneros nuestra paupérrima Marina tendrá los buques fluviales más potentes y modernos del mundo. El costo es alto, pero está decidido a dotar al país de estos poderosos elementos de defensa. Afortunadamente, merced a su exacerbada probidad, la nación se halla en condiciones de afrontar el compromiso sin contraer deudas externas.
Bozzano recibe orden de preparar un memorándum de las tareas que deben realizarse en los Arsenales, entregarlo a su suplente, teniente de Marina Rómulo Masi, y partir luego a Europa sin pérdida de
tiempo.
La Giraduría le hace entrega de cinco mil pesos y de un giro de cuatrocientos pesos oro, que debe tener siempre pronto, por si la guerra se precipita y se le ordena regresar apresuradamente.
El 10 de marzo de 1927 se embarca, pero esta vez no va solo; lo acompaña su flamante esposa, que habrá de ser la incondicional colaboradora de todos los momentos.
La alegría le desborda el pecho: pronto se materializará su sueño largamente acariciado en las vigilias de Cambridge.
Ya en Europa, recorre uno tras otro los Astilleros, buscando las mayores conveniencias para el país.
En el Almirantazgo inglés, su proyecto hace exclamar a uno de los jefes: “¡La artillería de estos buques es muy superior a la de nuestros mejores destroyers! ¡En toda Asia no tenemos barcos semejantes!”.
En Francia, conoce al mayor José Félix Estigarribia y la simpatía es recíproca entre los dos jefes que en la tremenda encrucijada habrán de cargar sobre sus hombros los destinos del país.
Más tarde confesará Bozzano: “Me impresionaron mucho los conceptos de Estigarribia sobre Estado Mayor y la posibilidad inmediata de una guerra con Bolivia”.
En su hotel de Londres, coincidentemente, se hospeda un pasajero de tipo marcadamente sajón que trata de hacerse comprender en un pésimo alemán. Pregunta Bozzano quién es y le informan que se llama Bánzer, y es boliviano... No pierde tiempo Bozzano y así se entera de que este está comprando armas para su país, de las características de las mismas y del monto de la compra, lo que lo alarma seriamente.
Al celo y previsión de Bozzano se deberá que, cuando tras Campo Vía, los capitanes Martincich y Echeguren entreguen para su reparación el material de artillería capturado a las Divisiones bolivianas Cuarta y Novena, Arsenales tenga ya en su poder, perfectamente diseñados, los planos de los cierres, alzas telescópicas y otros mecanismos, destruidos ex profeso por el enemigo.
Sigue Bozzano incansable sus giras por los astilleros europeos hasta que, al fin, da en Génova con la Odero-Termi-Orlando, que reúne las condiciones necesarias: solvencia, rapidez de construcción y precio.
No bien acepta nuestro gobierno la oferta, se firma el contrato y Bozzano, cumpliendo órdenes, monta una pequeña oficina, cuyo único funcionario habría de ser él, bajo el pomposo título de “Comisión Naval del Paraguay en Europa”.
Desde ella, paso a paso, irá vigilando celosamente, con el mismo celo con que un padre vigila el crecimiento de un hijo, la construcción de “sus” cañoneros. Paralelamente, se ocupa de la artillería, las minas submarinas, las centrales de tiro, los telémetros, altímetros, etcétera, que va adquiriendo en distintos países, según sea más conveniente para la nación.
Mientras Bozzano prueba los cañones en el polígono de tiro de Spezia, hace amistad con un oficial de la Marina italiana, un tal Spadaro, relacionado con el sistema de transmisiones que esta tiene para las comunicaciones radiotelegráficas de la
Armada.
Poco después, Bozzano le confiesa francamente al italiano que quiere comprar un aparato criptográfico de transmisión y recepción.
El hombre se alarma y le responde que ese es asunto reservadísimo, que sin órdenes especiales del Ministerio de Marina es imposible.
Bozzano no se arredra y encomienda al teniente primero de Marina Rufino Martínez, a la sazón en Italia, que asedie a Spadaro hasta obtener un aparato o un croquis del mismo.
Un mes más tarde, el italiano, previo pago de una suma de dinero, entrega la deseada máquina.
Y esa fue la génesis del servicio criptográfico en Paraguay. Y habrán de ser los Arsenales los que fabriquen, adaptándolas a nuestra idiosincrasia, 28 máquinas de cifrar y descifrar durante la Guerra del Chaco.
Si la Orlando cumplía fielmente el cronograma estipulado, no fue menos cumplido nuestro gobierno, que regularmente remitía los giros correspondientes.
En las postrimerías de su vida dirá Bozzano: “He guardado, para que lo vieran mis hijos, la fotografía de un cheque firmado por mí, de cuarenta mil libras, lo que me enorgullece, ya de que mi propio peculio jamás pude firmar uno de igual suma, en guaraníes”.
Entre tanto, en Paraguay, los ánimos están caldeados por las constantes agresiones de Bolivia. La prensa opositora se agita: “¿Cuándo llegarán los cañoneros? ¿Por qué tardan tanto? ¿Es cierto que el Gobierno proyecta venderlos?”.
De pronto cunde una noticia insólita que genera sorpresa y repudio. El Plata, de Montevideo, del 14 de setiembre de 1930, denuncia: “El Presidente Irigoyen proyectaba apoyar con armas y municiones a un político paraguayo, que intenta levantarse contra el gobierno, a cambio de que este, una vez encaramado al poder, le enviara quinientos soldados paraguayos solidarios con su causa...”. Paralelamente, corren rumores de que el mismo político nativo y su grupo pretenden incautarse de los cañoneros, a su paso por Buenos Aires.
Por fin, para fines de 1930, los barcos están listos y son solemnemente bautizados en Italia.
La señora de Bozzano, por disposición de nuestro Gobierno, es designada madrina del “Humaitá”. Poco después, será botado el “Paraguay” y recaerá el madrinazgo del mismo en la señora de Schenoni, a quien representará la señora de Gubetich, esposa de nuestro cónsul general en Roma. Bozzano contrata los técnicos y la tripulación necesarios para la navegación, porque en nuestro país no hay oficiales con la graduación reglamentaria ni fondos con qué enviarlos a Italia.
El “Humaitá” será comandado por Bozzano y el “Paraguay”, por Rufino Martínez, ambos tenientes primeros de Marina; jefe de la flotilla será Martínez, por su mayor antigüedad.
Por primera vez, desde 1853, en que flameara airosa en el “Tacuary”, la bandera nacional ondeará en el Atlántico. Ya en Buenos Aires los cañoneros, se hará cargo de ellos la tripulación paraguaya, especialmente enviada para el efecto.
El 3 de mayo de 1931, el presidente Guggiari y su comitiva reciben solemnemente los barcos en Humaitá. Un viejo cañón de la fortaleza responde, con roncos y pausados estampidos, los 21 cañonazos del “Paraguay”, nave insignia de la escuadrilla. Dos días más tarde, el 5 de mayo, llegan los buques a Asunción en medio de la apoteosis popular.
Lamentablemente, Eligio Ayala ya no puede verlos, pero Bozzano ha cumplido parte de su gran misión histórica: ha entregado los barcos. Estos transportarán, en diez y ocho horas, de Asunción a Casado, hasta 1600 hombres, con todos sus equipos. Su poderosa artillería, con una potencia de tiro de hasta 8000 metros de altura, mantendrá a distancia de nuestro río y sus puertos a la bien dotada aviación enemiga.
Ya puede, pues, Bozzano entregarse de lleno a la trascendente labor que le depara el destino y que hará de él uno de los más firmes puntales de la victoria: los Arsenales de Guerra y Marina.
A poco de llegar, designado nuevamente director de los Arsenales, Bozzano centra todo su empeño en imprimirles el ritmo que exigen las dramáticas circunstancias de aquellos inciertos meses de inmediata preguerra.
Al declararse abiertamente esta, Arsenales se enfrenta con el apremiante problema del transporte terrestre: el ejército del Chaco necesita desplazarse y en la movilización de vehículos, realizada en setiembre de 1932, las unidades reunidas no llegaron a 70, la mayor parte en pésimas condiciones.
El gobierno adquiere los primeros cien camiones; cuando estos llegan, Arsenales ya tiene listos los diseños y detalles de las carrocerías para uso múltiple.
La fabricación de la primera carrocería demandó siete hombres y siete días. Para la acción de Saavedra se fabricaron ya ocho por día y cuando la angustia de Strongest, Arsenales logró la cifra tope de cinco carrocerías por hora, o sea ciento veinte por día.
El costo inicial de cada carrocería completa fue de 3034 pesos nacionales; poco después, la eficacia de Arsenales reducía este costo a 1200 pesos, casi la tercera parte.
Se fabricaron en total, a lo largo de la guerra, 2308 carrocerías, con un total de 700 operarios, en colaboración con los talleres movilizados de Cusmanich, Arestivo, Mayor y Caló.
Cada camión necesitaba dos choferes y en el país prácticamente no había. Arsenales asumió la responsabilidad de adiestrar a los 4300 automovilistas que sirvieron abnegadamente en el Chaco, controlados desde Asunción por el capitán de Corbeta de Reserva Ortiz.
Estos patriotas admirables retornaban del frente agotados, con los pulmones mellados por el polvo y, tras recuperarse unos días, regresaban a sus puestos, realizando proezas con sus vehículos para que hombres y elementos llegaran a destino a la hora precisa.
Para asegurar el buen funcionamiento de los vehículos terrestres, Arsenales abre catorce talleres mecánicos en el Chaco, bajo la dirección de su Escuela de Automovilistas. Estos talleres, ubicados en las retaguardias de los distintos frentes de combate, trabajaron sin tregua ni descanso. Y si nuestro ejército en varias oportunidades tuvo dificultades en desplazarse, fue por falta de transportes y no por deficiencia de los talleres, siempre prontos en técnicos y repuestos.
Es justicia recordar que, en estos servicios, Arsenales contó con la constante colaboración de la Junta de Aprovisionamiento, que lo proveía de repuestos.
No conforme con los talleres creados, Bozzano monta en Km 180 el Arsenal de Campaña de Minas-cué o Arsenal Chaco, bajo la eficaz dirección del teniente de Marina ingeniero Pablo Daumas Ladouce, con quien colaboraron el teniente de la Armada, hoy ingeniero Pastor Gómez, y el maquinista de Primera de Reserva Estanislao Farías.
Se dotó al Arsenal Chaco de corriente eléctrica; se instalaron calderas, fresadoras, martinetes, soldaduras autógenas, fábrica de hielo para los hospitales... Se perforaron pozos, con motobombeadoras que suministraban hasta 30.000 litros de agua dulce por día, el más preciado don del Chaco. Fue el despertar del páramo, bajo el impulso del músculo...
Los 9872 fusiles de fabricación española —los tristemente famosos “mata paraguayos”— creaban serios problemas a nuestro Ejército. Con el correspondiente permiso del Ministerio de Guerra, Bozzano se dispuso a descubrir sus fallas. Así llega a la conclusión, tras realizar numerosas pruebas, de que la pólvora belga empleada, de una remesa del año 1928, ejercía excesiva presión.
Analizada esta en laboratorios, se comprobó que estaba descompuesta, por falta de depósitos adecuados para su almacenamiento.
Se descubrió también que dichos fusiles no estaban bien terminados: las recámaras tenían fallas, la precisión para el tiro era defectuosa, etcétera. Estos y otros inconvenientes los solucionó Bozzano con sus equipos, lo que hizo posible que, ya en Boquerón, pudieran usarse sin problemas los controvertidos fusiles.
Cuando la Liga de las Naciones impuso un severo control a las fábricas exportadoras de armas, Bozzano hizo un acuerdo con una firma de plaza y esta logró introducir al país una importante remesa de repuestos, a título de implementos agrícolas. Ello permitió a los Arsenales mantener en perfectas condiciones los fusiles de nuestras tropas y los capturados al enemigo.
Al planear el entonces coronel Estigarribia la actuación de los tres cuerpos de Ejército, se hizo imprescindible la granada de mano.
Arsenales recoge gallardamente el guante y su gabinete técnico, asesorado por Bozzano, planea la producción en serie.
El primer día se fabricaron 30 granadas en 16 horas de trabajo. Para julio de 1933 se producían ya 160 granadas por hora. Para lograrlo, Arsenales trabajó las veinticuatro horas del día. Igual actividad supo imprimir Bozzano a los talleres movilizados: Cusmanich, Venzano, Mayor, Arestivo, Sapucay, Astillero Bozzano, Puerto Pinasco, Talleres Casado.
Cada granada —“Carumbé-í”— costó al país 13 pesos moneda nacional, mientras que las granadas belgas, tan mal empleadas por el agresor, costaban a Bolivia una suma equivalente a 300 pesos nacionales por unidad.
Fácil es imaginar la enorme economía que significó para nuestro país la producción de las trescientos mil “Carumbé-í” que fabricó Arsenales durante la guerra.
Pero muchas y muy serias dificultades hubo de sortear Bozzano, al principio, en su fabricación, ya que entonces en todo el Paraguay no había un solo gramo de trinitrotolueno, pese a sus gestiones, en 1930, para adquirir 25 toneladas en Suecia.
No obstante, Bozzano asume la decisión y las granadas se cargan con pólvora de los proyectiles de los Remington de 1902, se emplean gomas explosivas al 60 por ciento, gelinitas, dinamitas y, por último, se vacían las minas subfluviales de los cañoneros, lo que da 4800 kilos de trotil.
Si para el criterio profesional lo que se hizo constituía un delito, para Bozzano no había otra opción, hasta que, ya a finales de la guerra, llegó al país una gran partida de trinitrotolueno.
Con las granadas de mano, la cosa no termina aquí. Tan grande era la urgencia de remitirlas al frente, aquellos patéticos días de Strongest, que Arsenales, a falta de madera para fabricar los cajones, se vio forzado a requisar mesas en las casas particulares.
De más está decir que una de las primeras familias asuncenas que comió de pie fue la del propio Bozzano...
A más de granadas de mano, Arsenales hubo de fabricar granadas para los morteros Stokes Brandt, lo que genera nuevos y graves problemas, por la escasez de cobre y estaño.
Bozzano envía a los ingenieros Saguier Caballero y Simowsky a buscar cobre a Paso Pindó, Villa Florida, y así pudieron fundirse varias toneladas. Lamentablemente, el cobre resultó impuro, por el método de su tratamiento, y no sirvió para la fabricación de las espoletas de las granadas, pero se lo empleó en otra cosa.
Ante la imposibilidad de ajustarse a los diseños del proyectil, patentados por la Stokes Brandt, Bozzano, personalmente, debió elaborar sus propios diseños, adecuándolos al escaso material existente en el país. Y en esas condiciones se fabricaron más de 20.000 granadas de mortero. Pese a los inconvenientes mencionados, no se dio el caso de que explotara una sola antes de tiempo.
Su fabricación significó para el país una economía de cincuenta y cuatro millones de pesos moneda nacional.
Nuestros aviones Potez estaban dotados de lanzabombas, fabricados con patente “Esnault-Pelterier”, pero curiosamente no había ni una sola bomba para ellos al iniciarse la guerra.
Meses antes, un alto jefe le confesaba a Bozzano que no se habían adquirido bombas, “por temor a que los oficiales de aviación se transformaran en amos de la política nativa...”. Esta insólita “precaución” obligó a Arsenales a fabricarlas.
Pero tampoco pudo Bozzano ajustarse a códigos ortodoxos al hacerlo, por motivos enunciados más arriba.
En toda la guerra se fabricaron más de 2000 bombas de aviación, a un costo total de 2.400.000 pesos moneda nacional. De haberlas importado, la nación hubiese gastado treinta millones de pesos.
Otro vital y acuciante problema hubo de solucionar Arsenales: el agua para el Ejército en campaña. Para ello movilizó a León Fragnaud, francés de nacimiento, paraguayo por elección, quien cumplió admirablemente su cometido. Técnico en la materia, Fragnaud es elevado al rango de capitán de Reserva y se le nombra jefe de la Agrupación de Zapadores-Captadores, que dependía técnicamente de los Arsenales. Fueron sus principales colaboradores los tenientes Soto, Estigarribia, Ocampos, Camperchioli, Farías, Prado y otros.
Se perforaron en total 95 pozos en el Chaco. Arsenales fabricó 120 filtros, 35 motobombeadoras y todas las herramientas necesarias. Los trabajos de perforación de pozos los dirigía Arsenales, desde Asunción, a veces a 1200 kilómetros de distancia.
