Un narrador a considerar: Cristian González Safstrand

Desde Pedro Juan Caballero, y no desde Asunción, escribe novelas una persona: Cristian González Safstrand. Me sorprendió el que los mejores conocedores de los autores paraguayos, dentro del mismo país, no tuvieran noticias de él allá por los años noventa. Sin embargo, en 1990 había publicado ya cuatro novelas: Aventuras de un comisario de campaña y Sueños y conflictos (1984), en un mismo volumen, La vida y sus secuencias (1985), y La pesadilla (1989). Extraño era el que un autor paraguayo tuviese varias obras narrativas editadas por aquellos años, pero más sorprendente es que, en un país donde los escritores se suelen conocer entre sí, Cristian González Safstrand permaneciera apartado del mundanal ruido y del centralista ambiente literario asunceno.

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Sus primeras novelas esbozan el escritor en que se ha convertido en el siglo XXI, en el trascurso del cual ha publicado dos nuevos trabajos: Talavera Puku y el mefistofélico matasanos (2002) y El Don Juan y la Pokyra (2006). A ellos nos vamos a referir en esta reseña, sin olvidar que sin sus novelas de los años ochenta no se entendería el escritor tan peculiar y con estilo propio que es en la actualidad. Las dos primeras ofrecían personajes típicos de la vida rural, el comisario de campaña, con sus ambiciones y anhelos colisionando con la realidad, y las dificultades sentimentales y personales en una pequeña ciudad, con Angélica y Julio César sumergidos por el ambiente difícil de su contorno. De La vida y sus secuencias, el malogrado José Luis Appleyard dijo que “se desarrolla como la vida misma, con sus risas y dolores, con sus pasiones y tristezas, con sus celos, con su muerte”. En ella se aprecian las situaciones pintorescas y su capacidad para provocar la reflexión sobre los acontecimientos sin caer en el tedio de la expresión de lo cotidiano, con la abulia ambiental en el fondo. Esa vida campesina, con sus problemas, que tan bien retrata, está exenta de estereotipos: Miguel y Graciela se acercan y se alejan en un movimiento continuo entre el resto de personajes, de personalidad firme y bien trazada por el autor.

La pesadilla presenta a Eduardo, un joven que emigra desde el interior del Paraguay a la capital asuncena, para intentar progresar y hacerse un camino en la vida. Sin embargo, se obsesiona con su amante, hasta el punto de quedar perplejo ante un posible incesto de ella, mientras se suceden los imprevistos y las dificultades, hasta llegar a un final sorprendente y perfectamente logrado. Así, pues, son cuatro novelas que ofrecen una perspectiva abierta del mundo rural paraguayo, incluyendo la emigración y la adaptación a una sociedad urbana, para subrayar las dificultades y contradicciones que afectan al ser humano. Pero como dijo el autor portugués Miguel Torga, lo universal es lo particular sin muros que lo rodeen. O como advierte Appleyard en el prólogo del segundo libro de González Safstrand, Tolstói expresó “describe tu aldea y describirás el mundo”. Por esta vía se encuentra la narrativa de este autor tan sumamente sugerente y con una trayectoria de la más coherente en cuanto a estilo, temática y personajes, de la narrativa paraguaya contemporánea.

Centrándonos en sus dos últimas creaciones mencionadas, aún toma partido con más ahínco por un lenguaje propio, que forma con la estructura y la disposición de cada capítulo, un estilo. Simple, sin retoricismos, pero sin caer en la vulgaridad léxica, dentro de una sintaxis muy correcta y muy ajustada a la norma, aunque no obvie la expresión popular en ocasiones, cuando resulta necesaria. Talavera Puku y el mefistofélico matasanos es una historia llena de paradojas. Rudi Torga subrayó con acierto la imaginación desplegada. Es lo más destacable, puesto que el protagonista Talavera deambula entre un médico que le cura aun desconociendo de qué lo ha sanado y qué mal tenía (pero le operó porque era grave), para acabar en manos de un psiquiatra cuyo cerebro posiblemente es más insano que el suyo.

Como estas últimas obras del autor, cada capítulo está narrado dentro de la tradición del relato clásico, rememorando las aventuras de Don Quijote o de Gargantúa y Pantagruel. Estas entradas de los capítulos avanzan el recorrido posterior: por citar un ejemplo, “De lo que trajo la tardanza de Talavera Puku” (capítulo XXVI). Desde ese momento, el autor introduce la secuencia para dejar paso a un conjunto de diálogos fundamentalmente, con el consiguiente predominio de la teatralidad en el relato. Talavera es el hombre confiado, el que delega sus decisiones entre su esposa Nancy y el amigo Sotelo. Su inocencia le hace caer en el universo del engaño, de la falsedad, donde las apariencias provocan los problemas inciertos. Es la picaresca el elemento que preside la trama: un motivo recurrente en las obras del autor. Esa picaresca exige un tratamiento humorístico, aderezado por decálogos, donde la ironía llega a un altísimo grado, como en el caso de “Los diez pensamientos de un gran siquiatra”. Estas incursiones de los personajes aportando decálogos morales y profesionales que reúnen en estas novelas los estereotipos más subrayados del macho, la mujer sabia y feliz, el médico o el psiquiatra, son piezas muy llamativas para el lector, que además de provocar la sonrisa y a veces la carcajada, permiten reflexionar sobre la sociedad, en especial la del autor, sobre todo en la siguiente novela. El que la novela quede en un final abierto, además de ser un signo de modernidad, provoca que el lector se quede con el deseo de una nueva historia y de conocer cómo prosigue la vida de Talavera después de ese surrealista desembarco en la consulta psiquiátrica.

Si esta novela ofrece un interés envidiable, aún mayor es el de El Don Juan y la Pokyra. Todo comienza cuando la Pokyra Magdalena descubre su embarazo, que resulta ser de Hugo, un hombre casado. Su mujer, desde ese instante, planea cometer adulterio para vengarse de su marido. Elige a un vecino, Adriano, un conquistador de mujeres en tiempo récord. Sin embargo, a pesar de los consejos de la liberal (en sentido moral) Estela, María se muestra pacata y le pueden los prejuicios, mientras el patán de su marido alardea de su predisposición para la poesía engañado por los elogios de Adriano, para lo cual incluso crea uno de los más delirantes decálogos construidos por el autor, el del poeta. En paralelo, Magdalena, expelida de su vida familiar y ya habiendo sido madre, entra a trabajar en el servicio de la casa de don Aparicio. Allí, como buenos machos, el padre y el hijo se disputan el tener relaciones sexuales con ella, aunque naturalmente, ella es una mujer honesta y se niega a sus pretensiones. Con doña Luisa, esposa de don Aparicio, siempre en el centro, el acoso resulta difícil. Es en esta relación donde encontramos una de las secuencias más humorísticas de la obra, y posiblemente una de las mejor construidas: el momento en que el padre acude a la habitación de Magdalena y se asusta porque su hijo también ha acudido allí. Don Aparicio trata de simular con un supuesto sonambulismo el hecho de haber sido cazado en sus intenciones, ante lo cual la obra seguirá girando en esta persecución digna de la mejor comedia teatral de enredos, adulterios y faldas.

Pero el autor no cae en la moralidad. Sí en la ética. En el caso de las mujeres, defiende su libertad de elección ante el acoso del machismo. No toma partido y se mantiene distanciado, pero deja que los personajes expliciten sus vivencias de las que extraemos nuestras conclusiones. Todos debaten entre sí para que nosotros nos deleitemos mientras comprendemos una realidad sobre las relaciones tradicionales del hombre y la mujer paraguayos. Y la novela, en el fondo, es un canto a la inteligencia a partir de la falta de inteligencia –valga la redundancia- de algunos personajes cuando la pierden por el exceso de vanidad, la libido o el materialismo actual.

Muy interesante es el prólogo del autor. Enlaza con la anterior obra y lanza su discurso hacia quienes le han pedido que termine la historia de Talavera Puku, Remies, Sacco Latorre y don Sotelo de la anterior novela, a lo cual responde con excusas alegando no haber averiguado su continuidad y su final. Por ello, puesto que le atribuían ser “un simpático contador de historias verídicas” y ante acusaciones varias, se lanza a contar la historia de esta novela. A continuación de las secuencias en paralelo de ambas historias, el narrador se dirige a un foro donde varias personas, entre la histeria, el debate e incluso el desmayo, ofrecen ideas para la reflexión. El autor ofrece su omnisciencia, pero nunca se sitúa por encima del personaje, al que deja discurrir para el deleite del lector. Aun así, se dirige al “amigo lector” en el último capítulo de la novela, y volviendo a dejar el final abierto, apela a su imaginación para que elija en su mente el final a voluntad propia. Busca por ello el autor un mayor nivel receptivo del lector, simplemente dirigiéndose a él para que participe en los intestinos de la novela y lograr una mayor identificación con el relato.

Estas características confieren un estilo propio: desde el título de los capítulos, pasando por las pausas ofrecidas por el narrador-autor (se incluye a él mismo dentro de proceso metaliterario de creación de las secuencias), los debates, la suma de diálogos llenos de teatralidad, en un lenguaje natural pero siempre correcto, salvo en algunas expresiones populares. Algún error como el empleo de Epicúreo para llamar al filósofo griego Epicuro, perfectamente corregible en futuras ediciones, no empaña una narración provista de ingenio, clasicismo modernizado, gracia y humor, y personajes impactantes, que al fin y al cabo son los que crean las grandes novelas.

Porque, ¿no recordamos las grandes novelas de la Historia por personajes como Don Quijote, Lázaro de Tormes, madame Bovary, Sorel, Ana Ozores o los Buendía? Sin duda. Como bien concibe Cristian González Safstrand, un narrador que merece ser bien considerado dentro de la historia de la literatura paraguaya por su coherencia, su conocimiento de los recursos narrativos, por su habilidad estructural y por su ingenio.

Editor: Alcibiades González Delvalle - alcibiades@abc.com.py

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