Way of Being, fotografías de Francene Keery

En estas instantáneas de recorridos diarios «la huella humana se intuye casi imperceptible», escribe Damián Cabrera sobre la serie ‘Formas de ser’ (2018) de la fotógrafa neoyorquina Francene Keery.

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«Look deep into nature, and then you will understand everything better» Albert Einstein 

Distintas tradiciones paisajísticas se han sucedido en Occidente a lo largo de los siglos, y éstas se han expresado en planos tan variados como el filosófico, el poético y el artístico, así como en las formas de ser de los sujetos en relación con los entornos naturales: Tal es el caso del paisajismo moderno, esa transformación deliberada de espacios de reserva –en oposición a una organización urbana–, incluyendo tanto los espacios públicos como aquellos sitios protegidos de acceso restricto; tal también el de los picnics campestres de los aristócratas decimonónicos, o el de los flâneurs modernos, cuyo paseo por las ciudades suele ser considerado una forma de conocimiento.

Y Francene Keery se integra a estas tradiciones. Impelida por la necesidad de pasear a sus perros, aprovecha la ocasión y se constituye en fotógrafa exploradora de medias distancias, para ofrecer instantáneas de sus recorridos diarios. Así compone la serie Way of Being (Forma de ser, 2018), exhibida en una muestra individual en la Fotogalería Monocromo y en la feria de arte Oxígeno, en la Fundación Texo, ambas en 2018; y en la galería Verónica Torres / Colección de Arte, hasta 2019.

En las imágenes de Keery la huella humana se intuye casi imperceptible, y sin embargo estas fotografías no tratan estrictamente de una oposición al antropocentrismo: ya que el placer del paisaje no está sólo en su imagen, sino en la posibilidad de recorrerlo activamente y representarlo. Al margen de la anécdota de los paseos perrunos, hay en esta serie una pretensión fotográfica radical, que hace tanto a la estilística de la autora, como a la tecnología –se trataría de imágenes capturadas con un iPhone, medio quizás menos noble frente a otros dispositivos de captura fotográfica–; asimismo, los motivos de las figuras naturales ofrecen la ventaja adicional de una composición natural, ahora en alianza con la composición fotográfica.

Y, sin embargo, debemos volver un instante sobre la anécdota: la del paseo de los perros. Hay quienes sugieren que una estrategia clásica del relato hemingwaiano consistiría en omitir deliberadamente ciertos aspectos de la historia, de tal modo que se note la falta. Aunque inintencionadas, las omisiones de Francene convocan una cierta urgencia de la verdad exiliada de la foto –esa que, dicen, «nunca miente»–. Sometidas a una misma manipulación, homogeneizadas cromáticamente, y coherentes en su simplicidad y composición, las imágenes de un paraíso privado (1) y las de otros paraísos aislados, provenientes de fronteras menos protegidas, se confunden entre sí. La obsesión por estos nichos naturales de apariencia imperturbable –aún aquellos diseñados por el paisajismo humano– parece revelar el deseo secreto de preservar lo que se intuye efímero: porque si el paisaje, como todo hábitat, incluyendo el propio, puede cambiar de un momento a otro –a veces irreversiblemente–, quizás también pueda cambiar el paisaje doméstico, y el modo en que se organizan sensiblemente las relaciones con el espacio íntimo salude desde su apariencia intrascendente aquellas organizaciones que afectan a más de uno.

Finamente, como una narradora romántica, un paso tras el otro, Francene captura los elusivos fragmentos exquisitos de su ruta, para constituir con visión fotográfica y urgencia poética un mundo idílico, y preservarlo en imagen: quizás así, de este modo, el paraíso reemplace el infierno cotidiano del mundo, o, por el contrario, su insistencia torne evidente la existencia de un dorso secreto en la foto.

Notas 

(1) Ya que el habitual lugar de elección para los paseos de Francene Keery es un campo de golf a orillas del río Paraguay, en el Yacht & Golf Club de Lambaré. 

guyrapu@gmail.com

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