Es una zona muy fría de Francia durante el invierno, es más, parece que nunca va a acabar ese periodo del año, con temperaturas que llegan excepcionalmente a
-26 ºC. Su verano también es de los más calurosos (las temperaturas sobrepasan los 35 ºC), pero la verdad es que es tan corto que ni lo recuerdo. Es en esa región del país galo en donde decidí cursar mis estudios, primeramente Hotelería con énfasis en el arte de servir la mesa, para luego disponerme a hacer un masterado en Sommelier en la universidad de Illkirch Grafenstaden, llamada hoy en día Alexander Dumas. Fueron años maravillosos como creo tienen la gran mayoría de los estudiantes, sin arrepentimientos, estudios arduos y largos… Uno llegaba a la universidad al amanecer (tipo 8:30 hs) y cuando nos retirábamos ya era de noche (a las 18:00 hs). Recuerdo esto como uno de los puntos menos favorables de mi larga estadía por esa región de Francia.
Las clases de sommelier eran dictadas por Antoine Woorle, considerado como el mejor joven sommelier de Francia a finales de los 80, lo que daba al grupo mucha seguridad en todo lo que aprendíamos y, sobre todo, disfrutábamos, porque puedo decir que ir a estudiar todos los días en esas condiciones daba más que gusto, más aún cuando creo que el grupo de estudiantes de sommelier era la envidia de toda la universidad.
Mi amor indefinido hacia los vinos blancos de la región de Alsacia comenzó el día en que, con motivo de mi primera pasantía en un viñedo (en el corazón de la viticultura de aquella región, en el pequeño pueblo de Bergheim), fui a parar por recomendación de mi profesor al Domaine Marcel Deiss bajo la tutela –por ocho semanas– del viticultor Jean Michel Deiss (con quien posteriormente a mis estudios fui a trabajar), uno de los precursores de la viticultora biodinámica en Francia. Hasta ese entonces, todo para mí era vino de Burdeos y de color tinto, me redescubrí y reinventé gracias a la influencia de Jean Michel, con exorbitantes vinos Riesling, con una mineralidad superpresente, que podían añejarse por más de 20 años; extraordinarios vinos Gewürztraminer, que presentaban frutas tropicales como su principal característica; geniales vinos Pinot Gris de sabores redondos y sensación cremosa; fantásticos vinos Silvaner, en los cuales resaltaba la finura del producto; explosivos vinos Muscat d'Alsace; y, por último, el tímido Pinot Blanc que siempre daba vinos elegantes y frescos.
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Mi pasión fue creciendo con los años, a medida que iba conociendo los diferentes terroir de los vinos de Alsacia, hasta hoy en día, nada mejor que un vino fantástico del Grand Cru Schoenenbourg en la comuna Riquewihr (con su suelo marino-calcáreo-azufrado, conocido durante años como el mejor terroir de vinos de toda Europa por muchos, ya que debido al azufre natural del suelo los vinos duraban más tiempo y no se oxidaban), del terroir de Mambourg en Sigolsheim (que da vinos de gran potencial mineral en boca) y del terroir de Altenberg de Bergheim, al que podía visualizar a simple vista desde la sala de recepción de las uvas, antes de entrar a la sala de prensa de la bodega.
Quedé sorprendido también con la versatilidad de estos productos para acompañar platos de comida. Uno siempre dice: “vinos blancos con pescados”, pues, en restaurantes renombrados y con estrellas Michelin, sirven estos vinos con carnes rojas y la verdad es que queda de maravillas, está claro que también depende de la cocción y el acompañamiento.
Me apasionan estos vinos, vinos que el público paraguayo en general no consigue entender, pero una vez que los degustan, sí saben apreciar su ADN característico y único.
Queridos lectores, ¡salud! y disfruten del vino que tengan a mano en este día sábado.
oligayet@hotmail.com