Discapacidad y acceso a la justicia. Casos ejemplares

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DE LA MARGINACIÓN, A LA SEGREGACIÓN, LA INTEGRACIÓN Y LA INCLUSIÓN

Las personas con discapacidad no son una aparición nueva. Han existido siempre en todas las sociedades humanas.

Lo diferente es el trato que se les ha ido dando en cada una de ellas. A modo de ejemplo nada más, recordando nuestras lecciones de historia griega, recordemos el destino de quienes nacían menos que perfectos en Esparta, siendo un pueblo guerrero que esencialmente necesitaba seres humanos perfectos, los nacidos con algún defecto eran arrojados de lo alto de un abismo.

Sin llegar a estos extremos, culturas posteriores mantuvieron mucho tiempo una mirada de marginación hacia quienes padecían de algún tipo de defecto, ya sea físico, sensorial, intelectual o mental, eran confinados a lugares aislados, si vivían en grupos sociales, eran objeto de constantes burlas y menosprecio por su condición.

Eran pues sociedades excluyentes, donde las persona con discapacidad, casi ninguna posibilidad tenían de ser consideradas como personas.

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Es a mediados del siglo veinte que la mirada de la sociedad hacia esas personas comienza a cambiar, y de a poco empiezan las mismas a ser objeto de algún tipo de atención y educación, pero siempre en ámbitos separados y segregados del resto de la sociedad. Así aparecen las instituciones como hospicios o internados, donde las personas son puestas para convivir encerrados con sus iguales, simplemente pasando el tiempo hasta que mueran, instituciones estas que son solventadas en algunos casos por el Estado y otros por los propios familiares.

La convivencia y el hecho de darles una oportunidad de vivir como seres humanos, aun cuando sean en condiciones mínimas, hizo descubrir que ellas también tenían cualidades y potencialidades que merecían ser atendidas.

Así nacen las escuelas para especiales, los talleres protegidos, lugares donde las personas con discapacidad empezaron a aprender algunas cuestiones básicas de manejo personal, de habilidades diarias, higiene y elementales lecciones de lectoescritura que les permitieran comunicarse, expresar sus ideas, sentimientos.

Con el tiempo, de ser instituciones cerradas, pasaron a ser abiertas, permitiendo que las personas asistieran a ellas en determinados horarios, y en el resto del día estuviesen en sus casa con su familia.
Si bien la creación y funcionamiento de estas instituciones representó en su momento, un significativo avance en la atención y desarrollo de las capacidades de las personas con discapacidad, con el tiempo la calidad de las mismas se fue deteriorando, sobre todo a partir de que se fueron convirtiendo en una especie del cajón de retazos del sastre, un lugar adonde van a parar todos los pedazos de telas y géneros que no tienen una utilidad definida, entonces en las instituciones, escuelas especiales eran enviadas las personas que sin ser necesariamente personas con discapacidad, presentaban algún problema ya sea de conducta, adaptación, comprensión, o simplemente con problemas de aprendizaje (como dislexia por ejemplo) las cuales quedaban a partir de ahí, rotuladas como especiales.

La formación de personal especializado en atender a las personas con discapacidad, si bien generó también una pléyade de profesionales adiestrados en tal menester, desembocó, sin que así se haya planeado, en el llamado efecto Pigmalión, es decir, sin tener en cuenta la real capacidad de cada persona, los maestros y profesionales determinaban a priori, qué, cuánto y hasta qué punto podría aprender.

Este efecto terminó produciendo una escuela especial, donde los alumnos recibían enseñanza no de lo que podrían aprender de acuerdo a sus potencialidades, sino de acuerdo a lo que sus maestros creen que podrían aprender.

Andando el tiempo, se llega a la idea de la integración de las personas con discapacidad, entendida como tal por darles una actividad en la cual las mismas interactúen entre sí, a la vista de las demás, pero sin mezclarse, lo que de alguna manera seguía siendo una invisibilización del tema.

Así nacen, por ejemplo las aulas especiales, en los colegios, o los talleres protegidos, donde las personas con discapacidad realizan dentro de un ámbito normal, actividades parecidas a las efectuadas por las demás, pero de manera segregada.

Por último, se llega a la inclusión, entendida como la participación plena de la PcD, en las actividades de la vida diaria, social, educación, laboral, etc., dentro del mismo ámbito espacial y temporal, y en forma conjunta con personas sin discapacidad, respetándose la capacidad propia de cada persona.
La diferencia conceptual más importante entre el concepto de integración y el de inclusión, es que el primero, la PcD debe adaptarse y cumplir los mismos parámetros asignados para todo el grupo; en cambio en la inclusión, los parámetros son adecuados a las posibilidades de la PcD, permitiendo así su permanencia en el medio.

En ese marco, es que hoy día se reconoce a la persona con discapacidad, el derecho a acceder, entre otros, al servicio de justicia, para lo cual deberán necesariamente allanarse los obstáculos que encontrara en su camino.

Entendiendo por acceder a la justicia, a la posibilidad concreta de ejercitar la defensa de sus derechos, ya sea como demandante o demandado, como víctima o imputado,

Las 100 reglas constituyen un instrumento judicial que desarrolla para su efectivo cumplimiento, preceptos normativos estatuidos en la legislación, tanto interna como internacional del Paraguay.