Las aventuras de un pasajero de colectivos

Los plagueos en contra del conductor, los llantos de un bebé y el vallenato a todo volumen, al mezclarse, crean una melodía fantástica para que la disfrutes durante todo tu viaje hasta llegar a la facu. Cuando estás en el bus, te podés encontrar desde vendedores de cepillos de dientes hasta predicadores religiosos, pero con el tiempo te acostumbrás a verlos todos los días en el mismo colectivo.

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Cuando viajás en colectivo, te pasan cosas que luego suelen ser tema de conversación y motivo de risas con tus amigos. Si salís tarde de casa y tenés que llegar lo antes posible al laburo o la facu, sos capaz de correr como un maratonista detrás de un bus con tal de alcanzarlo.

Algunas veces, ves que el colectivo está viniendo, hacés la parada con el brazo y el chofer te deja tan en visto que toda tu dignidad se fue con el bondi. Cuando pasa eso, solo queda esperar. Hasta que por fin te subís a la línea y ya tenés que soportar los plagueos del guarda para ir “un poquitito más en el medio”, porque no importa si el bus está tan repleto que parece una lata de sardinas; según el conductor, siempre hay un lugar “más hacia el fondo”.

Cerca de algún mercado, siempre suben los vendedores ambulantes que empujan a todos para llegar hasta la puerta trasera y exhibir sus productos. Nunca falta el que ofrece un cepillo de dientes común, pero se divaga tanto como vos cuando en un examen el profesor te pide que expliques lo que entendiste sobre un tema y tratás de sonar lo más convincente posible.

En cada colectivo siempre está la señora que se sube con bolsas del súper y sus siete hijos con una mochila cada uno, o está el señor que lleva gallinas, escobas largas y cajones de frutas que compró del mercado. Si el timbre del bus no funciona, preparate para escuchar todo tipo de plagueos en guaraní en contra del chofer cuando este pasó más de dos cuadras del lugar donde tenía que bajarse algún pasajero.

A veces encontrás de todo en el colectivo: pañal usado, vómitos por el piso, basura o restos de comida, pero ya te acostumbraste a viajar en bondi por tantos años que ya ni te imaginás cómo sería tu rutina sin ña Marta plagueándose porque el chofer no le bajó frente al portón de su casa o sin salir corriendo detrás del bus cada mañana porque, como siempre, te despertaste cinco minutos más tarde.

Por Gonzalo Recalde (19 años)

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