Confeccionistas de esperanza

Ellas llevan dentro una historia muy personal, que decidieron compartir voluntariamente. Más allá de los motivos de su reclusión, internas del Buen Pastor hoy tienen una nueva motivación para creer en el mañana. Con Muã, ellas encienden su esperanza.

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Lourdes Villasanti trabaja alegremente en la máquina de coser cuando nos acercamos a saludarla. Ella confecciona pijamas femeninos desde hace cinco años y ocho meses. Al principio, se metió al taller como aseadora, que es la persona que se encarga de quitar las hilachas y todo lo antiestético de las prendas tras la confección.

Cuenta que no tenía la más pálida idea de cómo usar una máquina, pero es tan hiperactiva que necesitaba hacer algo, así que se metió y, con un poco de “caradurez y curiosidad”, aprendió. “Poco a poco empecé, y ahora ya soy confeccionista. Muã le gusta a la gente, y nos apoyan. Además, de esto nos mantenemos aquí y hasta nos permite ayudar a nuestras familias”, nos cuenta Lourdes, quien ahora ya maneja todo tipo de máquinas del taller y se está especializando en otras áreas de la confección. “Me gustaría enseñar esto cuando salga”.

¿Falta mucho para salir? Es la pregunta que le hacemos a continuación y que le borra la sonrisa por unos segundos. Pero pronto se recupera y nos responde con sinceridad: “La verdad, sí, un año me falta todavía. Pero parecen 10 años para mí. Acá, un mes es un año para nosotras”, expresa.

Al ingresar al Penal del Buen Pastor nos pusieron una sola condición: no preguntar nada acerca de los motivos de reclusión de las internas, para no exponerlas, a no ser que ellas desearan hablar del tema.

Lourdes no tiene ningún problema en contarnos su historia. “Caí por drogas, y la funcionaria de la Senad me metió miedo, me decía que mientras dormía me cortarían el pelo y las cejas, que no me dejarían en paz acá. La gente de afuera piensa que es como en las novelas, pero no es así”, cuenta.

Como al principio no se mezclaba con la población del penal, por miedo, permanecía encerrada en su celda, hasta que un día le llamó la atención que una compañera salía todas las mañanas y volvía por las tardes. “Le pregunté qué hacía y me contó que trabajaba en un taller. Le pregunté si había trabajo y me trajo”, cuenta.

Además de costura, corte y confección, Lourdes nos dice que lo más importante que le enseñó el taller es a crecer como persona “pero por sobre todo, a valorar la libertad. En las celdas hay barrotes, candados, pero acá me siento libre”, comparte.

Incluso, con permiso de las autoridades, suele traer a sus hijas, que se quedan a dormir en el penal y permanecen hasta quince días junto a ella.

“Antes no venían, porque su papá decía que no era lugar para ellas, pero superamos ese prejuicio y los días que vienen son espectaculares”, comenta.

Además del taller, Lourdes está terminando el colegio dentro del penal.

El objetivo de nuestra visita no era traer recuerdos tristes a las mujeres, sino conocerlas y hablar de un emprendimiento creativo que las mantiene motivadas y apasionadas desde hace casi dos meses. Se trata de la marca Muã, la primera marca de reinserción social del Mercosur y la segunda de Sudamérica.

Muã crea, diseña y confecciona prendas de excelente calidad, pero no solo eso, sino también termos, cajas y todo tipo de productos artesanales.

Si bien el taller que visitamos existe desde el año 2002, recién hace casi dos meses una publicitaria se encargó de trabajar la marca y proporcionarle el nombre. Un nombre que, por cierto, ha resultado bastante atractivo en el mercado. Hoy, Alejandra Tauber, directora de Marketing de Muã, y Ninfa González, directora de Reinserción Social del Ministerio de Justicia, reciben incesantes llamados de supermercados, tiendas y otros establecimientos que desean tener las prendas de Muã en su oferta comercial.

Muã, que significa luciérnaga en guaraní, abarca a las penitenciarías de Emboscada, Tacumbú, Esperanza y Buen Pastor. El logo está hecho a partir de letras escritas por los propios internos.

“A cada uno se le mandó a hacer un abecedario, que pintaron con sus dedos y se seleccionaron letras hasta armar el logo”, nos cuénta la directora de Marketing.

Así, bajo el slogan Encendé esperanza, diariamente reclusos de las penitenciarías de la capital crean productos de alta calidad inspirados en la idea de un mañana mejor, de un futuro que les permita salir a la calle con un oficio aprendido, que a su vez, les dé oportunidad de ganarse el pan.

Gertrudis Venialgo tiene 59 años y es modista de alta costura desde hace 45. Ingresó al penal hace tres y, felizmente para ella, encontró el camino para seguir ejerciendo el oficio de toda su vida dentro del taller.

“Me trajeron porque pensaron que en mi casa había droga, pero yo la plantaba solo para mi consumo, no para vender. Finalmente se comprobó que no vendía. Fui a España tres años a trabajar para construir mi casa, que es muy linda. La gente piensa que es producto del dinero de la droga, pero eso no es cierto. Me arrepentí muchísimo pero a la vez me hallo, porque conocí a mucha gente buena, viví muchas experiencias”, relata Gertrudis mientras toma medidas para un vestido que está empezando a confeccionar.

Antes de su ingreso al penal, trabajaba en su propio taller, en su casa. Ahora, con su trabajo, se está manteniendo sola. “Entre limpieza, lavandería y comida, nuestro gasto acá es de más de G. 1 millón. Gracias a este trabajo no necesito pedir ayuda a mi familia”, dice orgullosa.

El rostro se le ilumina con una contagiante alegría cuando nos cuenta que su libertad está muy cerca. “La directora dijo que entre junio y julio ya me toca mi condicional. Ya pasé tres años, así que unos meses más no es nada”, comparte feliz.

El pasado día de la madre, Gertrudis obtuvo un permiso especial para ir a su casa a pasar el día con sus hijos. Un par de lágrimas de alegría brotan cuando nos describe lo feliz que fue durante esas 24 horas. “Encontré mi casa intacta, toda limpia, pero desordenada. No estaba como yo quería”, dice entre risas.

Espera ansiosa a que pasen las semanas para poder volver a su casa y ordenarla a su manera. “A veces ya me quiero caer, pero tengo que seguir luchando, falta poco”, nos dice.

Shirley Justiniano (45) no es precisamente de esas mujeres sumisas que sonríen y consienten todo. Ella es de las fuertes, de las que no se guardan nada. Por eso, antes de comenzar nos advierte: “Si quieren que hable, yo voy a hablar, pero sin filtros”.

Está recluida desde hace tres años y dos meses y no tiene condena. Le suspendieron 11 audiencias preliminares y tres juicios orales. “Sigo esperando, y es porque no tengo plata para tranzar. Los grandes traficantes no están acá ni dos meses, pero nosotras las que estamos por 10 o 15 gramos estamos años. Es más que injusto”, critica.

Shirley tiene cuatro hijos, que quedaron a cargo de su madre de 72 años, que también tiene problemas de salud.

Confiesa que cayó por portar 12 gramos de droga, por ayudar a una persona cercana y por necesidad. “Una persona me dijo ‘Hacelo, y vas a ver que vas a pagar tus cuentas...’ y yo por estúpida, por ignorante no pensé en las consecuencias”, recuerda.

Shirley dice que cuando traficó con drogas, jamás pensó en hacerse rica o comprarse una casa, sino en obtener el sustento básico para sobrevivir. “Lo hice porque mis hijos estaban pasando hambre. Por nuestros hijos, las madres cometemos muchos errores”, dice.

En una de sus declaraciones más fuertes, Shirley nos dice que, si sabía de las consecuencias que le traería el microtráfico “mejor me iba a prostituir. Es la verdad, porque a lo mejor no venía a parar a este lugar y les podía tener a mis hijos. Me arrepiento de todo corazón”.

Shirley reconoce su equivocación, pero hay algo que se cuestiona. “La gente de plata se equivoca más que los pobres, pero la diferencia es que ellos pueden comprarlo todo”, subrayó.

Hoy, mientras confecciona prendas en el taller, solo pide que la justicia le otorgue una condena firme que al menos le dé la paz de saber cuándo podrá ser libre. Y en cada visita que le hacen sus hijos, les aconseja que no caigan en el mismo error. “Trato de inculcarles lo mejor. Les digo que vean dónde estoy yo, que nunca sean ingenuos y caigan en estas trampas”, nos dice.

La idea, para más adelante, es lanzar una línea Premium de la marca Muã, y variar la colección de prendas. Si desea adquirir una prenda de la marca, puede contactarse al (0971) 200-946.

También puede mirar fotografías de las confecciones en Facebook: muaencendeesperanza; Twitter: @mua_py; e Instagram: @mua_py.

 

estefanhy.ramirez@abc.com.py - @estefhycantie

Imágenes: David Quiroga

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