LOS ÁNGELES (EFE). Combativa hasta el final –en 2018 inició un pleito contra la cadena televisiva FX por el retrato que hace de ella en la serie “Feud”–. De Havilland poco tenía en común con la buena y pacífica Melanie, que le dio la gloria eterna en el cine. Mujer de fuerte carácter, no muchos cinéfilos saben que Olivia de Havilland fue la responsable de un cambio radical en el Hollywood de los grandes estudios.
En los años cuarenta se cansó de las abusivas condiciones laborales a las que estaban sometidos los actores y actrices en aquella época dorada de Hollywood y se enfrentó con el poderoso estudio Warner Bros. De Havilland reclamó al estudio que le diera acceso a otro tipo de personajes, pero el mismo respondió dejándola sin empleo y sueldo. Por miedo a más represalias judiciales, ninguna otra compañía se atrevió a ofrecerle trabajo y la actriz estuvo tres años sin aparecer en ningún filme hasta que venció en los tribunales, a pesar de que en esa época ya tenía títulos en su haber como “La carga de la Brigada Ligera” (1936), “Las aventuras de Robin Hood” (1938) o “Lo que el viento se llevó” (1939).
En declaraciones al diario británico The Independent en 2009, la actriz aseguró que se sintió “una estrella, pero también una esclava” de Hollywood. “Todos en Hollywood creían que perdería, pero yo estaba segura de ganar. Había leído la ley y sabía que lo que hacían los estudios estaba mal”, afirmó. Tras recuperar su libertad artística, la actriz vivió sus años más inspirados. Ganó el Óscar a la mejor actriz protagonista por “Lágrimas de una madre” (1946), fue nominada por “Nido de víboras” (1948) y volvió a lograr la estatuilla con “La heredera” (1949).
A partir de los años 50 comenzó a alejarse, progresivamente, del mundo del cine y se mudó a París, donde se casó con el periodista francés Pierre Galante, su segundo esposo tras el novelista norteamericano Marcus Goodrich. Aunque De Havilland y Galante se divorciaron en 1979, fueron muy amigos hasta la muerte de él en 1998. La actriz decidió seguir residiendo en Francia, país que le otorgó la Legión de Honor y donde fue, además, la primera mujer que presidió el jurado del Festival de Cannes en 1965.
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Thierry Frémaux, delegado general del Festival de Cannes, expresó a la AFP que “en momentos en que se cuestiona el lugar de las mujeres en el cine y en la sociedad en general, debemos recordarla sobre todo por la fuerza que tuvo para atacar el sistema de los estudios para liberar a las actrices de contratos que las explotaban”, agregó, asegurando que esta “reina de Hollywood” había demostrado “fuerza y coraje” a lo largo de su carrera.
“Olivia de Havilland pasó parte de su vida haciendo olvidar que era capaz de interpretar otros papeles además de las señoritas lindas y bien educadas. Total: dos Óscar y la primera presidencia femenina del jurado del festival de Cannes más una disputa con su hermana Joan Fontaine”, tuiteó Gilles Jacob, expresidente del festival.
Sobrevivió más de cinco años a su hermana, con la que tuvo una complicada relación de celos y envidia que les llevó a no dirigirse la palabra durante décadas. El origen de sus problemas pudo estar cuando ambas estuvieron nominadas al Óscar, en 1942. De Havilland lo intentaba por segunda vez con “Si no amaneciera”, pero perdió frente a Joan, que ganó por “La sospecha”.
Pero la rivalidad venía de la infancia. Cuando Olivia tenía nueve años, redactó un testamento en el que decía: “Le dejo toda mi belleza a mi hermana pequeña Joan, ya que ella no tiene ninguna”. Unos problemas que se vieron reflejados en la serie “Feud”, donde en una escena De Havilland llamaba “puta” a su hermana, algo que negó en demanda contra FX.
De Havilland sostuvo en su acusación que ese “ofensivo término” iba en contra de su reputación de “buenos modales, clase y amabilidad”. Una clase y elegancia que mantuvo hasta el final, así como su agilidad mental, que demostró en sus contadas apariciones públicas, como cuando en 2003 se encargó de presentar un homenaje a los ganadores de los Óscar con motivo del 75 aniversario de estos premios. El auditorio al completo del Teatro Kodak de Hollywood la recibió en pie y con una larga ovación mientras sonaban los compases de “Lo que el viento se llevó”.
