"Azor", cuando la banca privada suiza se encontró con la dictadura argentina

Este artículo tiene 4 años de antigüedad
/pf/resources/images/abc-placeholder.png?d=2394

Alicia García de Francisco San Sebastián, 18 sep (EFE).- La forma de actuar de la banca privada suiza en la segunda mitad del siglo XX es un asunto espinoso en la cuasi perfecta Confederación Helvética y la falta de autocrítica en un sector poderoso se ve reflejada en la película "Azor", presentada este sábado en el Festival de San Sebastián.

Una ópera prima del realizador suizo Andreas Fontana que compite en la sección Horizontes Latinos y que, explica a EFE, no pretende reflexionar sobre ese tema "desde la culpa, sino desde la responsabilidad".

Su abuelo fue banquero privado y diplomático y fue tras su fallecimiento cuando Fontana empezó a interesarse por un sector que le era muy ajeno. Su madre es poeta y su padre escritor, así que la banca le pillaba muy lejos.

"Empecé a investigar y me di cuenta de que era un territorio interesante para hacer una película", especialmente en lo que se refiere al gran poder e influencia de la banca privada, sus relaciones con el poder, explica el realizador.

No se trata para nada de una película familiar o autobiográfica, precisa Fontana, quien decidió ubicar la historia en Argentina, un país en el que estudió y conoce bien, y en los años ochenta, un momento en el que la dictadura militar campaba a sus anchas.

Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy

Los militares hicieron desaparecer a muchas personas a las que robaban sus propiedades y el papel de la banca suiza, muy presente en el país, no está claro.

Eso es lo que cuenta "Azor", que se centra en la figura de Yvan De Wiel, un banquero privado de Ginebra que viaja a Argentina con su mujer, en 1980 en plena dictadura, para sustituir a su socio, que ha desaparecido sin dejar rastro.

Un inicio de lo que parece un thriller pero que pronto se transforma en una película con un gran trasfondo político y social.

El banquero entiende desde el primer momento cómo tratar con la clase dominante, acepta la vigilancia a la que le someten y apenas se cuestiona la desaparición de su socio.

Fontana dedicó dos años y medio a investigar el mundo que refleja su película. Se introdujo en la alta sociedad argentina, algo que no le resultó difícil por la carta de presentación que suponía ser nieto de un banquero suizo.

Y contactó con la gente sin dejar claro lo que estaba haciendo, lo que le generó problemas morales, reconoce ahora el realizador.

Cuando ya tenía el material que necesitaba, entonces la directora de casting contactó con gente que formaba parte de ese mundo para ofrecerles participar como actores en la película y muchos aceptaron.

"La gran mayoría de los actores argentinos vienen del mundo que investigamos, son abogados, financieros, algunos incluso banqueros privados", explica Fontana.

Para él es importante que a través de esta película, su generación reflexione sobre cómo actuó la banca privada durante décadas.

"Los banqueros en Suiza no hicieron el mea culpa de lo que pasó y la generación a la que pertenezco tiene que encargarse de reflexionar sobe lo que ocurrió, no desde un lugar de culpa, sino de responsabilidad", resalta.

En Suiza "todos nos beneficiamos del banco, tengo muchos amigos en la universidad que se benefician, el sistema de salud también..", la banca está por todas partes y "no hay una toma de conciencia real".

Una actitud que continúa con la forma de trabajar de los banqueros, entre los que incluye a su abuelo, muy "de la vieja escuela". "Es una mentalidad de que hay que hacer las cosas y punto, es parte del trabajo".

Tras pasar por la Berlinale, donde se sintió frustrado por la imposibilidad de grandes encuentros con el público, Fontana se muestra encantado de poder presentar su película en San Sebastián, adonde ha viajado mucha gente del equipo.

Un equipo "increíble" que le ayudó a poner en pie un proyecto "muy ambicioso, con muchos desafíos", como el hecho de filmar en el extranjero, en Argentina, donde la realidad es "más caótica e imprevisible que en Europa".