Ryukyukoku Matsuridaiko es una agrupación dedicada a las danzas folclóricas okinawenses conocidas como “Eisa”. Al ritmo de la música, este grupo toca diferentes instrumentos de percusión que se acompañan con coreografías dinámicas del estilo “Sosaku Eisa” (Eisa Moderno).
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La agrupación original fue fundada en 1982 en Okinawa, Japón, por Takeo Medoruma con el fin de unir a los jóvenes a través del arte. Hoy en día existen más de 75 filiales en todo el mundo con el objetivo de difundir la cultura okinawense y promover el espíritu de unión y hermandad.
La filial de Argentina inició sus actividades en Buenos Aires en 1998, tras la visita de Akira Yonamine Sensei el año previo. Tres de sus integrantes, Matías Rubén Asato, Erika Romina Taba y Cecilia Mónica Remolgao, visitaron Paraguay con motivo de la celebración del 64° aniversario del natalicio de Su Majestad el emperador del Japón, en febrero pasado.
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El trío vino a compartir su arte pero también a hablar sobre los valores que se multiplican por el mundo gracias a esta cultura. Tanto Matías como Erika son descendientes de abuelos japoneses y Cecilia es argentina, pero amante de estas expresiones.

Erika, quien toca el paranku (una pandereta), destacó cómo esta cultura se transmitió de generación en generación y sigue viva no solo en Okinawa sino en el mundo. “El creador vio como después de la Segunda Guerra Mundial, muchos jóvenes estaban sin rumbo, entonces delinquían o no tenían propósitos. Viendo esto decide crear un grupo de “Eisa”, para que encuentren motivación a través de los tambores, la música y el baile”, contó.
Dio la casualidad que más adelante una persona de Okinawa viaja a Argentina y se encuentra con un grupo que en Buenos Aires estaba practicando ciertas danzas del grupo sin saber que pertenecían a esta corriente. Así, en el año 1998 se inaugura la filial en este país. “Y continuamos hasta hoy”, dijo Matías, resaltando que pasaron 26 años.
Hacia nuevos horizontes
El artista destacó que la particularidad de este estilo es que nació desde una visión moderna de su creador, ya que “se empiezan a incorporar nuevos instrumentos; de hecho en el ‘Eisa’ tradicional, antes los tambores tocaban solo los hombres, las mujeres solo hacían la danza, pero ahora ellas también tocan tambores, entonces hay un quiebre grande con el estilo, incluso con las vestimentas que ahora tienen otros colores”, dijo Matías, quien toca el odaiko, un tambor rojo que se lleva colgado.
En tanto, Erika planteó su creencia de que “el creador de este grupo quiso romper con ciertas estructuras que ya venían muy establecidas en sí, en la cultura, entonces quiso romper ese paradigma y dar lugar a modalidades que antiguamente no se hacían. Al principio, según nos contaron, eran chocantes estos cambios porque rompían con lo tradicional, pero después tuvo tanta popularidad que empezaron a nacer otros grupos”, subrayó, contando que abanicos, espadas e incluso una cabeza de dragón con la que se van haciendo diferentes movimientos también forman parte de los diferentes cuadros.
Todo esto “remite a lo que es Okinawa, isla al sur de Japón que tiene una ubicación muy estratégica y que en época de guerra fue invadida por Norteamérica”. Luego de todo eso es que los habitantes de Okinawa “empezaron a inculcar la gratitud a estar vivo, a la familia, a los amigos, por eso si uno tiene la posibilidad de ir te van a recibir como si fueras parte de la familia. A través de eso el grupo transmite esos valores: recibir y agradecer”, indicó Erika.

Así también, el impacto ha traspasado fronteras y conquistado a nuevos artistas, como Cecilia, quien está en el grupo hace más de 15 años. “No soy descendiente de okinawenses. Simplemente ví un espectáculo de ellos en el Jardín Japonés de Buenos Aires, me gustó mucho y pude entrar a la agrupación. Con el correr de los años fue entrando más gente y hoy somos como 80, todos los años ingresan nuevas camadas que pueden ser descendientes o no. Está abierto a cualquiera que pueda disfrutar de la cultura”, destacó.
En ese sentido, Matías explicó que gracias a internet es cada vez más fácil aprender las coreografías y las formas de tocar los tambores. “Todas las filiales seguimos la línea de la central de Okinawa, las coreografías que salen, los uniformes, todo se hace de la misma forma”, refirió.
La alegría de compartir
Cecilia expresó que lo más nutritivo de esta unión es el hecho de poder compartir con personas de diferentes orígenes. “Es muy gratificante porque representamos al grupo en otros países, hemos tenido la alegría de poder viajar a Chile presentándonos allá donde no hay grupos de Matsuridaiko, poder venir acá, viajamos a Bolivia, Brasil. También hacemos muchos amigos”, refirió.
A su turno, Matías apuntó que sin importar en qué país uno esté, incluso sin saber el idioma, pueden darle play y escuchar las músicas que enseguida todos se pondrán a bailar juntos. “No importa a quién tengas al lado, podés bailar”, dijo.

En tanto, Erika destacó que cada baile tiene un significado. “Hay temas más marciales, más serios, otros más alegres, como dijo Matías no importa la nacionalidad, el país, todos hacemos la misma coreografía, si el tema es alegre, nos miramos y a lo mejor es la primera vez que nos vemos pero nos sonreímos como si fuéramos amigos de toda la vida. Eso es lo lindo de poder transmitir esto que es parte del grupo y de difundir la cultura”, concluyó una de las integrantes de este grupo que espera volver muy pronto a Paraguay.
