"Mi mujer, mi hija mayor, mi hijo mediano, mi hijo pequeño y mi hija más joven murieron durante el terremoto. Había cinco miembros de mi familia", dice a EFE el imán de una mezquita de Mandalay en una llamada teléfonica.
Con la voz entrecortada, el hombre, de edad avanzada y que prefiere no identificarse, no alcanza a explicar qué ocurrió exactamente en el momento del temblor en la mezquita.
Entre sozollos, cuenta que su otra hija, la única que queda viva, está ingresada en el hospital con heridas.
"Estoy profundamente triste. El día del terremoto fue un viernes, el día sagrado. Lo considero una muerte noble", se consuela.
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La comunidad musulmana apenas representa el 4 por ciento del total de la población birmana, de mayoría budista, según datos del Departamento de Estado de EE.UU., y está repartida por varias regiones del país, incluida la zona afectada por el terremoto.
El impacto de la sacudida, el pasado viernes a las 12:50 hora local (6:20 GMT), a 10 kilómetros de profundidad y con el epicentro a unos 17 kilómetros de Mandalay, la segunda mayor ciudad de Birmania, y a la misma distancia del municipio de Sagaing, coincidió con muchos creyentes en mezquitas, en los últimos días del Ramadán.
Según el Gobierno de Unidad Nacional (NUG), formado por políticos, activistas y líderes de minorías étnicas opuestos a la junta militar, que detenta el poder desde el golpe de Estado de 2021, más de 50 mezquitas en todo el país sufrieron daños.
Medios locales independientes hablan de centenares de fallecidos de la comunidad musulmana, unos 700, mientras el jefe de la junta, Min Aung Hlaing, dijo en una conversación el lunes con el primer ministro de Pakistán, Shehbaz Sharif, que son alrededor de 500, cifra que la oposición y organizaciones civiles consideran rebajada.
La junta militar birmana cifró este miércoles en 2.886 el número total de muertos y en 4.639 el de los heridos por el terremoto.
Sobre Min Aung Hlaing, el jefe de la junta, pende una petición de arresto por parte de la Fiscalía de la Corte Penal Internacional (CPI) por su papel en la persecución de la minoría rohinyá (que profesa la religión musulmana como otras del país).
"La razón por la que las mezquitas fueron destruidas es que los numerosos gobiernos (birmanos) no han permitido que se reparen. Así que algunas eran demasiado antiguas y quedaron destrozadas (...) Muchos han muerto", dice a EFE un miembro de 47 años del Consejo de Asuntos Islámicos de Mandalay.
El hombre, que tampoco quiere identificarse, dice que se salvó porque en el momento del terremoto todavía no había llegado a la mezquita.
"Era un día sagrado. Muchos murieron cuando las mezquitas colapsaron", dijo, y habla de centenares de muertos en Mandalay y Sagaing, cifras difícilmente comprobables.
"Mi tía y primos han muerto (...) Es una enorme pérdida. Estamos intentando darnos consuelo entre todos", añade.
