Ratzinger: los 90 años del “Papa de la renuncia”

CIUDAD DEL VATICANO. Joseph Ratzinger, protagonista de la Iglesia y de la cultura europeas, además de Papa y Papa emérito, se prepara para tocar la línea de llegada a los 90 años, el domingo próximo, en el día de Pascua.

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También teólogo, profesor, arzobispo de Munich y prefecto de la Doctrina de la Fe, Ratzinger es sin embargo más recordado por su renuncia al pontificado, un acto de coraje que innovó el ministerio papal. Eso dicen las crónicas recientes pero la historia de la espiritualidad ya lo mira como a un padre de la Iglesia. Muchos, entre ellos, historiadores, seguidores, personas corrientes y humildes cronistas le auguran “ad multos annos” (muchos años). Benedicto XVI, el primer Papa en la era moderna que renunció al pontificado, nunca se arrepintió de su decisión, “ni siquiera durante un minuto”.

“Veo cada día que era lo correcto, una cosa sobre la que había reflexionado mucho y sobre la que hablé mucho con el Señor”, dijo en su momento. Por eso, en la “declaratio” con la que presentó su renuncia, según le contó a su biógrafo Peter Seewald, subrayó que “actuaba libremente”.

“No se puede partir si se trata de una fuga. No es necesario ceder a las presiones. Se puede partir solo si nadie lo pretende, y nadie lo pretendía en mi caso. Nadie. Fue una sorpresa absoluta para todos”, había dicho a Seewald. Con la serenidad y confianza que caracterizan sus años de “emérito”, que transcurren en el ex convento Mater Eccleasiae dentro de los muros del Vaticano, Ratzinger, conversando con subiógrafo, desmintió una vez más, por si hubiera dudas, la idea de que su “renuncia” no fuera válida porque habría decidido bajo presión y que era esencialmente una vía de escape. Ya por la tarde del 11 de febrero de 2013 se habían impreso folletos que describían al Papa teólogo como un intelectual que jamás se había sustraído a su deber de gobernar, como huyendo de una situación ingobernable, provocada principalmente por el escándalo “Vatileaks”. Incluso, en los meses sucesivos, ambientes católicos habían avanzado en la hipótesis que la renuncia no fuese válida.

Todasversiones que oscilaban entre la “fantapolítica”, la mala fe y el deseo de utilizar a Benedicto XVI para contraponerlo a su sucesor, Jorge Bergoglio. En realidad, las “renuncias” que dejaron estupefacto al mundo, y a muchos preocupados o aterrorizados en el seno de la Iglesia, se comprendían de inmediato por aquello que fueron: un acto de coraje, una reforma en el Consejo, que activó un proceso de renovación en la Iglesia católica, que no hubiese sido posible si el pontificado de Ratzinger hubiese concluido con su muerte natural. Fue un shock que, impresionados por el papa Ratzinger, las autoridades superiores de la Iglesia, la curia y los cardenales reunidos en las congregaciones y luego en un cónclave, hicieran posible la elección de un pontífice llegado desde el fin del mundo, que mira a la institución que debe guiar con la óptica de las periferias y no del centro, de los pobres y no del Occidente, a menudo opulento y egoísta, y que trae una nueva perspectiva, radicalmente evangélica, en el gobierno y en el ministerio. Con su renuncia, Benedicto XVI -teólogo que ya había demostrado ser un reformador en la lucha contra los abusos del clero y en la activación de un proceso de transparencia financiera de la Santa Sede- se confirma como un reformador e introduce en la práctica eclesial una institución, la de la “renuncia”, que refuerza la potencialidad que ya posee la Iglesia para reformarse radicalmente con la palingenesia que se realiza en cada cambio de pontificado.

Por lo demás, tanto el papa emérito como el papa Francisco,muy diversos por experiencia, carácter, estilo eclesial,formación y procedencia, son más parecidos de lo que suelepensarse en algunos elementos clave de su visión de la Iglesia.

La lucha contra la mundanidad de la Iglesia, la obsesión de Bergoglio, no está de hecho lejos de aquella desmundanización que Ratzinger auspició -prácticamente incomprendido tanto por la “derecha” como por la “izquierda” - en el discurso en Freigurg que pronunció durante su último viaje a Alemania. El diálogo con las otras confesiones religiosas y con los no creyentes hacia el que tiende Francisco no está lejano de aquella verdad que se construye en la relación de la que habla Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica que dio a luz en Benin.

Tampoco están tan distantes de Ratzinger incluso las directrices para la reforma en el sentido de la colegialidad y una iglesia apostólica, que Francisco parece querer poner en práctica.

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