Copro es raíz griega que significa excremento y colabora en la etimología de muchas palabras. De ahí que el médico para llegar a un diagnóstico pida un coprocultivo, que es el análisis laboratorial de la deyección, previa estadía en un medio específico.
Coprolalia, por su parte, es el lenguaje soez y grosero, donde lalia es lengua. Se habla de la coprofagia de ciertos insectos que se nutren de las excretas de otros animales y de perversos casos en masoquistas humanos con tal tendencia.
Coprofilia, en otra faceta maliciosa, es la excitación que las heces generan a cierta gente. También está el molesto coprolito, cálculo intestinal excrementicio que ocasiona la apendicitis aguda.
Desde una perspectiva un poco más elevada, en lo científico y utilitario, hoy tenemos el coprotransplante; operativo que consiste en ingerir cápsulas conteniendo la deposición ya procesada de un donante, buscando renovar la flora intestinal con fines curativos.
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En fin, con “copro” pueden etiquetarse cosas, circunstancias, conductas y procedimientos. Hoy, como circunstancia y procedimiento, somos testigos de una nueva forma de manifestarse donde, defecación mediante, aflora el producto intestinal como grito de reprobación ante las supuestas ilegalidades de las cuales es objeto el protestante, en este caso el abogado Paraguayo Cubas.
Llegar a tal extremo revela, además de coraje, la rabia desbordada que superó los límites que marcan las buenas costumbres.
Ahora bien, de cundir el ejemplo y si el pueblo decidiera emular tal gesto ante las tantas injusticias que lo tienen por víctima, estaríamos ante otro récord Guinness por la cantidad de motivos existentes de cara al producto final. Ya en una última valoración, valga apuntar que decir copro no siempre anuncia un contenido fecal; en tal sentido, ser COPROpietario de los bienes del Grupo Cartes: ¡Qué envidiable aroma!
Julián Navarro Vera