La orfandad de alumnos se debe a la migración que sufre esta compañía.
El profesor Basilio “Papo” Torres Sánchez es quien dicta clases a los dos únicos alumnos que acuden al modesto local escolar. Años atrás la escuelita llegó a tener unos 30 alumnos, y hasta 2017 eran cinco los que acudían al aula. La deserción escolar hizo que el número fuera disminuyendo sostenidamente hasta la actualidad, que encuentra a la institución ante una inminente desaparición.
Paola, de 7 años, va al segundo grado, mientras su hermano Rolando, de 12, cursa el sexto grado. La familia de ambos planea mudarse a Pilar en los próximos meses, lo que dejaría a la escuelita sin alumnos.

El local no cuenta con energía eléctrica, ni agua potable. El vital líquido es proveído por el estero más cercano y se almacena en un tradicional y pintoresco cántaro. El sanitario del edificio escolar es una simple letrina y no hay muchas esperanzas de que se mejoren las instalaciones.
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A la precariedad del local escolar, se suman las dificultades que se tienen para acceder al lugar. Caminos muy precarios que son prácticamente intransitables en días de lluvia, se inundan en largos tramos cuando las precipitaciones se vuelven constantes. En esas condiciones, el profesor y los alumnos recorren largas distancias para cumplir las tareas del día.
Torres explicó que tampoco se tienen materiales didácticos de apoyo para dictar las clases. Consultado sobre la posibilidad de que la escuela quede sin alumnos, el docente expresó que ha presentado un proyecto para recibir a los adultos que no han podido proseguir sus estudios. “En la zona hay muchas personas mayores que no han tenido la oportunidad de completar sus estudios primarios, y están deseosos de hacerlo si se les brinda esta oportunidad. Creo que esto puede ser la alternativa para sumar alumnos y evitar que la institución cierre sus puertas”, afirmó el maestro rural.

La falta de infraestructura que caracteriza la zona en la que está instalada la escuela, es quizá la razón principal de la gran migración que sufre Potrero Esteche-Guazú Cua. Actualmente siguen residiendo en el lugar unas 25 familias que no tienen el beneficio de los servicios públicos. En esta compañía aislada no existe un sistema de agua potable, ni llega la energía proveída por la Administración Nacional de Electricidad (ANDE) al resto del departamento. Sus pobladores sobreviven a oscuras y se dedican fundamentalmente a trabajar en las estancias, a la cría de algunas cabeza de ganado y la elaboración de queso. Salvar la escuelita es la principal aspiración del profesor Basilio Torres, que a la par de los vecinos de la escuela espera que las autoridades puedan “apiadarse” de este poblado y se obre el milagro de contar con luz, agua potable y un edificio escolar en mejores condiciones.
