La historia de la humanidad está repleta de enfrentamientos bélicos entre pueblos y batallas internas entre hermanos de sangre porque algunos pretendían obligar a otros a creer y adorar a un dios determinado.
Durante los remotos y oscuros siglos de la Edad Media, la intolerancia religiosa significó la tortura y muerte en la hoguera de miles de personas, supuestamente poseídas por el demonio. En algunas regiones del amplio mundo musulmán incluso hasta en los días contemporáneos se condena a muerte a las personas que se nieguen a adorar a Alá.
La creencia en la existencia de un ser superior, creador del universo y dador de vida a los seres humanos, es una convicción absolutamente personal, que radica en el pensamiento y en el corazón de cada uno en particular.
Optar por esta o aquella religión, o declararse agnóstico es un derecho fundamental e inalienable de cada ciudadano en la mayoría de los países del mundo actual. Quienes realizan campañas en contra de los creyentes caen en la misma intolerancia que ellos critican.
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Gracias a esta evolución de la civilización humana, nadie puede obligar a Enrique, María o Juan a arrodillarse ante ningún altar, aportar diezmos a una congregación o ir peregrinando hasta la virgen de Caacupé. Esta conquista cultural es muy importante y no debería ponerse en duda en ningún momento.
Por supuesto que la libertad religiosa no representa un escudo para poner a los creyentes y a las confesiones fuera del alcance de la crítica y de la ley. De ninguna manera. Los sacerdotes, obispos, pastores evangélicos, etc. son personas humanas y, como tales, pueden cometer errores, delitos y crímenes. Así lo prueban los numerosos casos de sacerdotes pedófilos o pastores que abusaron de sus feligreses, pero en todos estos casos la responsabilidad es absolutamente personal. Cada uno debe asumir la responsabilidad por sus acciones, ser sometido a proceso y condenado o absuelto por la justicia.
Como en otras esferas de la vida en sociedad, lo que hace una persona específica no compromete a su familia ni a la empresa en donde presta sus funciones profesionales. Por poner un ejemplo de otro ámbito, no porque Stroessner haya sido un dictador sanguinario y bestial, todos los militares y políticos paraguayos son una mierda de la misma calaña.
También es cierto que la religión es una herencia cultural. Yo soy paraguayo, encarnaceno y católico, esa mi identidad cultural, la tomo como algo absolutamente normal que no me hace ni superior ni inferior a los demás. Doy por hecho que la situación sería bastante diferente si hubiese nacido en una zona de guerra musulmana y mis padres me hubiesen creado con un fusil en las manos y gritando que mueran los infieles que no creen en Alá.
Estas verdades son tan obvias que resulta difícil justificar por qué estamos hablando del tema. Lo que pasa es que, de vez en cuando, tenemos que recordar quiénes somos y de dónde venimos, para fortalecer nuestra identidad y no hacer caso a los militantes ateos que predican en el desierto.