Ya muchos siglos antes Julio César se había divorciado de Pompeya alegando que su “mujer debe estar por encima de toda sospecha”. De ahí el dicho “La mujer del César no debe serlo sino también debe parecerlo”.
En un mundo de la información y la comunicación cuando más que nunca deberían los líderes políticos atender a estos consejos milenarios parecen olvidar los mismos esta rutina del poder y por el contrario se han convertido en soberbios y lejanos. Muchos años después que aquellos históricos personajes establecieran pautas de conducta para quienes ejercen el poder, José Ortega y Gasset en su ensayo “España Invertebrada” recordaría que “Se dice que la sociedad se divide en gente que manda y gente que obedece; pero esta obediencia no podrá ser normal y permanente sino en la medida en que el obediente ha otorgado con íntimo homenaje al que manda, el derecho a mandar. Un hombre eminente, en vista de su ejemplaridad, fue dotado por la muchedumbre dócil de cierta autoridad pública…”.
Habla mucho no solo del líder político sino de la sociedad que ha dado su “homenaje” a que “mande” lo que vemos impávidos en las últimas semanas. Un excongresista condenado en primera instancia que es recibido por una “runfla” de exaltados seguidores aplaudiendo su inconducta como si de esta dependiere la vida misma de aquellos. Un expresidente convocando a la comisión de un delito (traficar influencias) en pleno mitín político seguido de un enfervorizado aplauso de los concurrentes.
¿Cuál es entonces aquella eminencia de la cual hablaba Ortega y Gasset?
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“No hay crisis de representación (…) el problema es que los políticos se parecen demasiado a sus representados” señalaba el filosofo Samuel Schkolnik tal como lo recordábamos la semana pasada. ¿Será así?
Entonces, ¿qué valora esa ciudadanía que en las encuestas pide a gritos nuevo liderazgos sanos, honestos y patrióticos? Hay un discurso público y otro privado, evidentemente. El discurso público es el de la corrección política donde exigimos cambio. El de las urnas es el del pensamiento privado que nos dice que “cambio” no es exactamente igual a “cambiar”. Cambiar de hábitos. Dejar el favor por el esfuerzo. El regalo por la riqueza honestamente ganada.
Lejos de ser un sacrificio, no existe mayor satisfacción que vivir honestamente. El dinero viene y va. La dignidad se pierde y es difícil recobrarla. Recobrar la dignidad es más difícil que recobrar el trabajo o la riqueza perdida. No depende de otros sino de nosotros mismos elegir a quien brilla en la virtud, quien lucha por sus convicciones y quien no roba, no miente y no vive de los otros.