El muro en los 42, 196 metros

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Pero el gran fantasma del derrotero del corredor maratonista es el Km. 30. Algo sucede en la mente del corredor. Algo que todavía no se sabe bien qué es, pero lo cierto que en mayor o en menor medida aparecen compilados toda una sátira de aberrantes pensamientos que afectan el lograr disfrutar la carrera al menos de manera momentánea. Pero el organismo es sabio, a esa altura del periplo las bondades de las endorfinas -un neuropéptido que bien puede ser definido como una autodroga del bienestar- equilibran los pensamientos catastróficos y hacen ganar terreno al placer.

Para los corredores amateurs, esos últimos 10 Km. resultan entre tortuosos pensamientos, dolores musculares, cansancio general, ansiedad por culminar. La mente no para de pensar. Pero no con esto estoy describiendo este tramo del maratón como un ejercicio que hace honor al masoquismo: nada de eso. Esos síntomas pueden pasar en diferentes intensidades como mostrarse ausentes. A veces se agravan por el panorama del contexto. Algunos corredores que caminan, otros que se detienen a alongar, rostros con visibles signos de cansancio, otros que han regulado más el paso y superan al maratonista molestando a su autoestima. Este es un período donde puede perderse la concentración y se observa el entorno. Más aún, se está más dependiente del afuera que del adentro: se presta más atención al corredor que nos supera que al que superamos.

El muro de los 30 km y el espíritu de lucha

Se llama el muro al descenso repentino del rendimiento en carrera. Es una sensación extraña, puesto que minutos atrás corría el maratonista a buen ritmo, en este período se siente roto y desanimado. Esos pensamientos negativos lo amenazan con el abandono de la carrera y entra en una disyuntiva mental caótica. Algunos especialista dicen que se deben a algunos factores fisiológicos como la baja del nivel de glucosa en sangre. Es decir una hipoglucemia apremiante puesto que disminuye el combustible debido a estar largas horas corriendo. Es el tipo de muro menos problemático, puesto que se puede solucionar con la ingestión de azúcares en carrera en forma de gel, bebidas isotónicas, pastillas de glucosa, etc. Poco a poco, para evitar una subida repentina del azúcar en sangre y generar un efecto rebote (el páncreas a secreta una gran cantidad de insulina para retirar todo ese azúcar de la sangre) entonces nuevamente la hipoglucemia.

Otro motivo puede ser la hidratación, porque una deshidratación excesiva puede llevar a un golpe de calor repentino y con ello el peligro de muerte. Por último, la disminución de glucógeno muscular. Por ejemplo, por encima de los 30 km, como puede ser el maratón, puesto que en una carrera más corta los niveles de glucógenos no es una limitante. En carreras de ultramaratón, el combustible más utilizado es la grasa, una fuente energética prácticamente inagotable. Los corredores comen en las carreras para mantener sus niveles de glucosa sanguínea.

Lo cierto y en síntesis, es que en esta dimensión de la travesía se aúnan una serie de factores, muchos de ellos muestran contradicciones: cognitivos (pensamientos negativos espontáneos que se confrontan con los pensamientos positivos), orgánicos (déficit de sales minerales, dolores musculares, calambres por sobre esfuerzo, lastimaduras y llagas o ampollas por roce, que se confrontan con la tendencia del cuerpo a estabilizar estas disfunciones), emocionales y químicos (ansiedad por terminar, broncas por las afecciones corporales, en confrontación con la sensación de bienestar que provocan la cuota de endorfinas en sangre y a nivel de sistema nervioso central, la dopamina motivadora y el cortisol que persiste). Aunque, es de entender que todos estos factores no están disociados, sino que se hallan en total sinergia y se influyen unos a otros. Pensemos como ejemplo, solamente un simple pensamiento positivo puede generar una dosis de endorfinas y dopamina y esta dosis generar el ánimo para socavar un dolor muscular.

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En ese Km. 30 se reparten algún que otro gel de hidratación, una especie de melaza que nos recuerda al jarabe para la tos de nuestra infancia, y éstos tienen su riesgo. Alrededor de esta instancia de carrera, las reservas de carbohidratos disminuyen y la ingesta de un sobre de gel implica inyectar al organismo una cuota de índice glucémico elevado. Nuestro cuerpo, entonces, detecta un alza súbita de la glucosa sanguínea e inmediatamente segrega insulina para contrarrestar los niveles de glucosa, lo que genera el efecto contrario al deseado.

En esos momentos hace falta motivación. Si, mucha motivación. El maratonista se estimula, se dice cosas, se vitorea internamente como si fuese el primero que va a cruzar la meta. A veces se deja impactar por los apoyos de la gente que presencian el maratón. Es una continua coreografía que va del mundo interno al exterior: voces internas y externas estimulan y motivan al corredor, más en el momento de su decaimiento.

Más allá de estas explicaciones técnicas, el maratonista posee un gran espíritu de lucha y hace del sacrificio una forma de entrega, un ícono de su trabajo en pos de arribar a la meta. Y todo esto se disfruta. Ser maratonista es un ejercicio de la voluntad, es la puesta en marcha de la tenacidad en función de lograr el objetivo. Esa proximidad al objetivo se observa cuando ya no se cuentan los kilómetros recorridos sino se comienzan a contar los faltantes; cuando los kilómetros que faltan tienen una cifra. En los últimos 5 Km. cuando allí por el 37 se pergeña un tiempo de descuento: no solo faltan pocos kilómetros sino faltan poco tiempo para la llegada. Esta etapa se la denomina el sufrimiento, va del km 33 hasta el 42. El maratonista mentalmente se encuentra agotado, sólo desea acabar.

Nada es igual luego de los 42.195 mts

Finalmente viene la etapa del éxtasis .Internamente no es que los dolores desaparecen, se está más cerca de la conclusión, entonces el foco del dolor se corre a la posibilidad de terminar. Así los kilómetros pasan. Cuando es el Km. 40 el que aparece frente a los ojos del corredor amateur, ya prácticamente siente que llegó. Esos últimos 2.195 mts. se ruedan. Las imágenes anticipatorias de la llegada hacen que las endorfinas funcionen a pleno y, de paso, socavan los últimos dolores que acucian. Se está más en la llegada que en la carrera. El foco es la última recta. La final: cuando el cartel indicador de los kilómetros anuncia el 41, ese es el último kilómetro de la victoria. En los últimos kilómetros ya no importa la marca, lo más importante es llegar, el heroísmo está en llegar.

El corredor piensa que en la llegada estará su familia, su esposa, sus hijos, sus padres, también algún amigo, cuando no, algunos de sus amigos que corren como él pero no se atrevieron al maratón, lo acompañaron un tramo, los últimos 10 o 15 Km. Siente un escalofrío cuando divisa que hay más gente alentando: es el indicio del prolegómeno de la llegada. Escucha, los ¡Bravo!, ¡Vamos, faltan 300 mts.!, ¡Bien, bien, fuerza que ya se termina!, los aplausos, los gritos.

Entra en la recta final, ve de lejos el cartel de la llegada. Levanta el paso, yergue su cuerpo. Busca entre la gente, el rostro de su hijo, de su mujer, de su padre: Busca, hasta que los sorprende el aliento de ellos. Se emociona, a veces hasta las lágrimas. Ya no importa ni el puesto ni la marca. Se siente que ha alcanzado la victoria porque ha llegado. Le faltan tan solo unos metros y cruza la meta levantando sus brazos y mirando el cielo.

La vida tiene sensaciones maravillosas, pero ese momento, el de la llegada del corredor del maratón, es una de las emociones que merecen ser vividas con la máxima intensidad. Aún días más tarde, el maratonista continuará recordando y reviviendo cada tramo de la carrera. Continuará vibrando en su imaginación toda la experiencia en imágenes y sentimientos, hasta que programe su próxima carrera. Ahí va, él con su soledad, hacia el próximo desafío.