A la sombra de nuestra tricolor

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La espigada atleta compatriota completó su rutina de patinaje ante un público que se encontraba en un estado entre arrobado, eufórico y definitivamente emocionado ante tamaño despliegue de talento deportivo mezclado con gracia y destreza.

Su presentación fue técnicamente impecable y visualmente fantástica y esto le valió el puntaje más alto y por ende la medalla de oro, noticias que recibió en medio de risas y lágrimas junto a su entrenador, asiendo con fuerza la bandera tricolor, que también hacían flamear y honraban junto a la joven patinadora cientos de personas que disfrutaron ese momento de gloria nacional.

Con ese mismo espíritu, la gente acompaña todas las competencias en las que participan atletas paraguayos como así también el desarrollo de disciplinas en las que no estamos representados, para alentar a los primeros y mostrar a los segundos y a todos, el orgullo que nos genera la condición de país anfitrión. Y los queridos rojo, blanco y azul acompañan las contiendas, realzan las victorias, cubren y abrigan al que lo dio todo, pero a quien no se dieron las cosas para hacerse de una medalla y provocan la adhesión y simpatía de los extranjeros, que habían escuchado siempre que los paraguayos somos gente educada y amable, y ahora lo comprueban de primera mano.

Según la etimología de la palabra, se considera que el término bandera procede del germano-franco “bind” (lazo, cinta), pasando luego al español castellano por el idioma romanche francés a través de la forma “bande”. La “banda” o bandera era el estandarte o emblema de un grupo de gente, así se hablaba por ejemplo de una “banda” de personas.

Sobre la historia de nuestra bandera, no se precisa exactamente cuántas tuvimos, aunque parecería que fueron 4 a lo largo del tiempo, y está documentado que, tras la independencia de España, se creó la primera que era azul con una estrella blanca, la misma habría sido escogida en honor a la Virgen Nuestra Señora Santa María de la Asunción, y se usó por apenas un mes, desde mayo de 1.811 hasta junio de ese año.

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Posteriormente, fue izada la primera con los colores rojo, blanco y azul con tres franjas iguales en 1812, pero fue recién a partir del 25 de noviembre de 1842 en que el Congreso Extraordinario declaró y ordenó que se utilizara exclusivamente el pabellón tricolor del 15 de agosto de 1812, con el agregado de los escudos nacionales (de la República y el de Hacienda), que es la que sigue vigente hasta hoy día.

A la sombra de esos colores se forjó la Nación Paraguaya, con una pujanza y empuje enormes que generaron tal envidia que no encontraron otra forma de truncar nuestro progreso que, inventando una guerra para cercenar vidas, historia y territorios, y aun así nuestra tricolor siguió flameando. Tambaleando, el paraguayo nuevamente surgió de las cenizas, el país se restableció y empezó a despuntar y ser reconocido en el ámbito internacional, cuando otra guerra, declarada entre naciones hermanas, pero orquestada desde el norte del continente, vino a segar vidas y nuevamente perdimos territorios en los que, mal que nos pese, no supimos tener el tino de hacer flamear nuestra bandera con actos de posesión con los cuales reivindicar nuestros derechos sobre ellos.

Nuestro pabellón ondeó desde entonces sin conocer otras confrontaciones internacionales, pero sus hijos aún precisamos de muchos años de dictadura para aprender a decidir por voluntad democrática, ejerciendo y respondiendo por nuestra libertad y el compromiso que la misma trae implícita consigo. La enseña tricolor de nuestros amores estuvo siempre allí, presente en las escuelas, las manifestaciones de jóvenes, en las marchas campesinas, en los estadios, esperando en el aeropuerto a algún hijo pródigo que retorna, también brillando en la fotografía de un paraguayo que vive en algún lugar del mundo, siempre nuestra.

Quizás podamos objetar las razones por las que uno u otro la usa o exhibe, y también estar a favor o en contra de que se utilice en determinados actos o de cierta manera; del mismo modo, sin duda alguna nos produce una enorme indignación cuando es mancillada u objeto de burlas, pero nuestra bandera es tan grande que todos cabemos bajo ella, y todos podemos cobijarnos a su sombra.

En una época en la que lo único constante es el cambio, y en medio de la vorágine causada por la velocidad con que se desarrolla la evolución de la sociedad y las alternaciones que esto causa, es bueno como sociedad poder descansar en los valores que aglutinen a las personas y en los que encuentren arraigo, sosiego y unidad, y nuestra bandera representa todo eso, principios que deben comprometernos a todos y principalmente a los líderes y quienes pretenden liderar: El rojo de la valentía, la igualdad, justicia y patriotismo. El blanco representando la paz, unidad y pureza, y por último el azul llamando a la libertad, el conocimiento y la verdad.