Humildad y autosuficiencia

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Jesús cuenta una parábola conocida como “el fariseo y el publicano”, donde se da el caso de dos hombres que van al templo para orar. Él analiza la actitud interior de cada uno de ellos.

Esta situación toca directamente nuestra realidad, pues también nosotros vamos a la iglesia, y hacemos varias cosas de carácter religioso y espiritual.

El fariseo es el ejemplo de la autosuficiencia, porque juzgaba que con una observancia mecánica de las prescripciones y de los rituales, Dios le “debía” algo, y le tenía que pagar por sus “buenas obras”. Él no se va al templo para agradecer, ni tampoco para aprender más sobre la voluntad del Señor, pues juzga que ya conoce bien los mandamientos.

Asimismo, comparándose con los demás, les despreciaba, ya que no eran tan “perfectos” cuanto él, porque no cumplían todos los requisitos de su religión.

Es lamentable cuando nos comparamos con los otros, pues siempre terminamos mal. Si uno se considera mejor, más churro o más guapo, fácilmente cae en la soberbia. Si se considera más feo, apático o pobre, acaba con baja autoestima.

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En la vida podemos hacer solamente dos comparaciones inteligentes: la primera, es compararnos con Jesucristo, pues Él es el Camino y el ejemplo del nuevo ser humano, libre ya de las vanidades y del egoísmo. La segunda comparación es consigo mismo, analizando sus actitudes de un año atrás, y las del presente: ¿será más comprensivo y disponible? ¿Seguirá siendo un cascarrabias empedernido?

Por otro lado, el publicano, que era un cobrador de impuestos coimero y deshonesto, reconoce su maldad, se mantiene a distancia y exclama compungido: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador”.

Es humilde, confiesa su limitación, y en este caso, también sus pecados, pero con una característica importante: confía en la misericordia de Dios, que le concede gracias para cambiar de vida y no seguir con estos valores negativos.

La persona humilde sabe que debe adoptar otras actitudes, de modo a no derrochar las bendiciones del Señor, las cuales recibe como don, y jamás como supuesto pago por sus méritos.

El desenlace es completamente opuesto: uno se volvió más amigo de Dios, y el otro, más compinche del diablo.

El Maestro agrega de modo tajante: “todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”.

Finalmente, celebramos hoy el Domingo Mundial de las Misiones: rece más por los misioneros para que sean firmes, y colabore generosamente en la colecta, que es para ayudar a las misiones católicas en todo el mundo.

Paz y bien.

Hno. Joemar Hohmann - Franciscano Capuchino