Saludando a los estudiantes y resguardándolos bajo el cobijo de su sombra, esta señorita de cabellos de fuego obsequia a los niños sus hojas verdes, juguetes inocentes con olor a naturaleza que los infantes desgranan cual mazorca y luego lanzan al aire, imaginando que son capaces de atraer la lluvia.
Las calles, que entre agosto y octubre se habían llenado de distintos tonos de lapachos, ahora se encuentran rebozantes de pelirrojos cabellos, que forman una cama aromática y natural, sobre la que los orgullosos peatones pasean en las calurosas tardes de verano.
Los primeros calores moldearon una diminuta semilla, luego un árbol pequeño y, finalmente, una señorita que, con su color, atestigua el fuego de la madre naturaleza. Así, al rojo vivo de sus flores, se va tejiendo un plan que decora los últimos meses del año.
Cuando llega diciembre, la señorita naturaleza se entretiene preparando un tributo a la Virgen de Caacupé; va juntando poco a poco sus mejores flores, apartándolas en un ramo que, posteriormente, la entusiasmada dueña de casa arrancará para adornar el altar.
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Los pétalos que no se lucen en el sagrario, imponen su presencia en las entradas de algunas casas. Entonces, se da lugar a que las escobas descansen y el patio permanezca, al menos un día o dos, con el rostro pintado de los tonos naranjas y rojos del árbol de chivato.
Para que las decoraciones navideñas se vuelvan deslumbrantes, esta señorita pelirroja pone de su parte y, con una tímida sonrisa, se ofrece como fondo para capturar los recuerdos de la celebración y, finalmente, se convierte en un testigo silencioso de la alegría en la mesa a la hora de la cena de Año Nuevo.
Dentro de poco tiempo, la señorita se volverá a dormir y guardará de nuevo sus cabellos de fuego. Las flores del chivato son un regalo anual de la naturaleza para darle a tu año un broche de oro rojizo y, a la vez, para ayudarte a iniciar entre suspiros una nueva etapa.
Por Belén Cuevas (16 años)
