La mayoría de los que trabajan por la cultura viven mal, por eso, cuando el artista se va, nadie enumera ni evoca sus penurias apiladas. La entrega completa a la música le generó una vida azarosa, cruel. En un medio como el nuestro invadido por la mediocridad y el cretinismo, todos, sin excepciones, han llevado una trayectoria escabrosa, llena de dificultades sociales, económicas y sobre todo culturales. Extenuados, culmina su vida. Se van marchitos, achicharrados por la ignominia y por la permanente asimilación del desdén ejercido.
La cotidianeidad del músico ha sido la devoción sin desmayos por el arte, ellos han cedido su vida y la han perdido detrás de la música. También arrastraron a sus respectivas familias en torno a las penurias que le generó el medio inculto en que vivió. Esa ofrenda al país no conoce de parangón, es el renunciamiento de sí mismo por la estética, la patria y la divinidad. ¡Qué alto precio se paga!
Paraguay es un país bendecido, es tierra de música y músicos, pero ¡Cómo se denigra a estos próceres! El solo hecho de omitir a esas magistrales inspiraciones o genialidades del espíritu que son dedicadas y destinadas al paisano y a la comunidad, ya se comete un “crimen” abominable. Hasta los medios periodísticos han abatido la difusión y anulado los espacios de expresión nacional, solo los “envoltorios foráneos” tienen cabida, una producción y divulgación masiva que atenta contra la autenticidad del común.
Para esta sociedad banal y materialista, el arte musical nacional pasó a ser un “tekorei apoha” (cosa de vagos), un nicho de marginales determinados por la sociedad, talentosos tildados de haraganes, vividores y hasta de parias sociales, una molestia para el devenir cotidiano del “señorío”. Es el “mboapo’i” (menoscabo) de la élite clasista y por lo general corrupta y manipuladora la que apunta con el índice acusador a estos guerreros de la identidad nacional. Esta es la secta que venera lo hueco, enaltece lo importado e idolatra a la superficialidad guiada desde afuera con estruendos y desenfrenos, aplastando y discriminando lo propio. Algunos, con ironía, convierten la trayectoria artística en “risotadas” y “chistes”.
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La convicción de trabajar por la cultura popular, por la autenticidad vernácula y por la identidad republicana, molesta a los burgueses durmientes, a los serviles, a los traidores que bullen en el chiquero de la inutilidad superficial. Los opulentos tildan de “chauvinista” a todos aquellos que transpiran, defienden y se comprometen con los apostolados de una causa nacional, ese manantial diáfano que enaltezca, perfile y atiborre de complacencia a la comunidad y a la patria.
Igualmente afirmamos con solitaria convicción, ¡Qué grandes creadores e intérpretes tenemos! Más allá de todos los pesares, los sinsabores, el marginamiento, la ignorancia y el desencanto, fuimos capaces de generar “genios sonoros” que a pesar de la adversidad se agrandaron inconmensurablemente, convirtiéndose en un bastión inexpugnable para la lucha social y reivindicadora del espacio natural. Incluso, batiéndose a duelo. ¡Pero qué obras maravillosas nos legaron en medio de sus desconsuelos! Clásicas y universales, estéticas y magistrales.
Mal remunerados, casi mendicantes y sin derecho a nada, su estándar existencial difiere ostensiblemente de la clase política, de un funcionario público, de un futbolista, de un comerciante, o simplemente de un afortunado por el destino. Nada tienen resuelto en su vida, solo inestabilidades, quebrantos y objetivos insatisfechos, porque el sistema está ensamblado para que una minoría deshonesta maneje los trebejos a su paladar, lejos de los principios de la razón, la decencia, la convivencia armónica y la lealtad afirmada.
El músico paraguayo “toca” para vivir, para el puchero del día, para él no existe el mañana sino el hoy. Han adoptado una voz descriptiva de la realidad, profunda y suprema: “jaikomínte” (Y andamos). Su mensaje es expresivo y su traducción es semántica: “necesito ayuda”, “vivo en carencias”, “preciso de auxilio”, “veme un apoyo”, “arregla mi situación”, etcétera, etcétera.
Y debido a esa gran sensibilidad desarrollada, en los primeros 15 años del siglo XXI, nos han dejado valores fundamentales de nuestra música. Se han ido de este suelo causando irreparables pérdidas a nuestro acervo cultural. Estos ilustres pasaron a ser NN, es el olvido que los convierte en silencios, es la indiferencia institucionalizada que fabrica anónimos.