Azara en Ñeembucú

Este artículo tiene 3 años de antigüedad
Mapa en el que se trazan los itinerarios misioneros de Félix de Azara (Ca. 1799), Biblioteca Virtual de Defensa
Mapa en el que se trazan los itinerarios misioneros de Félix de Azara (Ca. 1799), Biblioteca Virtual de Defensa

En parte de la actual ecorregión del Ñeembucú fue donde, entre el 22 y el 27 de noviembre de 1787, don Félix de Azara y el padre Pedro Blas Noseda salieron por primera vez a cazar; allí se consolidó su amistad, la que resultó de provecho para la Historia Natural. Eran terrenos que Azara describió como de muchos bajíos.

En esa oportunidad nuestros cazadores recorrieron las inmediaciones del estero Pikyry, la Estancia Santa Teresa, el pueblo de Santa Rosa, las estancias de San Patricio, San Ramón, San Luis y San Rafael, y la Capilla de Cangó. Es lo que se advierte al leer la relación que hace Azara de su primer viaje a Misiones que, tanto en sus Viajes inéditos como en su Memoria sobre el estado rural, principia así: “En otra ocasión, con motivo de cazar, salí de este pueblo [de San Ignacio]”, y prosigue: “Con motivo de adelantar mis conocimientos de los pájaros, salí en otra ocasión de este pueblo [de Santa Rosa]”.

Partieron de San Ignacio rumbo a la estancia de Santa Teresa y, luego de haber transitado más de 20 kilómetros por un camino alomado, de tierra colorada, despejado, sin árboles, y que pasa por cuatro cañadas que forman el estero Pikyry a unos 4 kilómetros más abajo, encontraron un puesto de la estancia Santa Teresa, ahí retomaron el Camino Real con dirección a las casas de dicha estancia, ubicada en Itaquí.

De Santa Rosa a San Patricio cabalgaron por un sendero de tierra colorada, alomado y sin bosques, a cuya izquierda había una cañada reparable y esterosa, que es cabecera del río Aguapey; este río nace en las vertientes del cerrito de Santa Rosa y muere en el Paraná, cerca de San Cosme.

El camino entre las estancias de San Patricio y San Ramón -de unos 31 kilómetros- fue parecido al anterior.

Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy

En San Ramón comenzaron los terrenos bajos, de suelo negro y gredoso, con bastantes islas de bosque, hasta la estancia de San Luis, ubicada a unos 25 kilómetros de la de San Ramón.

Al salir de San Luis sortearon un arroyo extenso y muy malo que es cabecera del río Tupicuruñay (que muere en el Paraná); el camino hasta la estancia San Rafael, de unos 17 kilómetros, transcurrió por tierras bajas con islas de bosques.

A unos 10 kilómetros de San Rafael salvaron el Aguapey que, corriendo por un bajo esteroso, separa las tierras de Misiones de las de Yuty, y llegaron a la casa de un tal Castillo, donde reanudaron la marcha rumbo a la Capilla de Cangó (a unos 17 kilómetros de lo de Castillo), franqueando a mitad de camino el arroyo Vaca-paso (que nace uno dos kilómetros el Sureste de dicha Capilla y muere en un estero).

Características del terreno

Para poder recrear el paisaje entre Tavapy y Santiago, tal como Azara lo conoció, es preciso recurrir a la relación de su primer viaje a las Misiones, que realizó entre el 23 de agosto y el 3 de setiembre de 1784.

Nuestro naturalista anotó que en la mañana del 23 de agosto partió de la estancia de Tavapy, y que a unos 9 kilómetros y medio cortó el arroyo Tobatinguá, el que naciendo en las vertientes del cerro de Acahay muere en el Ypoa. Del lago Ypoa dijo:

“El nombre de Ipoá [Ypoa] significa laguna enredada y sin duda alude a que según dicen se compone de varios comunicantes por esteros. El que tiene en su estremo meridional es muy prolongado y dá origen al Río Negro que desagua en el Río Tebiquari [Tebicuary]. No he tenido lugar de reconocer esta laguna, ni es fácil por los muchos y malos esteros que la rodean; pero lo positivo es que su mayor extensión es de N. a S. y sus aguas son dulces y pueblan multitud de Yacarés y Caimanes, Capiíba, víboras y pescados. Deságues suyos son, dicho Río Negro y los arroyos Paraí y Zurubií [Surubiy] que dán en el río Paraguay. La entretienen el Caañabe, Aguaií, Tobatingua, con otros arroyitos o vertientes que le entran por su orilla oriental en toda su longitud”.

Anduvo más de 16 kilómetros por piso arenisco, entre cañadas con laderas boscosas, desde Tavapy hasta un descampado donde atravesó un arroyo, al que siguió otro que muere junto con el anterior en el Tobatinguá. Continuó hasta la estancia de un tal Samaniego, situada en una loma notable.

En la tarde del mismo 23 de agosto llegó a la estancia de otro Samaniego, luego de andar unos 12 kilómetros y medio por piso de arena; a 4 kilómetros de dicha estancia cortó una cañada que vierte al río Yaguary y ascendió una loma pronunciada, que se eleva a dos kilómetros de la Capilla de Caapucú.

Esa Capilla está asentada sobre otra loma prominente, y algo más al Norte hay un pequeño “monte largo”, que es el que le da el nombre, el cual “ha merecido la atención por hallarse en unas tierras que son escasas de leña”.

A unos 4 kilómetros de Caapucú vadeó otra cabecera del Yaguary, río que superó a otros 8 kilómetros; avanzó unos 17 kilómetros hasta la estancia de don Salvador Cabañas y, en el camino, se le interpusieron otras dos cabeceras del mismo Yaguary.

De todo ese itinerario Azara destacó que cuanto arroyo se le presentó desde la estancia del segundo Samaniego hasta la de Cabañas era cabecera o vertiente del Yaguary, el que viniendo de lejos muere en el Tebicuary; y, que el camino desde antes de la estancia del primer Samaniego hasta la de Cabañas corría por la cuchilla de una loma alta.

Como llovió toda la noche del 23 de agosto, y parte del 24, recién en la mañana del 25 partió de la estancia de Cabañas y, a unos 6 kilómetros, llegó al paso del río Tebicuary. El camino fue llano y gredoso, con alguna arena superficial y pendiente con suavidad hacia el río, en cuya inmediación atravesó un Estero de poco más de 1 kilómetro.

La costa del Tebicuary estaba poblada de bosques, pero en lo demás la leña era escasa; su barranca era poca y de arena incómoda, con alguna greda sólida. Cruzó el Tebicuary en canoa, tenía entonces una anchura de 928 pies ingleses [unos 282 metros], y en él observó “los mismos pescados, Capiibas, yacarés ó caimanes” que pueblan el río Paraguay.

En la orilla opuesta transitó por un camino llanísimo, con poca inclinación, despejado hacia el río, y con más arena que en la otra banda, pero mayormente gredosa. A 25 kilómetros del Paso alcanzó la estancia arrendada por un tal Arestegui al pueblo de San Ignacio; unos 2 kilómetros antes de llegar a lo de Arestegui había divisado una lomadita que se prolonga paralelamente al camino y estaba llena de bosque, y en ella la casa o capilla de San Miguel, perteneciente a la estancia del pueblo de Santa María.

De lo de Arestegui fue a la casa de un español de apellido Galiano, donde almorzó; anduvo luego unos 29 kilómetros por un camino sumamente alomado que le condujo a San Ignacio.

Todo lo relatado consta en la Memoria, en tanto que en los Viajes inéditos se lee:

“Me causó no poca admiración la escasez de aves este día. Desde Tabapy a San Ignacio es la parte que he notado más despoblada de la Provincia, tanto de animales como de hombres y árboles. También observé que tanto las colinas como los vallejuelos desde dicho Tabapy se dirigen de Sureste a Noroeste en lo general, guardando en esto cierta uniformidad, y la de contener los parajes hondos más greda que los altillos”.

Sobre el pueblo de San Ignacio apuntó Azara en su Memoria lo que sigue:

“Su emplazamiento es sobre una suave lomita de tierra colorada circundado de una zanja o foso hecho por los jesuitas para precaver el pueblo contra los bárbaros del Chaco, llamados generalmente guaicurús, que lo persiguieron siempre hasta que en la población de Ñeembucú se les embarazó el camino para este pueblo y sus estancias”.

De San Ignacio a Santa María de Fe refirió nuestro naturalista, en sus Viajes inéditos- que transitó por un sendero que discurría:

“por suaves lomitas algo más desiguales que el inmediato a San Ignacio, con algunos árboles no espesos en las lomas, y más en los arroyos; éstos y aquellos se dirigen generalmente al Suroeste. El piso es de arena colorada que como dije es mezcla de limo y arena, y en los bajos hay sus atolladeros. Como una legua escasa junto al camino y antes del pueblo hay un hermoso cuadro de naranjos dulces abandonados, en cuyo centro tuvieron una huerta los Jesuitas”.

Además, que el camino de Santa María de Fe a Santa Rosa, de más de 16 kilómetros, corría entre:

“lomitas suaves y vallejuelos anchos de la misma tierra colorada con poca arena. En la mitad del camino atravesé la zanja división de tierras y allí mismo había un grandísimo naranjal plantado por los Jesuitas de quien fue huerta. Los tres pueblos nombrados, y el de Santiago, tienen separados sus terrenos con zanjas, y siendo muy dilatados se deja comprender que esta es una de las mayores obras de los Jesuitas hecha con el fin de embarazar la mezcla y salida de los ganados, porque se ha de suponer que dichas zanjas eran según pude conceptuar de 6 varas de mayor anchura y 3 de profundidad. También los libertaran en parte de las correrías de los Guaycurús. En el día están casi ciegas”.

Finalmente, comentó que, de Santa Rosa a Santiago, marchó:

“por un camino de lomitas suaves de tierra colorada. Dejamos a la izquierda unos cerritos no muy altos, distantes una legua, que se prolongaban al Sur de 2 a 3 leguas en forma de cerrezuelos, entre ellos y el camino se advertían cañadas que al parecer se dirigían al Suroeste muy pobladas de bosque. Sobre el mismo camino que era despejado hallamos dos isletas de duraznos silvestres. A 2 ½ leguas hallamos una estancia con su naranjal, duraznos y capilleja. Dos millas antes pasamos bastante arena, pero también había mucha greda, y los árboles aunque pocos eran más que los días anteriores. Continuamos por camino lo mismo que el anterior hasta completar 6 leguas. Aquí un aguacero furioso oscureció enteramente el día y nos acompañó con viento fuerte hasta el pueblo de Santiago, distante 7 ½ leguas del de Santa Rosa”.

Otras correrías en el Ñeembucú

Los Apuntamientos de Azara nos informan que, por el mes de octubre, mató con el padre Noseda a varias parejas de Tuja kue (Coccyzus cinereus) en el Pueblo de San Ignacio; que en el mismo lugar, e igual compañero, cazó a fines de agosto a un Tie pirangá macho (Piranga flava) que corría entre unos matorrales altos e intrincados; que a los pocos días Noseda vio a otro Tie pirangá, especie que tres años después volvieron a encontrar en la misma zona; y, que, siempre en las cercanías de San Ignacio, nuestros cazadores avistaron, por septiembre y octubre, bastantes Chikli (Synallaxis albescens).

Las referencias a los meses de agosto, setiembre y octubre -meses que no coinciden con el de su primer encuentro (Noviembre)- e incluso la de “tres años después”, evidencian que en más de una ocasión nuestro naturalista accionó su escopeta en Misiones con posterioridad a noviembre de 1787 pues, de acuerdo con las mismas, en todas esas oportunidades lo acompañó su amigo Noseda.

Aves cazadas por Azara

En notas anteriores cité individuos de 21 especies de aves que fueron cazadas por Azara, a los que se deben sumar los de otras 33 especies, que son las que iré presentando a continuación de esta nota.

Los individuos ya mencionados fueron: un Kurukuturi (Buteo albicaudatus), muerto de un escopetazo cerca de Curuguaty en la tarde del 24 de julio de 1786; un Suruku’a (Trogon surrucura) y un Taguato pytã (Heterospizias meridionalis) que perecieron, al día siguiente, en los bosques cercanos al río de Curuguaty; un Ypeku la novia (Melanerpes candidus), que no queda claro si fue cazado en los mismos bosques o en Pirayú; un Japu (Psarocolius decumanus maculosus), muerto en el pueblo de Atyrá; un Chiripepe (Pyrrhurra frontalis chiripepe), que no se indicó dónde fue muerto; dos Jaku apetî (Pipile jacutinga), muertos el 7 de agosto de 1786 en los bosques de Caay-ho (San Estanislao); un Guyra pytã'i (Coryphospingus cucullatus rubescens), que no se menciona donde fue cazado; un Ano guasu (Crotophaga major) muerto entre unos matorrales del arroyo de las Salinas, donde también siguieron su misma suerte un Tuja kue (Coccyzus cinereus), una pareja de Kiri kiri’i (Falco sparverius cinnamominus), y una de Yrupero (Xolmis irupero); un Tuere guasu (Tityra cayana braziliensis) y un Pitangua guasu (Megarhynchus pitangua) que cayeron en un bosque próximo a Areguá; un Maitaka (Pionus maximiliani siy) cazado en el pueblo de indios de Atyrá; un Ypekû akã pytã (Campephilus melanoleucos), del que no se señaló dónde murió; dos Tu’î apyteju (Aratinga aurea), cazados en la chacra de las señoras de Zugasti; un Kiri kiri guasu (Falco femoralis) y un Hoko pytã (Tigrisoma lineatum marmoratum) a los que mató en el pueblo de Itá; un Kiri kiri (Milvago chimachima) muerto en Yaguarón; y cinco Ñandái (Nandayus nenday), que tampoco consta dónde fueron cazados.