Lejos de ser criaturas de fantasía, estos animales dejaron rastros claros en fósiles, herramientas de piedra e incluso en las primeras obras de arte humano, como las pinturas rupestres de Europa y África.
Un planeta compartido: humanos y megafauna
Los humanos anatómicamente modernos aparecieron hace unos 300.000 años en África. A partir de ahí se expandieron por Eurasia, Oceanía y, mucho más tarde, América.
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Durante gran parte de ese recorrido el planeta estaba poblado por “megafauna”: animales terrestres de más de 45-50 kilogramos, muchos de ellos gigantes en comparación con las especies actuales.

No eran espectadores pasivos. Eran presas, depredadores, competidores y, en muchos casos, símbolos que los primeros humanos plasmaron en paredes de cuevas y objetos rituales.
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Mamuts: los gigantes del frío
El mamut lanudo (Mammuthus primigenius) es quizá el animal más emblemático de este periodo.
Habitó las estepas frías de Eurasia y Norteamérica hasta hace apenas unos 4.000 años, lo que significa que coexistió no solo con los primeros Homo sapiens, sino con sociedades humanas ya bastante organizadas.

Restos de mamuts aparecen en yacimientos asociados a herramientas de piedra y hueso, con claras marcas de despiece.
En algunos sitios de Europa del Este se han encontrado estructuras circulares construidas con huesos y colmillos de mamut, interpretadas como refugios o áreas de trabajo.
Los mamuts proporcionaban carne, grasa, piel y huesos, elementos clave para sobrevivir en climas glaciares.
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Su imagen, con grandes colmillos curvados y denso pelaje, aparece también en pinturas rupestres y grabados.
Rinocerontes lanudos y bisontes primitivos
Junto a los mamuts, otros grandes herbívoros dominaron los paisajes fríos:

- Rinoceronte lanudo (Coelodonta antiquitatis): adaptado al frío, con una gruesa capa de pelo y un gran cuerno frontal, fue habitual en Europa y Asia durante el Pleistoceno. Muchos de sus restos muestran señales de caza humana.
- Bisonte estepario (Bison priscus): antecesor de los bisontes actuales, fue uno de los animales más representados en las cuevas europeas, como en Altamira (España) o Lascaux (Francia), lo que sugiere su importancia como recurso y símbolo.
Estos grandes herbívoros moldeaban el paisaje al pastar y desplazarse, y su abundancia condicionaba la movilidad y la subsistencia de los grupos humanos.
Tigres dientes de sable y otros grandes depredadores

Si los humanos eran cazadores, también eran potenciales presas.
Diversos grandes carnívoros compartían territorio con ellos:
- Tigres dientes de sable (Smilodon y otros géneros): aunque no eran “tigres” propiamente dichos, estos félidos de colmillos alargados vivieron en América y, en otras variantes, en Eurasia y África. Su poderosa musculatura y mandíbulas especializadas los convertían en depredadores formidables de megafauna.
- León cavernario (Panthera spelaea): más grande que el león actual, habitó Europa y partes de Asia. Aparece representado en pinturas rupestres, a veces con detalles sorprendentemente realistas, lo que indica observación directa.
- Hiena de las cavernas y otros carroñeros: compartían con los humanos el interés por los restos de grandes herbívoros, una competencia directa por recursos clave.
Los fósiles muestran cuevas ocupadas en distintos momentos por humanos y grandes carnívoros, lo que sugiere una alternancia en el uso de refugios naturales y, en ocasiones, enfrentamientos.
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Gigantes de América: perezosos colosales y armadillos acorazados

La llegada de los humanos a América —probablemente hace unos 15.000-20.000 años, con fechas aún debatidas— coincidió con una fauna igual de impresionante:

- Perezoso gigante (Megatherium): de hasta 4-6 metros de longitud y varias toneladas de peso, era un herbívoro de grandes garras que habitaba sobre todo en Sudamérica. Restos con marcas de corte apuntan a su caza por grupos humanos.
- Glyptodon: un pariente gigantesco del armadillo, con un caparazón en forma de domo que podía pesar más de 1.000 kilogramos. Su coraza ha sido interpretada como posible refugio o recurso material para los primeros pobladores.
- Camélidos, caballos y mastodontes americanos: muchos de estos linajes desaparecieron en un periodo relativamente corto tras la expansión humana por el continente.
En Norteamérica, la coexistencia entre humanos y megafauna queda reflejada en puntas de lanza incrustadas en huesos de mamut o mastodonte, y en campamentos con abundantes restos óseos trabajados.
El uro y otros ancestros de animales actuales
No todos los animales que convivieron con los primeros humanos se extinguieron. Algunos son ancestros directos de especies presentes hoy:
- Uro (Bos primigenius): ancestro salvaje del ganado doméstico. Habitó Europa, Asia y el norte de África hasta su extinción en el siglo XVII. Pinturas rupestres lo muestran con gran detalle, reflejando su relevancia económica y simbólica.
- Caballos salvajes primitivos: antepasados de caballos posteriores, algunos de los cuales terminaron domesticados hace unos 5.500 años en la estepa euroasiática.
- Rebaños de ciervos y antílopes: diversas especies, algunas hoy extintas, fueron base de la dieta en muchos grupos cazadores-recolectores.
Estos animales formaron el puente entre la megafauna del Pleistoceno y los sistemas agroganaderos que surgirían con la revolución neolítica.
Evidencias de convivencia: arte, huesos y ADN

La relación entre humanos y estos animales se reconstruye a partir de varias líneas de evidencia:
- Pinturas y grabados rupestres: reflejan no solo la forma de los animales, sino a veces comportamientos y escenas de caza. Su precisión anatómica sugiere observación directísima.
- Restos óseos con marcas de corte: cortes producidos por herramientas de piedra permiten distinguir la acción humana de la de otros animales.
- Herramientas y armas: puntas de proyectil encontradas incrustadas en huesos, o herramientas hechas con colmillos y astas, indican caza sistemática y aprovechamiento integral de los animales.
- ADN antiguo: el análisis genético de huesos y tejidos conservados en permafrost ha permitido fechar desapariciones y estudiar la diversidad de las poblaciones animales, así como su declive paralelo a la expansión humana y a los cambios climáticos.
¿Por qué desaparecieron tantos de estos gigantes?
La extinción de la megafauna es uno de los grandes debates científicos. Dos factores principales se consideran clave:

- Cambio climático: el final de la última glaciación, hace entre 12.000 y 10.000 años, transformó radicalmente los ecosistemas. Muchas especies especializadas en climas fríos vieron reducido su hábitat.
- Presión humana: la caza, la competencia por recursos y, más tarde, las modificaciones del paisaje (uso del fuego, expansión agrícola) incrementaron el estrés sobre las poblaciones animales.
La mayoría de los estudios actuales apuntan a una combinación de ambos factores: cambios ambientales rápidos a los que se sumó la llegada de un nuevo superdepredador altamente adaptable: el ser humano.
Un legado que todavía nos habla
Aunque los mamuts, los tigres dientes de sable o los perezosos gigantes hayan desaparecido, su huella persiste.

En el arte paleolítico, en los mitos de diferentes culturas y en el registro fósil que los científicos siguen desenterrando, estos animales cuentan la historia de un planeta compartido.

Comprender cómo los primeros humanos interactuaron con ellos —y, en muchos casos, contribuyeron a su extinción— ofrece una perspectiva incómoda pero necesaria sobre nuestro impacto actual en la fauna del planeta.
La historia de aquellos encuentros prehistóricos no es solo un relato del pasado remoto: es un espejo de los desafíos que enfrenta hoy la biodiversidad en la era humana.
