No había pasado un año, apenas 8 meses y 11 días desde que Zagallo dirigió a la selección brasileña liderada por Pelé a la conquista del Mundial de México'70.
Así que 255 días después, Brasil, Maracaná, Zagallo, Fluminense tenían fresco aún el aroma a realeza futbolística, a 'jogo bonito'.
Pero eso poco le importó a Tenorio a los 66 minutos del partido, cuando tomó el balón que ningún compañero quería, lo acomodó en el punto blanco y encaró desde los 11 metros al portero Vitório.
En las tribunas 26.000 espectadores estaban petrificados.
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El equipo que cometió, digamos, la herejía, existió hasta 1978. Se llamaba Deportivo Italia y había sido fundado apenas en 1961 por los hermanos Mino y Pompeo D’Ambrosio.
Los D’Ambrosio eran cabezas de una migración de italianos a Venezuela que entre los años 60 y 70 se calcula que superó los 300.000 hombres, mujeres y niños. Pero esa es otra historia.
El primer tiempo del partido en el Maracaná había terminado sin goles, lo que ya era una hazaña para el equipo venezolano.
Cuando ocurrió lo inesperado, la ejecución del penalti que dio paso al gol del equipo visitante, se registró otro hecho insólito: el anotador no tuvo con quien celebrar.
No había tiempo. Sus compañeros ahora temían la ira santa del campeón brasileño y de su ya mítico entrenador.
Veinticuatro minutos sufrieron los venezolanos atrincherados literalmente frente a la portería de Vito Fassano, de ascendencia italiana.
Esa noche Fassano atajó de todo, sus compañeros se defendieron con uñas y dientes, y hasta los palos ayudaron, porque el balón rebotó tres veces.
Hasta el vicepresidente del Fluminense sufrió un infarto en el estadio.
Y todo por culpa de Tenorio. El defensor central que debió guardarse en el recuerdo su mejor obra, muchísimo menos mediática que la obtenida por Uruguay en el Mundial de 1950.
