"La pandemia no había remitido, las vacunas todavía no estaban disponibles en todo el mundo y preveíamos la llegada a Japón de 11.300 deportistas y de decenas de miles de participantes.
«Los Juegos Olímpicos podrían causar una supermutación del virus», «Los expertos afirman que las Olimpiadas no están preparadas frente a la COVID-19», «¿Podría surgir una nueva variante en Tokio 2020?» eran algunos de los titulares de la prensa internacional antes de los Juegos. Como presidente del Grupo de Expertos Independientes, mi responsabilidad era asesorar al COI y a los organizadores para celebrar un acontecimiento seguro. Cuando veía aquellos titulares, no podía evitar que me acechasen las dudas, las preocupaciones y los «¿y si...?».
En efecto, no fueron pocos los momentos en los que dudé, pero también es cierto que esas dudas no tardaban en disiparse, porque confiábamos en nuestra planificación. Además, Japón era un socio estupendo en esta empresa, ya que el país había logrado mantener a raya el número de casos de COVID-19, por debajo del resto del mundo, sin necesidad de recurrir a confinamientos.
Hoy podemos afirmar que, en retrospectiva, el logro de Tokio 2020 fue demostrar que los consejos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) eran acertados. Hemos confirmado que es posible contener una pandemia mediante una serie de medidas básicas de salud pública combinadas con un programa de pruebas.
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Tras el primer aniversario de los Juegos Olímpicos Tokio 2020 y tres veranos lidiando con la COVID-19, podemos ver claramente que estas Olimpiadas sirvieron para preparar el terreno. Grandes acontecimientos, como los Juegos de la Commonwealth, que comenzaron recientemente en Birmingham, ya no son una fuente de inquietudes y vuelven a formar parte del calendario habitual.
Con solo 33 positivos entre los 11.300 deportistas y 464 entre las decenas de miles de personas acreditadas, los Juegos Olímpicos demostraron ser seguros tanto para los participantes como para el pueblo japonés. Los resultados también nos enseñaron que, pese a las críticas recibidas antes del evento, Tokio 2020 no fue una fuente de rebrotes y, desde luego, tampoco fue un acontecimiento superpropagador. Y fue así por un motivo: todo el mundo desempeñó su labor con diligencia. Confirmamos todo ello seis meses después en los Juegos Olímpicos de Invierno Pekín 2022; los resultados fueron similares, pese a la existencia de la variante ómicron, más infecciosa.
Evidentemente, podía entender las inquietudes previas a los Juegos de Tokio; lo que costaba entender eran los comentarios alarmistas de algunos expertos y su incapacidad de reconocer nuestro concienzudo trabajo de preparación, al que dedicamos cientos de horas. Sabíamos que estos Juegos debían ser seguros, que era una situación en la que no se podía dejar nada al azar, todo tenía que funcionar a la primera.
Reunimos a un grupo de expertos de distintos ámbitos: salud pública, turismo, parques temáticos, gestión de multitudes, economía y ciencias del comportamiento. Planificamos estos Juegos basándonos en diferentes escenarios y anticipamos los posibles problemas que podrían surgir en todos y cada uno de los ámbitos. También escuchamos a los críticos y tuvimos en cuenta sus opiniones.
Desde el inicio de la pandemia, la OMS había destacado que la única vía de salida era la aplicación de medidas de salud pública y sociales —el distanciamiento físico, el uso de mascarillas y el lavado de manos— en combinación con un programa exhaustivo de pruebas y rastreo de contactos.
Las recomendaciones de los expertos se plasmaron en una guía que explicaba paso por paso las medidas (se llamó Playbook, «libro de jugadas» en inglés). Gracias a ella, todos sabían a qué atenerse, cómo se les protegía y qué debían hacer para protegerse a sí mismos y, en consecuencia, proteger los Juegos Olímpicos.
El camino no fue fácil, ya que la vacunación no arrancó realmente hasta enero de 2021 y la variante delta, más contagiosa, comenzaba a extenderse.
Por entonces, cuando explicaba nuestros planes para la celebración de los Juegos, no había vez en la que alguien no acabase preguntando: «¿Por qué organizarlos en semejantes circunstancias?».
En primer lugar, estaba convencido de que teníamos que hacerlo por los deportistas. Algunos de ellos llevaban siete, ocho años preparándose para brillar sobre este escenario de primerísima categoría. La mayoría de ellos tuvieron que prolongar ese esfuerzo un año adicional y mantener su motivación y forma física durante los confinamientos.
También había que enviar un mensaje de esperanza. Los Juegos Olímpicos tienen la misión de reunir a los deportistas de los 205 comités olímpicos nacionales y el Equipo Olímpico de Refugiados del COI bajo un mismo techo en la Villa Olímpica, por lo que organizarlos en un contexto definido por los riesgos e incertidumbres propios de la mayor crisis sanitaria de nuestra generación iba a ser una colosal tarea. Por otro lado, esta misión y su alcance universal eran precisamente lo que podían demostrar que, si nos esforzábamos juntos, como una aldea global, la gente entendería que la pandemia no era una situación para el resto de su vida.
Un año después echo la vista atrás a esta colosal tarea y vuelvo a sentir la motivación que nos dio el nuevo lema olímpico, presentado durante Tokio 2020: «Más rápido, más alto, más fuerte – Juntos».
