Tratado de paraguayología con la agudeza de Helio

Aquellas personas que aún no lo han leído, tendrán mañana domingo la oportunidad de hacerse de un ejemplar de “En busca del hueso perdido”, el ensayo de Helio Vera en el que el referido autor nos legó un tratado de paraguayología con la impronta de su humor y de su agudeza extrema.

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Este volumen aparecerá con el ejemplar de nuestro diario en el cierre de la colección de homenaje a este escritor paraguayo, publicada por ABC Color y la editorial Servilibro.

Ramiro Domínguez, en el prólogo de la primera edición de “En busca del hueso perdido” (1988), decía que con su “impagable estilo”, Helio Vera nos ofrecía aquí una festiva e interminable sátira “demoledora de cuanto lugar común nos queda en tantos años de acumular enjambre de mitos y de inflarlos como globos cautivos a la venta en nuestras ferias y academias”.

En verdad, la aparición de este libro causó una verdadera conmoción en la intelectualidad que hollaba los caminos de la solemnidad y la “profundidad conceptual”. Sin ser precisamente iconoclasta, Helio sacudió varios conceptos antiguamente instalados como tótems inamovibles en nuestra sociedad. Este libro comienza con una pregunta que despierta inquietud: “¿Existe el paraguayo, categoría abstracta invocada como objeto de este ensayo?”. A partir de ahí el lector sube a esta montaña rusa.

Helio Vera se rehusaba a pontificar y a “dictar cátedra sobre nada”. En este libro se limitó a recoger observaciones, suyas y ajenas, “en un contubernio caótico que podría causar un patatús a un científico de pelo en pecho”.

Desafiaba al lector en la presentación de su obra alegando que “quien tenga el coraje de llegar hasta el final advertirá que solo traté de reunir elementos de juicio para que todos podamos divertirnos”.

Respecto a la “paraguayología”, Helio dice que fue fundada al único efecto de contribuir a la exploración de un territorio apasionante, poco o mal conocido, pero que ha intrigado “a encumbrados talentos de todas las épocas, desde San Ignacio de Loyola hasta Graham Greene, desde Voltaire hasta Carlyle”.

En sus ensayos, Helio se aferraba al humor para que sus intervenciones y conceptos no parecieran fruto de la solemnidad, que tanto le molestaba. Además, era tímido y no deseaba aparecer como un “pontífice” tonante. La timidez lo llevaba a decir cosas muy serias casi en son de broma. Huía de las ideas expresadas con tono magistral. Prefería las aseveraciones con gracia, que pudieran ser entendidas por todos.

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