Juan Carlos Benítez Sánchez nació en Liberación (San Pedro) el 28 de noviembre de 1976. “Me malcrié con la familia en Coronel Oviedo, donde vinimos cuando tenía cuatro, cinco años”. Sus padres son Simeón y Victoria, tiene siete hermanos y sus hijos son Nadia, Matías Carlos, Matías Alexander y Naomi. “Soy de la mentalidad que el arriero no tiene casa luego”, expresó al consultarle sobre las madres de sus vástagos.
En su época escolar, siempre fue un alumno “de mitad de tabla para abajo”. “Me ponían en el cuaderno bueno, muy bueno, felicitaciones como mucho. Pero excelente, nunca”. Siguiendo en esa fase de su vida, el recreo consistía mayormente en “pakova gallétare”, la tradicional mezcla de banana con panificado, cuando la asistencia (monetaria) no era efectiva, apenas afectiva. Es por la difícil situación económica y porque las prioridades eran otras.
Sus primeros pasos con la pelota fueron en la escuela Cicloncitos, en el barrio Azucena, donde recibió las mejores orientaciones del profesor José Suárez. “Mi primer técnico, me enseñó muchísimo”.
Pintaba tan bien con la pelota que cuando tenía 12 años fue becado por General Motors para su centro de formación en São Paulo (Brasil). A esa altura hasta hablaba mejor en portugués que en español y su crecimiento deportivo era permanente. Algo bueno estaba por llegar.
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Luego de esa valiosa experiencia en el vecino país se presentó el momento de su primer fichaje, que fue en el 15 de Mayo de Oviedo, bajo el liderazgo de don Pablino Morel, en el barrio San Isidro.
Llegó la edad del servicio militar, de ir al famoso cuartel. “El capitán Aníbal Paredes me llevó a Pirayú Sport, donde salí campeón y goleador en Primera a los 14 años”.
En gran salto a la capital lo dio gracias a la invitación de Alicio Solalinde para jugar nada menos que en Olimpia. “Batimos el récord del Milan de Italia en partidos ganados consecutivos y en marcha invicta en la categoría Aspirante (hoy Reserva), bajo el comando de Guillermo ‘Topo’ Giménez. Ganábamos los torneos de punta a punta. El profesor Luis Cubilla nos dio como premio jugar un partido en el equipo principal y entré de suplente contra 12 de Octubre de Itauguá, pero el que me alzó al plantel superior fue Gustavo Benítez”.
“Son recuerdos imborrables por las conquistas, cinco títulos locales y una Recopa”.
En el 2002 dejó el Decano para jugar en Luqueño, “porque tuve una discusión con el profe Cubilla, porque quería jugar más, ser titular y él me decía que era su as bajo la manga”.
Su presencia en el Sportivo fue exitosa. “Es que en Olimpia me sentía que estaba un poco escondido y en Luqueño jugué seguido, demostré mi potencial, marqué el mejor gol del año y Osvaldo Domínguez Dibb me volvió a llamar, me dijo que no sabía que me habían cedido a préstamo porque se encontraba de tratamiento en Estados Unidos”.
Posteriormente militó en San Martín de Porres de Perú y 12 de Octubre de Itauguá, hasta que decidió darse un tiempo sabático. “Tenía 32 años y mucha plata. Mi niñez y mi juventud perdí encerrado, no salía nada, me sentía encarcelado, no me gustaba luego la concentración y me desesperé, quería disfrutar”.
Después de soltarse bien con los amigos y saciar toda la sed acumulada, recibió una propuesta para ir a Venezuela. “Me puse en forma nuevamente y milité en Aragua FC, donde en un año hice muchos goles. Para la temporada siguiente me contrató Portuguesa”. El show del “Soldadito” continuaba.
Los últimos clubes en los que estuvo fueron Rubio Ñu de Trinidad, Silvio Pettirossi, con el “Peque” Benítez como técnico en la categoría de Honor, Galicia de Oviedo, Martín Ledesma de Capiatá, militó en las ligas de Hohenau y Tobatí, además del 13 de Mayo de Liberación, donde fue jugador y técnico a la vez.
“Gané lo necesario, compré lo que necesitaba, que es una casa, terreno, ahora soy abuelo y mi hija tiene su casa gracias al terreno. A mi señora le dejé todo lo que tenía, porque considero que el hombre no tiene luego casa”. Y volvió con sus progenitores, a seguir luchando. “Tengo cancha de piki”, comentó, en referencia a un espacio donde practican fútbol-tenis.
Juan Carlos no tenía techo. “La verdad que pude haber llegado mucho más, pero hubo un hecho que me afectó, me hizo decaer. Clasificamos al Mundial de Corea/Japón 2002 y jugué numerosos partidos, entre ellos uno contra Argentina, de visitante. Hubo el cambio de técnico (con la salida de Sergio Markarián), llegó Cesare Maldini, que no le conocía a nadie, ni a Toro (Roberto Acuña) ni a Gamarra (Carlos). Si a estos ‘monstruos’ no les registraba, cómo me iba a conocer a mí que entraba 10, 20 minutos en cada juego. Y bueno, le llevó a ‘Pipino’ Cuevas y me quedé de lado, después de haber colaborado y haciendo méritos para estar presente en esa competición”.
Otro momento frustrante fue cuando el Nápoli lo quiso llevar en 2,5 millones de dólares y Olimpia pidió el doble. “Imaginátena, en el club de Diego Armando Maradona me iba a ir, pero ODD me decía ‘ndénte la che mbovy’áva”, considerando que él era el que le brindaba alegría.
A “Soldadito” le gustaba la farra, como a la mayoría de los deportistas. “Los lunes sí o sí. ‘Veracruz-pe la tema’. La cita era domingo de noche, hasta las 02:00 del día siguiente”. Al menos hasta ese horario en este establecimiento. Después se contemplaba el alargue.
El vehículo más lujoso que tuvo. “Una camioneta Toyota Runner, equipado de lujo. Me costó 8.000 dólares, mucha plata en su momento”. ¿Y ahora? “Estoy sin vehículo”.
En su valle le decían “Tape’i” y luego pasó a ser “Soldadito”, aunque desmiente la versión que solo se vestía de militar para no pagar pasaje en los ómnibus. “Estaba de servicio militar todavía, bajo bandera y me iba a la práctica uniformado”, aclaró.
“Cuando salís del cuartel te pagan y a mí me dieron 31.000 guaraníes. Vivía en la casa del mayor Aníbal Alonso, que era mi empresario, me daba comida, vivía en el fondo de su casa, en el quincho”. Con el paso del tiempo se enteró que su ‘manager’ había recuperado toda su inversión con la venta de su pase al Decano de nuestro balompié.
“Pasé bien con la pelota, gracias a Dios, coseché muchas amistades, que es lo más importante”, expresó sobre el balance de su ciclo deportivo.
La primera anécdota de las muchas que tiene refiere a que luego de salir campeón contra Cerro Porteño decidieron pelarle la cabeza a Víctor Quintana, en medio de la euforia. El elegido para la consigna era Juan Carlos. “Puse alcohol rectificado en una hoja de diario y eso al afeitar te pica. Casi se volvió loco y empezó a correrme. Dónde picKo me iba a alcanzar”, recordó. “Después hizo un recordado gol y me dedicó, porque a partir de ahí se quedó pelado para siempre”, mencionó sonriente.
“Virginio Cáceres mandó hacer un pozo cementado como cábala, ahí metía un sapo y lo encerraba. Después de cada partido lo sacaba y para el siguiente, lo volvía a poner. Una vez le escondimos su sapo y lo empezó a buscar, pero nunca lo encontró. Entonces trajo otro animal nomás para hacer el mismo procedimiento”.
“Juan Carlos Franco se ponía colorete y te empezaba a dar besos. Los ‘perros’ a veces no se daban cuenta y llegan a sus casas con el cuello marcado. Entonces tenían que dar las explicaciones valederas a sus esposas para zafar”.
“Los muchachos siempre eran kachiãi (bromistas) y ponían bikini en las botineras. Como sus señoras eran celosas, empezaban los problemas, quilombo pasaba. Los muchachos se hacían del ñembóta cuando preguntaban de quién era la idea”.
Si vamos a consignar todos los hechos pintorescos, necesitaríamos como 10 páginas, por eso cerramos la nota de esta manera. “Una vez tuve que recorrer los medios para aclarar algo que pasó y se comentó muchísimo. Le pagamos a un travesti para ir a gritarle a Néstor Isasi y se pasó gritándole, hinchándole que lo embarazó. El compañero decía ‘qué pesado son los perros’. Y con eso se armó todo un guyryry de novela, pero bueno. Evidentemente era una joda. ¿Cómo un travesti se va a embarazar?”.
