El 26 de noviembre de 1973 nació en Vallemí (Ñeembucú) Pedro Antonio Benigno López Alfonso, fruto del amor entre doña Margarita y don José Benigno.
Los recuerdos de su etapa como jugador del fútbol siempre están presentes, pero no puede vivir del pasado. “Estoy en la lucha diaria, con Hielo Lopito”, que nació hace un lustro aproximadamente en Isla Bogado (Luque) y que es fuente de ingreso familiar.
“Me va bien; es difícil emprender un negocio en Paraguay, pero no imposible. Como toda actividad, nadie te trae la plata a la casa, hay que rebuscarse. Mientras Dios te de salud, sos un rico”.
“La cuestión está difícil en la actualidad. Manejo mi camioncito y con un personal hago el reparto a bodegas, servicentros, supermercados, a los eventos, conciertos que pararon totalmente ahora y hasta en los clubes para el clioterapia”, que es un tratamiento mínimamente invasivo que usa un frío intenso para congelar y destruir un tejido enfermo, incluyendo las células cancerosas.
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Su esposa Kathy Vargas y sus hijos Pedro Alejandro, Kathyana Monserath y Víctor José constituyen la principal fuente de inspiración para llevar adelante cada jornada, además de su madre que vive con ellos.
Como dirían los argentinos, un “laburante”, que antes se metió en la confección de ropas, acompañando a su pareja en su joyería, asistiendo en su momento al empresario Erico Galeano y hasta administrando con su hermano la famosa discoteca Checho’s.
Vivió todo el tiempo en Campo Grande y por cuestiones laborales de su padre vino al mundo en el decimosegundo departamento. Su primer club fue Independiente, donde hizo formativas hasta llegar a Primera.
En 1992 pasó al Sportivo Luqueño, donde marcó una época con grandes compañeros. Su experiencia internacional fue en el Deportes Tolima colombiano, entre el 93 y el 94, para volver al país y jugar la Copa Conmebol con Cerro Corá y en compañía de las estrellas Julio César Romero y Raúl Vicente Amarilla.
Tras una breve etapa en Nacional, cumplió su ciclo europeo en UD Leiría de Portugal. Tras retornar, defendió igualmente los colores de Guaraní, 12 de Octubre de Itauguá y Sport Colombia.
“En 1999 fui a pasearme a Cerro Porteño. Lo digo así porque no me salió de la manera en la que quería, porque había ido con gran ilusión. Me llevó el técnico brasileño Jair Pereira luego de un amistoso jugando por Guaraní. En poco tiempo hubo cambio de entrenador y Carlos Báez no me tenía en cuenta”. Un paso fallido.
Militó en la competencia comercial de Estados Unidos, en una época en la que de ese evento intervenían figuras como Romerito, Luis Monzón, Jorge Villalba, Gabriel “Loco” González, el ecuatoriano Luis Capurro, el colombiano Juan Carlos Osorio (exconductor de la Albirroja), para citar solo a algunos.
“En el fútbol no gané plata, pero sí grandes amigos. Los ingresos no daban para poner un negocio, por ejemplo. Al colgar los botines como se dice empecé a ganar trabajando”.
“Mi mejores momentos los pasé en Luqueño, por la Copa Conmebol y demás. En Guaraní también disfruté mucho. Estoy feliz por lo que hice, por mis amistades, a donde voy me reconocen y eso es mi mayor orgullo. El fútbol te facilita muchas cosas”.
En su época de soltero, le gustaba compartir con los amigos. “Farreaba bastante, en un barrio donde pasábamos muy buenos ratos, con excelentes amigos, pero cuando me metí al fútbol, tuve que hacer el sacrificio y meterme de lleno a la profesión. Íbamos al ‘Inde’, a los cumpleaños, las discotecas, los clubes”. Estudió en Sagrados Corazones, en Villa Victoria y luego en Vicente Ignacio Iturbe de noche, en Campo Grande, para entrenar en horario diurno.
Ahora, su núcleo para las actividades sociales es mucho más chico. “Siempre con los sobrinos, hijos, comparto unas cervecitas, se hallan el mi casa y les preparo el asadito”.
Una materia pendiente. “Me falta cumplir un sueño, liberarme un poco en esto que estoy haciendo y meterme en la gerencia deportiva en un club. Soy técnico superior recibido, pero lo que más me gusta es la coordinación”.
Las mejores anécdotas fueron con don Carlos Arce. “Más que un entrenador, un padre para nosotros, que nos ha guiado por el camino correcto”, pero que también recurría a métodos curiosos para la conformación de su equipo.
“Cuando te quería dejar de lado, te enfermaba. ‘Te vas a engripar’, te decía”. Había que buscar una respuesta. “Tenía su forma de jugar y contra cada equipo presentaba un esquema diferente que ya tenía en mente”.
“Para un partido semifinal contra Liberad en 1992 no estábamos en el equipo Cirilo Yegros y yo. Nos acercamos y le dijimos en la concentración que le íbamos a hacer ganar el domingo con nuestros goles y nos puso en la formación. Y ambos marcamos goles”.
Un hecho característico de don Carlos era la puesta de panificados sobre la mesa en la charla para la demostración de las movidas tácticas. “En un almuerzo armó su figura y Cirilo le comió su coquito molesto por no haberle incluido en su formación”.
