Alemania logró recuperar uno de sus ríos más contaminados

FRANKFURT, Alemania. La cuenca del Rhin está considerada una de las más limpias de Europa. El agua del río es casi potable. Recuperar lo que fue uno de los cursos más contaminados del Viejo Continente costó al Estado alemán 50 mil millones de euros, en 20 años. El costo da la pauta de la necesidad de evitar la contaminación de un recurso natural que no tiene sustituto.

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A lo largo de 20 años, la República Federal de Alemania invirtió 50 mil millones de euros en la recuperación de la cuenca del Rhin. Desechos industriales, el funcionamiento del río como hidrovía y residuos propios de las grandes ciudades eran depositados libremente a lo largo de la cuenca.

En los últimos 12 años la tarea de recuperación de la cuenca se extendió al territorio que pertenecía a la desaparecida República Democrática Alemana (RDA), que pertenecía al extinto bloque soviético.

La tarea no fue nada fácil, porque en el lado oriental de Alemania no existía ningún interés en recuperar la cuenca del Rhin. La unificación del país permitió a técnicos y especialistas encarar la gigantesca tarea de limpiar la totalidad de la cuenca de desechos que estaban llevando la contaminación a niveles extremos.

En este momento, la cuenca del Rhin está considerada una de las más limpias de Europa. Especialistas de Alemania no ocultan su satisfacción al señalar que las aguas del río "son casi potables".

La tarea no fue nada fácil. El éxito fue resultado de la aplicación de un sistema basado en una política de Estado, con un marco legal aplicable para las industrias.

Es impensable la posibilidad de arrojar desechos al río sin autorización de las autoridades gubernamentales. Es más, cuando se dispone de tal permiso, técnicos se ocupan de verificar la calidad del agua que irá a la cuenca, que previamente fue tratada. Lo mismo sucede con los desechos cloacales de las ciudades, que no llegan directamente a los ríos.

Al control de los gobiernos regionales se suma el funcionamiento de una red de estaciones de monitoreo, que verifican la calidad del agua. En la ciudad de Frankfurt visitamos uno de los laboratorios para observar el sistema de funcionamiento. A lo largo de las 24 horas, técnicos en diversas especialidades tienen como misión observar los componentes físico-químicos del Rhin, con la finalidad de detectar posibles contaminaciones.

En distancias promedios que oscilan entre 80 y 100 kilómetros, las estaciones de monitoreo se extienden a lo largo de la cuenca, incluyendo ríos menores que desembocan en el Rhin. Los datos son recopilados vía satélite en una central informática que vuelve a procesar cada uno de los datos que recibe desde diferentes puntos de Alemania.

Si las estaciones detectan una fuga de contaminantes, el estudio de los componentes permite conocer en cuestión de minutos el listado de industrias que trabajan con tales o cuales productos.

El nivel de control es similar con las embarcaciones que surcan la hidrovía, en procura de evitar daños propios de embarcaciones movidas con derivados de petróleo.

Los alemanes muestran con orgullo la renovación de la fauna íctica en la cuenca del Rhin. Si en los primeros años eran especies menores, hoy ya se puede pescar presas de buen porte.

Alemania invirtió 50 mil millones de euros en 20 años para recuperar lo que se perdió por desidia. Aunque las comparaciones son odiosas, en algunas oportunidades son válidas: A diferencia de Alemania, para el Paraguay es absolutamente impensable llevar a cabo inversiones semejantes para recuperar cursos de agua.

Si tenemos una idea del costo, de la magnitud del desafío técnico y de la necesidad de un marco jurídico adecuado, es una verdadera locura descuidar un recurso natural insustituible, como es el agua.

Uno de los principales bienes disponibles en el país es el agua, que será en el presente siglo "la niña bonita" por la aguda escasez que ya enfrenta el planeta para la provisión de agua dulce.

Paraguay se encuentra en el momento ideal para establecer una política de Estado dirigida a la protección del agua. Una labor que urge, en un mundo que ya percibe la crisis por la provisión de este recurso.


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