El renunciante presidente de Bolivia, Evo Morales –en el poder desde 2006– se ha presentado para un cuarto periodo presidencial, pisoteando la Constitución de su país e inclusive desconociendo un plebiscito que él mismo convocó, en el que una mayoría de bolivianos le dijo no a su reelección. Así, fraudulentamente, se presentó para un nuevo mandato y se proclamó ganador tras unos cuestionados escrutinios, que inclusive en un momento dado fueron interrumpidos abruptamente. El resultado oficial de las elecciones, según el organismo electoral funcional al mandatario boliviano, favoreció a Morales, lo que no fue aceptado por la oposición y gran parte de la población, que realizaron masivas manifestaciones de repudio. La Organización de los Estados Americanos (OEA) realizó una auditoría de las elecciones y concluyó que hubo varias “muy graves irregularidades”, que harían “estadísticamente improbable” el triunfo del mandatario en primera vuelta y recomendó una nueva elección. Morales habló primero de “golpe cívico-político-policial”, luego convocó a nuevas elecciones conforme a la recomendación de la OEA, pero finalmente decidió renunciar al perder el apoyo de los policías y militares que le recomendaron apartarse del cargo para poner fin a la violencia. La intención de continuar el proyecto político autoritario se desplomó así como castillo de naipes.
Como es habitual, sus partidarios bolivarianos, entre ellos Luiz Inacio Lula da Silva, Nicolás Maduro y Dilma Rousseff, hablaron de “golpe de Estado”, apuntalando la afirmación del boliviano. Este agregó un condimento más: que era perseguido por su condición de indígena, olvidando que entre quienes reclamaban su renuncia figuraban millares de sus compatriotas que llevaban la misma sangre nativa.
Evo Morales es el típico líder que se cree “predestinado” y que tiene que permanecer por las buenas o por las malas en el poder. “Muchos de ustedes ya me hicieron creer. Me han dicho que la vida de Evo no es de Evo; la vida de Evo es del pueblo. Estoy obligado a someterme a ustedes para seguir trabajando por nuestra querida Bolivia”, había afirmado con petulancia, invocando una supuesta “voluntad popular”, una apelación que tan bien conocemos en el Paraguay. La gran ironía es que este autoritario gobernante, que tras la muerte de Hugo Chávez y el fracaso político de Lula, en Brasil, y Rafael Correa, en Ecuador, se convirtió en un ícono del socialismo bolivariano, se ha visto “obligado” a renunciar a su cargo, junto con el vicepresidente Álvaro García Linera.
Lo que la opinión pública boliviana e internacional se pregunta en estos momentos es qué será ahora del depuesto gobernante, habida cuenta de que en el pináculo de su poder había exclamado con sarcástica arrogancia: “No estoy preparado para irme a casa”, con lo que pasó por encima de la Constitución e intentó un cuarto mandato presidencial.
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Atendiendo el rumbo que el entonces presidente boliviano venía siguiendo ya en esos momentos, nuestro diario publicó un editorial el 28 de julio de 2014, titulado “Evo Morales y Stroessner, un solo corazón”, en el que recordó la semejanza del discurso del mandatario boliviano con el utilizado en su tiempo por el dictador Alfredo Stroessner, quien hacia el fin de cada sucesivo mandato presidencial se aprestaba para el siguiente periodo diciendo: “Si el pueblo me lo pide, no puedo negarme a ir por otro mandato presidencial”, o “yo no he movido un dedo con ese propósito”, entre otras chabacanerías populistas por el estilo. El editorial de nuestro diario terminaba con una premonición: que como Stroessner, el día menos pensado Morales iba a ser defenestrado con un golpe de Estado encabezado por las fuerzas armadas de su país. No se llegó a eso, felizmente, pero las fuerzas armadas bolivianas, sin duda alguna, rehusaron ser cómplices de un nuevo robo de la voluntad popular, como ya lo fue cuando el mandatario renunciante desconoció el resultado del plebiscito en que los bolivianos, por mayoría, le decían que ya no querían tenerlo por un nuevo periodo presidencial.
Hay otra lección más que debemos recoger nosotros los paraguayos de lo sucedido en la hermana República de Bolivia. Si bien desde hace una generación vivimos en libertad, estamos también agobiados por una oligarquía política corrupta que en tal lapso ha conseguido empotrarse en los tres Poderes del Estado para llenarse sus bolsillos a costa de las necesidades de la población.
Es evidente que en los países de la región, una gran mayoría ya no quiere tener gobernantes que se atornillan en el poder invocando un supuesto reclamo popular, modificando la Constitución y las leyes a su medida, o apelando directamente a la fuerza, como ocurre ahora mismo en Venezuela. No hace mucho lo intentó el expresidente Horacio Cartes, pero tropezó con una población que ya saboreó los aires de libertad y que ya no está dispuesta a perderla con arteras promesas que vienen como cantos de sirena.
Lo sucedido en Bolivia con la salida de Evo Morales debe servir de aliciente a la sociedad civil paraguaya para asumir su rol político de contralor del Gobierno, sobre todo, saliendo a las calles en protesta contra sus actos cuestionables contrarios a los intereses de la nación –como en el caso de la revocada Acta Binacional relativa a Itaipú– o al Estado de Derecho, como el relativo a las urnas electrónicas a ser implementadas en los comicios venideros y a las que se oponen quienes, al amparo de unas “listas sábana”, se eternizan en sus bancas para defender sus propios intereses y los de su grupo, sin aportar nada útil para sus conciudadanos.
Deseamos que el conflicto que sacude actualmente a Bolivia se resuelva de manera pacífica cuanto antes, y que ese país hermano, con el que el Paraguay se enfrentó en una cruenta guerra cuyas secuelas hoy están totalmente cicatrizadas, emprenda el camino del progreso y que florezcan proyectos bilaterales que lleven a los dos países hacia un pleno desarrollo en libertad.