La inmutable geografía ha convertido al Paraguay en un socio indispensable para Brasil en Itaipú, siendo también en consecuencia, hasta ahora, el único de los 10 países con los que limita el país continente con el que tiene concertada una “joint venture” comercial. Paraguay es dueño de la mitad del activo de la misma y de la mitad de las aguas del río Paraná sobrellenadas en el embalse que mueven las turbinas generadoras de la central hidroeléctrica que, aunque no es la primera en el mundo por su potencia instalada, sí lo es por su productividad, superando a “Tres Gargantas”, la mayor usina hidroeléctrica del mundo por su potencia instalada y por el volumen de su embalse, ubicada en China.
La decisión del Gobierno brasileño de asociarse con Paraguay fue por su necesidad de contar con más energía eléctrica para potenciar el desarrollo económico del país, en particular del complejo industrial del estado de São Paulo, responsable de más de un tercio de su producto interno bruto (PIB). No fue un acto de “filantropía” a favor del Paraguay, como lo sostuvo bravuconamente un exministro de relaciones exteriores brasileño, sino un refuerzo estratégico del 20 por ciento de la capacidad de generación eléctrica del país en ese tiempo.
La importancia estratégica de Itaipú para Brasil la hace parte de su propia seguridad nacional, y esto lleva a la existencia de facto de una “relación especial” con nuestro país, mal les pese a los sectores xenofóbicos de esa nación que pregonan la mentira convencional de que “Paraguay solo puso el agua” en el emprendimiento hidroenergético binacional. Esta relación especial es esencialmente geopolítica, pero debiera extenderse hasta abarcar el amplio espectro de los vínculos bilaterales: económicos, culturales y de seguridad fronteriza.
Aunque en el Artículo III del Tratado se pactó la igualdad de derechos y obligaciones en la construcción y explotación comercial de la central hidroeléctrica, en la práctica, el derecho de igualdad en la repartición de beneficios a favor del Paraguay quedó hipotecado por medio siglo, debido a que en su momento nuestro país no tuvo la capacidad económica para asumir el costo de la mitad del monto de la garantía exigida por las agencias financieras internacionales y brasileñas para conceder los préstamos requeridos para construir y equipar la usina hidroeléctrica binacional.
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Consecuentemente, cuanto antes el Paraguay debe asumir la plenitud de sus derechos en la usina hidroeléctrica binacional mediante una gestión administrativa y comercial absolutamente paritaria, como le corresponde como propietario de la mitad del complejo hidroeléctrico y de los 19.000 millones de metros cúbicos de volumen útil de agua contenidos en su embalse y que mueven sus turbinas generadoras. Esta es la postura que el Gobierno paraguayo debe asumir en la próxima negociación con Brasil centrada en la revisión del Anexo C del Tratado y su correspondiente modificación para efectivizar la igualdad de derechos de nuestro país hasta ahora hipotecada por deuda.
¿Y cuál debe ser la vía para concretarla? La única posible para el Paraguay: la negociación. Debemos reconocer que, dada la colosal asimetría de riqueza y poder que existe entre Paraguay y Brasil, la confrontación deviene imposible, por más razones que podamos invocar a nuestro favor. ¿Y qué debemos buscar en esa negociación?: un acuerdo de cooperación mutua mediante el cual ambos países salgan ganando en igual proporción de beneficios. No hay otra vía para acabar con el lesivo statu quo prevaleciente en la usina binacional que le ha permitido a Brasil quedarse con la parte del león durante el medio siglo transcurrido desde la entrada en operación de la primera turbina generadora.
El presidente de la República, Mario Abdo Benítez, debe sincerarse de una buena vez y comunicar al Pueblo soberano que lo votó los términos del acuerdo que su Gobierno pretende negociar próximamente con Brasil en Itaipú, asumiendo el consejo que le diera su ahora “asesor honorífico”, doctor Jeffrey Sachs, en el sentido de que el Gobierno paraguayo debe negociar con Brasil el futuro de Itaipú en un pie de absoluta igualdad de derechos como propietario de la mitad de la usina y de la mitad de las aguas del río Paraná que accionan sus turbinas y escurren a través de sus ductos desde las alturas del productivo embalse de 120 metros de salto.
Si, como no se descarta, el presidente Abdo Benítez tiene alguna concesión previa desfavorable para los intereses del país hecha en secreto a su homólogo brasileño Jair Bolsonaro en Itaipú, esta es la hora en que debe olvidarla, pues la ciudadanía no le va a permitir salirse con la suya ni con la ayuda de sus aliados políticos y comerciales. Como presidente de la República, su mutismo de esfinge inspira atroz desconfianza en el ánimo de la gente. Saludable sería que rompa el silencio con un claro mensaje que exponga las líneas maestras del acuerdo que va a proponerle a Brasil en busca de una justa repartición de los beneficios económicos que la usina binacional genere, al menos durante los próximos 50 años.